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Corta Historia De La Tragedia De Armero ''omaira Sanchez''


Enviado por   •  30 de Julio de 2013  •  1.863 Palabras (8 Páginas)  •  1.501 Visitas

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la mayor tragedia de la que se tenga registro en la historia colombiana: Armero destruido por la erupción del Volcán Nevado del Ruiz, en la Cordillera Central de los Andes colombianos, el 13 de noviembre de 1985. La avalancha dejó por lo menos 5 mil personas heridas y 23 mil muertas o desaparecidas. Pero entre tantas víctimas, el dolor optó por eternizarse en la mirada de una niña...Omaira Sánchez.

-Quiero decir unas palabras, ¿puedo?- la niña le preguntó al periodista que la grababa.

-Mamá,-prosiguió- si me escuchas, yo creo que sí, reza para que yo pueda caminar y esta gente me ayude.

-Mami, te quiere mucho mi papi, mi hermano y yo.

-Adiós, madre, dijo Omaira antes de morir.

Fue la despedida. Agonizaba. Sus ojos café oscuro habían perdido la blancura y el brillo de la infancia; se le estaban llenando de sangre debido a la gangrena gaseosa que la aquejaba, por el reducido flujo sanguíneo. No hubo quejas ni reproches, ni llanto ni desesperación. Los socorristas lanzaban palabras de aliento, y ella, sabiendo que iba a morir, mantenía la fe.

Armero olía a azufre. Y era como si el diablo estuviera exhalando su aliento desde el centro de la tierra, y el volcán fuese su boca. Y era como si Omaira no fuese una niña de trece años a la que le quedaba todo por vivir, sino una anciana sabia en medio de una sociedad de hombres que le temen a la muerte.

Omaira había quedado atrapada entre dos muros de la que fue su casa, sobre los cuerpos de quienes habían sido su tía, su prima y su padre. Durante tres días un grupo de socorristas intentó rescatarla, pero de la cintura para abajo estaba totalmente aprisionada. Allí murió: sola, adolorida y callada; frente a hombres impotentes que no aguantaron las ganas de llorar.

¡Mamaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaá!

"Todavía hay vida bajo el fango", apareció en la primera página del periódico 'El Espacio' junto a una foto de Omaira. Durante la agonía, la niña clamaba por su madre, Aleida Garzón. Mientras tanto, en Bogotá, Aleida se dirigía hacia el Hospital de la Misericordia. Allí se encontraba Álvaro Enrique, su hijo de doce años, sobreviviente de la tragedia, quien estaba siendo atendido, debido a que presentaba una fractura en la mano derecha y varias quemaduras en una pierna.

Aleida trabajaba como auxiliar de enfermería en el Hospital San Lorenzo, de Armero. Nunca salía de esa ciudad, pero durante esos días fue por primera vez a la capital para reclamar un diploma. Ya era 16 de noviembre y ella sabía de la tragedia de su pueblo, pero no de la situación de su hija. No había visto televisión y nadie la había buscado. Se confió en lo que le dijo Álvaro, que todos habían muerto: su madre, su esposo, su hermana y su sobrina. Todos, menos Omaira, a quien ya estaban rescatando. Aleida no viajó a Armero porque se quedó cuidando a su hijo y porque sus hermanos dijeron que no la dejarían ir.

Frente al hospital, Aleida miró por la ventana del bus y vio la primera página del periódico 'El Espacio'. Se bajó y comenzó a gritar: "es que ella es mi hija, es que ella es mi hija". Sintió el peso del mundo, levantó la mirada, y en vez del cielo vio a su hijo, que la espiaba desde la ventana del cuarto del hospital.

Una vez confirmada la muerte, empezó una agonía de 15 días que ni ella misma recuerda. No dormía, no comía; en aquellas semanas de delirio pasó de 63 kilos a 40. Caminaba todo el tiempo de un lado a otro, sin sentido, apenas parando en la casa de su hermano, donde la bañaba su cuñada y de donde partía en cualquier momento para visitar a su hijo. Pero en aquel trance, sabía que tenía que vivir por Álvaro. Lloraba mucho y en sus ratos de silencio hablaba con Dios, a quien no hizo reproches ni preguntas de más.

Sin embargo, gracias a las promesas de ayuda que muchos le hicieron a su hija durante la agonía, Aleida reconstruyó su vida en Bogotá. Al comienzo no quería nada, nada. Luego aceptó varias iniciativas de particulares: un apartamento por el sector de El Tunal, el ingreso de su hijo al colegio público INEM Santiago Pérez y un trabajo como enfermera en el Hospital San Blas. Después, consiguió otros dos empleos en el mismo oficio. Su vida comenzó a transcurrir entre enfermo y enfermo, sin tiempo para más. No quería pensar; solo así sentía que no tenía espacio para recordar la tragedia. Evadiéndose pasaron seis años, hasta que...

Omaira está viva

Es un jueves de mayo de 1985. Omaira está viva. Es medio día y acaba de llegar del colegio. Entra a la casa y su madre está terminando el almuerzo. Aleida le dice que coma, pero ella le responde que no, que quiere ponerse a hacer tareas; va a la cocina, agarra un tomate rojo y lo comienza a comer como si fuese una manzana verde. De ahí se va al comedor, llama a Motas, su perra blanca French Puddle que nunca se le despega y no deja que nadie se le acerque; saca sus cuadernos y comienza a estudiar.

La ventana del comedor está abierta y entra la brisa de la montaña. A Omaira no le gusta jugar con muñecas, ollitas, ni con otros niños; sólo disfruta estudiar y leer. Odia a la gente irresponsable y poco seria, a los mentirosos y a los hombres. Le gusta ir a misa los domingos con su abuela, mirar vestidos,

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