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Educacion Jesuita

danielitho21 de Septiembre de 2011

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Educación jesuita

El jesuita prefiere los actos a las contemplaciones, no fomenta la exageración en el ascetismo y hasta parece relegar a segundo término las prácticas inconscientes y rutinarias; pero con su sistema esencialmente depresivo de la dignidad, con su doctrina de la obediencia pasiva, forma hombres sin verdadera voluntad ni verdadero carácter, déspotas hasta la autocracia cuando mandan, humildes hasta la bajeza cuando obedecen. Como los jesuitas reducen su ideal a convertir la Humanidad en un solo rebaño regido por un solo pastor, amputan cerebralmente a las muchedumbres para quitarles la posibilidad de erguirse y emanciparse.

Con el jesuita reina la moral de apariencias, la moral que bajo una costra sana esconde un fondo enfermo, la moral de reticencias y duplicidades, la moral que se propone no tanto corregir las malas acciones como evitar o disminuir el escándalo. No importan mucho los actos de Caín, con tal de velarse con la sonrisa de Abel.

a) La educación informal

Además del sistema escolarizado, los jesuitas ejercían otros ministerios encaminados más bien a la enseñanza informal, misma que se consolidaba a través de la prédica, los sermones, la confesión, los ejercicios espirituales, las visitas a cárceles y hospitales. Los encargados de realizar estas actividades eran sacerdotes concentrados en las Casas Profesa de la compañía.

Las Casas Profesa contaban con un templo y alojaban a los sacerdotes que ya habían emitido los cuatro votos: pobreza, castidad, obediencia y el cuarto —muy importante—, la obediencia al Papa y estaban exentos de la docencia escolarizada. Otra característica de estos sitios, era que no debían poseer bienes propios, “sino que se ha de sustentar de sola limosna”,(3) razón por la cual sólo se fundaban en ciudades populosas como la ciudad de México. De aquí salían también aquellos que eran enviados a las misiones para convertir a los paganos, principalmente en la zona norte de México.

b) La fundación de los colegios

Pasados los dos años, la Compañía inició aquella tarea para la que fue convocada, “la buena educación de los jóvenes” mediante la apertura de escuelas públicas que pretendían acabar así, con la “ociosidad y los vicios” de los mismos.

En 1574 se pusieron en marcha los trabajos del Colegio de San Pedro y San Pablo, en la sede del Virreinato. Para ello solicitaron donaciones, pidiendo a quien no tuviera herederos y quisiera emplear bien sus riquezas, dispensara recursos para educar y fundar colegios y colegiaturas, se convertirían así en señores, perpetuamente, con títulos de patronazgo(4).

Debido al éxito de este centro educativo, se erigieron otros dos, el de San Bernardo y el de San Miguel, mismos que una vez transcurrido el tiempo se fundarían para dar lugar al Colegio de San Ildefonso, que más tarde sería el principal en la ciudad de México.

En casi todos sus planteles, los jesuitas incluían el estudio de humanidades con la gramática latina como fundamento, puesto que su conocimiento era básico para la lectura de textos filosóficos, jurídicos y religiosos, tanto para aquellos que irían a la universidad, como para los que seguirían la vida eclesiástica. También se impartían preceptiva literaria y retórica. Por lo que hace a las artes, estaban presentes: lógica, matemáticas, ciencias físicas y teología.

Los jóvenes que asistían a los colegios eran principalmente aristócratas, aunque también ingresaban de bajos recursos; algunos procedían de otras ciudades donde no se contaba con colegios de nivel intermedio. Los estudiantes podían ser internos y medio internos, dependiendo de los recursos y la procedencia. El número de escolares variaba de un colegio a otro, el de San Ildefonso, por ejemplo, llegó a contar con treinta.

La Compañía de Jesús fundó aproximadamente 16 colegios

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