Cuentos Deseccionates
morenok20132 de Mayo de 2013
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rosor rugoso y bello del tronco, se maravillaba con la suave frescura de la sombra y con el suspirar de la brisa entre el follaje perfumado.
Así fue durante varias generaciones. Pero con el paso del tiempo surgió un problema terrible y, por más que todos meditaran y discutieran, nadie fue capaz de encontrar una buena solución. A lo largo de los años, el árbol había crecido tanto, sus ramas eran tan largas, su follaje tan espeso y su copa tan ancha que de día la mitad de la isla quedaba siempre a la sombra.
De modo que a la mitad de las casas, de las calles, de las huertas y de los jardines nunca les daba el sol. Y, en la mitad umbría, las casas estaban cada vez más húmedas, las calles se habían vuelto tristes, en las huertas ya no crecían las hortalizas, los jardines ya no daban flores.
Y la gente que vivía allí estaba siempre pálida y resfriada. A medida que la sombra del árbol crecía, crecía también la preocupación. La gente se lamentaba:
¿Qué podemos hacer? ¿Qué podemos hacer?
Se decidió por fin que la toda población se reuniese en consejo para estudiar bien el problema y encontrar una solución. Discutieron durante muchos días y, después de escuchar las opiniones de los reunidos, se llegó a la triste conclusión de que era necesario cortar el árbol. Hubo llantos, lamentos, gemidos.
El árbol era bello, antiguo y venerable. Hacerlo desaparecer no sólo entristecía a los habitantes de la isla sino que también les asustaba. Pero no había más remedio y finalmente casi todos aceptaron que había que talarlo. En el lugar en el que antes se erguía el árbol resolvieron plantar un pequeño bosque de cerezos, pues los cerezos nunca crecen demasiado.
Talar el árbol fue difícil y todo el mundo tuvo que ayudar. Pero, una vez cortado, surgió otra dificultad: el árbol ocupaba tanto espacio que la isla se quedó sin sitio para nada más.
Por eso empezaron a trocearlo muy deprisa. Primero cortaron las ramas y su madera se repartió entre todos, para que cada uno pudiese fabricar algo que le recordase a su árbol tan amado. Algunos hicieron pequeñas mesas, otros balcones para sus casas, otros tallaron marcos para los biombos y otros fabricaron cajas, bandejas, cuencos, cucharas, peines y horquillas para adornar el cabello de las mujeres.
Al final quedó sólo el enorme y grueso tronco desnudado, tumbado a través de la isla. Entonces empezaron a llegar viajeros y armadores que querían aquella magnífica madera para fabricar barcos. Pero la población no quiso. Se reunieron todos otra vez en consejo y decretaron:
Los habitantes de esta isla no quieren separarse del árbol que tanta alegría les dio antes de hacerse demasiado grande. Vamos a construir nuestro propio barco.
Y así fue. Cuando acabó la lluvia de Otoño, dejaron secar el tronco durante largos meses y, en cuanto vieron que la madera ya estaba seca, se pusieron manos a la obra. Como son un pueblo muy inteligente, los japoneses trabajan muy bien, muy deprisa y con mucho esmero y son magníficos carpinteros.
Por eso construyeron rápidamente una enorme y preciosa barca, que tallaron y pintaron de muchos colores. Entonces celebraron una gran fiesta y la barca fue lanzada al mar.
Por la noche hubo fuegos artificiales y en todas las calles y plazas se encendieron farolillos de papel, azules, amarillos y rojos. A partir de entonces, la vida del pueblo fue mucho más animada y variada y casi todos se hicieron mucho más ricos. Antes, como la isla era tan pequeña, sus habitantes sólo poseían pequeños barcos de pesca y sólo podían navegar hasta las islas vecinas.
Cuando alguien necesitaba ir más lejos tenía que buscar sitio en algunas de las naves grandes que de vez en cuando pasaban por allí. Ahora
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