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El Marxismo En El Siglo Xx


Enviado por   •  12 de Marzo de 2014  •  6.403 Palabras (26 Páginas)  •  643 Visitas

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EL MARXISMO EN EL SIGLO XX.

I: DESNATURALIZACIÓN Y DOGMATISMO

La evolución del materialismo histórico —y de la práctica historiográfica nacida de él— entre la muerte de Engels (1895) y nuestros días puede considerarse enmarcada en un doble proceso de desnaturalización y de recuperación. Aunque ambos aspectos son en buena medida simultáneos, ha parecido que convenía aquí separarlos y comenzar por el que se inició primero: la progresiva desnaturalización del pensamiento histórico marxista de la Segunda Internacional y la fosilización dogmática del de la Tercera, culminada en el estalinismo y prolongada por las corrientes contemporáneas del estructuralismo marxista.

Para comprender la primera etapa de este proceso, lo que hemos calificado de desnaturalización, es preciso partir de un conjunto de cambios históricos que tuvieron una fuerte influencia en la llamada «crisis del marxismo» de los años de fines del siglo XIX. El primero fue la situación objetiva del capitalismo europeo, que vivió entonces un momento de auge, superando la crisis de las décadas precedentes, con lo que parecía que su previsto colapso se retrasaba indefinidamente, a la par que se veían surgir nuevos rasgos que explicaban esta supervivencia, como el desarrollo del capitalismo financiero y la expansión imperialista. Por otra parte, el sistema parecía' estar aprendiendo a convivir con un movimiento obrero cada vez más inclinado al economicismo sindicalista —a la obtención inmediata de beneficios por la vía de la negociación— y ello parecía' alejar la inminencia de un choque abierto entre burguesía y proletariado. El caso más impresionante de esta desmovilización fue, sin

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duda, el de la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX, donde desapareció toda perspectiva de amenaza revolucionaria. Una actuación que combinaba sabiamente las medidas de represión con las de integración —culminada con la política de reformas del partido liberal a comienzos del siglo XX— permitió lograr que el movimiento sindical más poderoso del mundo entrase decididamente por una vía negociadora, con lo que las esperanzas socialistas se desvanecieron, a partir de 1895, y el terreno quedó libre para el llamado socialismo fabiano, que propugnaba una visión evolutiva de la historia —contra la de la lucha de clases del marxismo— como base racionalizadora de una práctica reformista que había de hacer posible que el socialismo se alcanzase de manera gradual y pacífica.1

Estos cambios se presentaron con caracteres singulares en Alemania, donde al crecimiento económico se sumaba la modificación de las relaciones entre gobierno y movimiento obrero, al abolirse las leyes de Bismarck contra los socialistas e iniciarse el ascenso en afiliación y votos de la socialdemocracia. En este contexto, con un partido socialista que había optado por la lucha parlamentaria en lugar de por la revolución, se produjo la discusión acerca del revisionismo, iniciada por Eduard Bernstein (1850-1932) con la publicación, desde 1896, de una serie de artículos sobre «Problemas del socialismo», reunidos en su libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, en 1899. Bernstein defendía la idea de un socialismo evolucionista que tomase el estado por la vía parlamentaria, «para utilizarlo como palanca de la reforma social hasta que alcance finalmente un carácter completamente socialista», y planteaba la necesidad de revisar o abandonar determinados conceptos fundamentales del marxismo, desde su teoría del valor hasta la interpretación materialista de la historia. El escándalo que produjo el libro de Bernstein, contra el cual se alinearon la mayor parte de las grandes figuras de la Segunda Internacional, ocultó entonces que lo único que había hecho era denunciar la necesidad de revisar la doctrina revolucionaria del marxismo para poder ajustarla coherentemente a una práctica política reformista. Porque el carácter reformista y evolutivo del socialismo europeo en estos años no ofrece duda alguna. Contra todas las indignaciones que suscitó, hay que reconocer que Bernstein tenía razón. La concepción de la historia de Marx y su análisis del capitalismo correspondían a un proyecto social de carácter revolucionario. A un proyecto reformista, como el que

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ahora se había adoptado, le correspondían una visión evolutiva del pasado —a la manera de la de los fabianos, que habían ejercido fuerte influencia sobre Bernstein— y un análisis del capitalismo contemporáneo que permitiese albergar esperanzas de su transformación. Y tampoco se le puede negar razón cuando pretendía apoyarse en algunos de los textos del Engels maduro, y en especial en sus cartas acerca de la historia, que estaban destinadas, en principio, a atacar ciertas visiones esquemáticas, pero en las que podía advertirse un neto retroceso respecto de la insistencia en el papel de la lucha de clases.2

Bernstein podía tener razón, pero la socialdemocracia alemana, y los partidos de la Segunda Internacional en su conjunto, deseaban seguir conservando los aspectos revolucionarios del marxismo como un elemento de legitimación.*A una concepción de la historia que no se discutía, pero que tampoco se empleaba, se le añadía ahora una visión renovada de la crítica del capitalismo, adaptada a los cambios que se habían registrado en éste —capitalismo financiero y expansión imperialista—, y a estas dos piezas se agregaba una práctica reformista —una acción real y cotidiana, no teorizada claramente, como habían pedido Bernstein o los fabianos, porque resultaba incompatible con las otras piezas del sistema socialdemócrata— y una visión del socialismo como algo que había de alcanzarse en el porvenir, como fruto de una evolución en que el peso de las transformaciones económicas y del avance de la conciencia de clase del proletariado habían de conducir fatalmente a la liquidación del capitalismo. No es difícil advertir estos rasgos en el caso de la social

* Gaetano Arfé nos explica que una de las razones fundamentales que decidieron a los socialistas italianos a oponerse al revisionismo de Bernstein —pese a que en estos momentos su práctica política no podía ser más reformista y menos revolucionaria— fue la de evitar el desconcierto de los afiliados. «Una cierta ortodoxia formal tiene sus razones de ser en un partido todavía joven e ideológicamente muy diverso.» Una cosa era ir actualizando y adaptando el marxismo a las circunstancias contemporáneas —y, entre ellas, a la política de un Turati, coherente con sus postulados de «una lenta y gradual transformación» de la sociedad—

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