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DOCTRINA CATOLICA


Enviado por   •  15 de Julio de 2014  •  6.087 Palabras (25 Páginas)  •  222 Visitas

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TRABAJO FINAL DE PROBLEMATICAS DEL MUNDO MEDITERRANEO

ALUMNA: BENEDETTI

MATERIA CURSADA EN EL AÑO 2011.

TEMA: CONFORMACION DE LA DOCTRINA CATOLICA LUEGO DE LOS PRINCIPALES CONCILIOS ECUMENICOS Y SU RELACIÓN CON EL IMPERIO ROMANO COMO RELIGIÓN DE ESTADO.

INTRODUCCION.

En el presente trabajo me abocare al análisis de los principales Concilios Ecuménicos que dieron forma a la doctrina dogmatica de la Iglesia Católica. Dicho análisis tendrá como objetivo desarrollar no solo la estructura dogmatica de la Iglesia sino también desarrollar como ésta se fue conformando a partir de Teodosio I, como la religión del Imperio Romano.

Comenzare explicando el contexto en donde se producen estos hechos, haciendo una breve referencia fáctica para poder comprender mejor este proceso. Luego hare mención de los diferentes Concilios Ecuménicos celebrados para la formulación de la doctrina de la Fe Católica, para luego finalizar con la formación de la institucionalidad de la Iglesia dentro ya del Imperio Romano.

Contextualización:

El reconocimiento que se efectúa en el año 313 de la libertad religiosa por Constantino y Licinio, merced al llamado Edicto de Milán, pone de manifiesto al Cristianismo en situación de igualdad frente a las otras religiones.

“Nos, los emperadores Constantino y Licinio, habiéndonos reunido felizmente en Milán, y puesto en orden las cosas que pertenecen al bien común y a la seguridad pública, juzgamos que, entre las cosas, que han de beneficiar a todos los hombres, o que deben ser primero solucionadas, una de ellas es la observancia de la religión; debemos por consiguiente, dar, así los cristianos como a todos los otros, libre oportunidad para profesar la religión que cada uno desee (…)” .

Este es el paso previo a su transformación en religión oficial del imperio en virtud del Edicto de Tesalónica de 380. A partir de Teodosio I el Imperio Romano se convierte en un Estado confesional: la religión es impuesta por el poder público a sus súbditos, al tiempo que prohíbe el paganismo.

“Es nuestra voluntad que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia, profesen la religión que el divino apóstol Pedro, dio a los romanos, como lo pone de manifiesto incluso hasta hoy día la religión que el introdujo. (…)Esto significa,

Que según la disciplina apostólica y la doctrina evangélica, hemos de creer en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, con igual majestad y Santísima Trinidad. Ordenamos que solamente los que sigan esta regla sean llamados cristianos católicos” .

Este largo período que se abre con el Concilio de Nicea (año 325) y se concluye con el Concilio de Calcedonia (año 451). Es la época de esplendor en el desarrollo de la liturgia, que cristalizará en los diversos ritos que conocemos; la época de las grandes controversias teológicas, que obligan a un profundo estudio de la Revelación y permiten formular dogmáticamente la fe; la época, en fin, de un gigantesco esfuerzo por la completa evangelización del mundo antiguo. La fecha de clausura de este período, caracterizado por una gran unidad entre los dos pulmones de la Iglesia, Oriente y Occidente, es sólo simbólica, ya que el tránsito al siguiente período, con el progresivo alejamiento entre el cristianismo oriental y el occidental, se lleva a cabo poco a poco. La caída del Imperio Romano de Occidente (año 476) a causa de las invasiones bárbaras acentúa aún más este divorcio.

Con la llegada del siglo IV, nuevos panoramas se abren a la vida de la Iglesia. Después de casi tres siglos de persecuciones (la última, la más cruel, bajo el emperador Diocleciano, tuvo lugar a caballo entre los siglos III y IV), comienza un largo período de paz que facilitó extraordinariamente la expansión y desarrollo del Cristianismo. La fecha clave de este cambio se sitúa en el año 313, cuando el emperador Constantino, agradecido al Dios de los cristianos por la victoria militar alcanzada en el Puente Milvio, que le aseguró el dominio del Imperio, promulgó el Edicto de Milán, con el que quedaron revocadas las leyes contrarias a la Iglesia.

“(…). Después de invocar repetidamente la protección del Dios del Cielo y de su Hijo y Verbo, Salvador de todas las cosas, Jesucristo, se puso al frente de su ejército con la intención de devolver con su ayuda la libertad que los romanos habían recibido de sus antepasados”

A partir de entonces, el Cristianismo quedaba reconocido como religión y se permitía a sus adeptos trabajar en las estructuras del Estado. Más tarde, en tiempos del emperador Teodosio (año 380), que prohibió el culto pagano, el Cristianismo sería declarado religión oficial del Imperio .

Con la llegada de la paz religiosa, los cristianos pudieron edificar sus propias iglesias. Con la munificencia de Constantino se levantaron grandes basílicas en Roma (San Juan de Letrán, San Pedro, San Pablo) y en Palestina (Natividad en Belén, Santo Sepulcro y Monte de los Olivos, en Jerusalén) . Al mismo tiempo, se emprendió la evangelización progresiva de la gente del campo. El nombre de paganos, con el que aún hoy se designa a quienes no están bautizados, proviene precisamente de los habitantes de las zonas rurales (pagi, en latín), que seguían casi en su totalidad la antigua religión.

“Por otra parte, ¿Qué puede dolorosamente decirse de aquel error tan craso, de que celebren los días de las polillas y de los ratones y, si está permitido decirlo, de que el hombre cristiano venere como a un dios a ratones y polillas?”

En esta obra de evangelización destacaron los monjes, que dieron un testimonio elocuente de los ideales cristianos. Se distinguieron, en Oriente, San Antonio Abad considerado como el fundador del monaquismo, y San Basilio de Cesarea en Occidente, San Martín de Tours y San Benito.

Fuera de los territorios sometidos al Imperio Romano se propagó con fuerza el Cristianismo. Pero la onda evangelizadora estuvo condicionada por las divergencias doctrinales surgidas en este período en torno a los dos misterios centrales de la fe: el de la Santísima Trinidad y el de la Encarnación. Gracias al trabajo de los Padres de la Iglesia, y a los Concilios ecuménicos en los que los obispos se reunieron para dilucidar tan graves cuestiones teológicas, la fe salió indemne y robustecida; pero la expansión de la Iglesia sufrió retrasos. En efecto, mientras los francos (a finales del siglo IV) y los irlandeses (en la segunda mitad del siglo V) pasaron

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