ENSAYO LOS 100 MITOS
2 de Junio de 2014
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PRESENTACIÓN
Además de los derramamientos de sangre, podemos afirmar que la otra gran constante en la historia de México es la mentira. ¿Existirá alguna relación entre estas dos inclinaciones de los mexicanos? Es preciso que veamos de frente y sin prejuicios nuestro pasado. La falta de una buena memoria está ligada a la falta de una verdadera ciudadanía: será el conocimiento de nuestro pasado lo que nos ayudará a conformar una verdadera conciencia crítica y un horizonte promisorio hacia el cual dirigirnos. Los perversos mitos que difunde la historia oficial no deben impedirnos configurar una imagen justa de nosotros mismos, una imagen clara que enaltezca y destaque nuestra inteligencia y nuestra dignidad; pero es preciso que descorramos esos velos funestos que, en su empeño por hacer duradero el dominio de uno u otro grupo político, la historia oficial ha difundido irresponsablemente. Si la verdad nos hará libres, vayamos, sin tardanza alguna, a su encuentro.
Francisco Martín Moreno
LA VIRGEN DE GUADALUPE EXISTE
En diciembre de cada año millones de mexicanos se martirizan para rendir pleitesía a la patrona de México: algunos se hieren el cuerpo, otros caminan hasta el desfallecimiento y otros más avanzan de rodillas, a lo largo de la Calzada de los Misterios o frente al altar, con la esperanza de que sus problemas se resuelvan. Los peregrinos llegan de muchos lugares: la mayoría han caminado desde los rincones más remotos del país, otros proceden de los Estados Unidos o de Centroamérica. Los peregrinos llevan de la mano a sus parientes enfermos tal vez incurables, a sus hijos, o incluso a sus animales, para que sean bendecidos. Y mientras esto ocurre algunos artistas aprovechando la ocasión incrementan su popularidad cantándole “Las Mañanitas” a la Guadalupana. Los peregrinos se gastan lo que no tienen durante el viaje y terminan de empobrecerse cuando depositan en los cepos las monedas que ganaron sudando sangre. Las arcas de la basílica reciben toneladas de monedas, billetes de todas las denominaciones, la mayoría extraídos de un desgastadísimo paliacate, y hasta cheques con olor a lavanda inglesa. El destino de estas sumas de dinero siempre ha sido incierto, aunque la vida de los abades de la basílica, por lo general, ha distado mucho del ideal franciscano, que exige votos de pobreza, de castidad y de humildad (¿pero quién los practica hoy en día, sobre todo el de la castidad?) Oficialmente, la virgen de Guadalupe merece esta veneración y más: ella guió al cura Miguel Hidalgo en su lucha por la libertad, también le dio nombre al plan que enarboló Venustiano Carranza en contra de Victoriano Huerta y bendijo la lucha zapatista; asimismo, se dice, ella ha realizado un sinnúmero de milagros en favor de sus fieles devotos... Sin embargo, los mexicanos —en este y en otros casos en realidad sólo se arrodillan ante un mito que es necesario develar.
LOS PROTAGONISTAS: LA PRIMERA MENTIRA
Adentrémonos por un momento en la historia oficial del aparicionismo. En el Nican mopohua —el documento más importante del mito guadalupano se afirma que en diciembre de 1531 la virgen se le reveló a Juan Diego, y que le encomendó encontrarse con fray Juan de Zumárraga para que el entonces obispo ordenara la construcción de su “casita sagrada”. La crónica de los hechos también nos dice que el sacerdote no le creyó a Juan Diego y que le exigió una prueba de sus dichos; así, unos días después el indígena volvió a presentarse ante Zumárraga y desplegó su ayate, de donde cayeron cientos de rosas, dejando ver la imagen que la divinidad había pintado en la burda tela. El milagro se había realizado y la aparición de la virgen se convirtió en una verdad a toda prueba. Hasta aquí parecería que no hay falsedad, pero un análisis histórico de estos hechos revela cuando menos dos graves mentiras: Zumárraga, uno de los clérigos que estuvo a punto de perder su cargo por asesinar indígenas, nunca creyó en la aparición ni dejó prueba de ella, pues en su Regía cristiana, libro que publicó dieciséis años después de los hechos narrados en el Nican mopohua escribió algunas palabras que ponen en entredicho el milagro del Tepeyac: “¿Por qué ya no ocurren milagros? [...] porque piensa el Redentor del mundo que ya no son menester”. Si fray Juan de Zumárraga hubiera atestiguado la aparición guadalupana un milagro más allá de todas las suspicacias— no habría afirmado que “ya no ocurren milagros” y habría dedicado muchas páginas a la defensa de la aparición, algo que nunca hizo. Zumárraga, a pesar de los afanes de la alta jerarquía católica, deseosa de exterminar a las deidades precolombinas, queda descartado como protagonista de los hechos: él mismo negó la existencia de los milagros y nunca escribió una sola palabra sobre la Guadalupana. Pasemos a la segunda mentira: si el Nican mopohua dice la verdad, Juan Diego sí existió y su tilma prueba el milagro. Sin embargo, durante más de tres siglos los historiadores guadalupanos no han logrado ponerse de acuerdo en tres hechos cruciales: 1) dónde nació este indígena, pues el lugar de su alumbramiento se lo han disputado Cuautitlán, San Juanico, Tulpetlac y Tlatelolco, 2) cuándo nació, pues nunca se ha encontrado su fe de bautizo ni tampoco un solo documento contemporáneo que dé cuenta de él, y 3) si en verdad existió el personaje, pues en 1982 Sandro Corradinni, el relator de la Congregación para la Causa de los Santos, sostuvo que: “de Juan Diego no hay nada. La virgen de Guadalupe es un mito con el que los franciscanos evangelizaron a México. Juan Diego no existió” (revista Proceso núm. 699). Contra lo que podría suponerse, las dudas sobre la existencia de Juan Diego no fueron presentadas sólo por la Congregación para la Causa de los Santos: en la propia basílica, monseñor Schulemburg se opuso a la canonización del indígena con un argumento que fue muy criticado: se podía ser guadalupano sin creer en la aparición ni en la existencia de Juan Diego. Aunque la opinión de Schulemburg debido a su condición de abad del templo puede ser puesta en entredicho, no puede hacerse lo mismo con los argumentos de uno de los principales intelectuales de la iglesia católica de nuestro país: Miguel Olimón No lasco, quien negó la existencia de Juan Diego con un argumento digno de ser transcrito: primero se tomó la decisión de canonizarlo a como diera lugar y después se acomodaron las piezas para respaldar con supuestas pruebas históricas su existencia y milagros. Los encargados de llevar a buen fin la causa de Juan Diego hicieron lo que los buenos historiadores no deben hacer: recurrieron a lo que E.H. Carr, en su clásico ¿Qué es la historia?, llama el método de tijeras y engrudo, consistente en recortar de aquí y allá y pegar lo recortado para que aparezca como un todo armonioso para así demostrar lo que a uno le venga en gana (diario La Jornada 23 de enero de 2002).La conclusión es clara, indubitable: los propios sacerdotes guadalupanos no creen en la aparición ni en la existencia tic Juan Diego. Efectivamente, si Zumárraga no dejó una sola palabra escrita sobre la aparición y desconfiaba de los milagros, y si Juan Diego según las autoridades eclesiásticas que fueron silenciadas para lograr la santificación del indígena tampoco existió, no queda más remedio que asumir que las apariciones del Tepeyac son un mito.
LA TILMA: LA SEGUNDA MENTIRA
A pesar de lo anterior, algunos historiadores del clero me dirán que aunque Zumárraga y Juan Diego nada tuvieron que ver con el mito, la aparición es verdadera, como lo demuestra la tilma. Sin embargo, para su desgracia, el ayate que supuestamente perteneció a Juan Diego tampoco resiste el más mínimo análisis del sentido común y de la historia. Veamos por qué: en la época en que ocurrió la supuesta aparición, los indígenas más pobres seguían usando tilmas o ayates para vestirse. Esta prenda, que se anudaban sobre uno de sus hombros y que les llegaba abajo de las rodillas, generalmente se fabricaba con fibras de maguey. Si Juan Diego existió, con toda seguridad usó una tilma, pero es un hecho que nunca hubiera podido ponerse la tilma que muestra la imagen de la guadalupana, dado que el “ayate” que se exhibe en la basílica mide casi 1.80 metros de alto, es decir que Juan Diego tendría que haber medido casi 2.5 metros de estatura para no arrastrarlo.
Pero los problemas de la tilma no se reducen al desafío del sentido común: el supuesto ayate, a diferencia de uno verdadero, no fue tejido con fibras de ixtle o de agave: en 1982 a petición del entonces abad de la basílica el director del Centro Nacional de Registro y Conservación para Obra Mueble del INBA examinó la tela y descubrió que sus fibras son de lino y cáñamo, lo cual demuestra que no se trata de un burdo ayate, sino de un lienzo de gran calidad y de altísimo valor. Asimismo, las investigaciones revelaron que la supuesta tilma de Juan Diego no fue una prenda de vestir, sino un lienzo preparado para ser pintado, pues tiene una base de sulfato de calcio sobre la cual se aplicaron pinturas al temple.
Por si lo anterior no fuera suficiente, en 1556 año en que se escribió el Nican mopohua se declaró que la supuesta tilma “la pintó un indio el año pasado”. Muy probablemente el indígena en cuestión fue Marcos Cipac de Aquino, quien aprendió su oficio bajo la tutela de fray Pedro de Gante y cuyas obras aún se conservan en los conventos franciscanos de San Francisco y Huejotzingo. En 1934 el pintor Jorge González Camarena decidió comprobar aquella afirmación y comparó dos obras de Marcos Cipac —La Virgen de la Letanía (ca. 1531) y el ayate de la virgen de Guadalupe (1555) —, llegando a una conclusión similar a la que se asienta
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