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El cuento


Enviado por   •  12 de Julio de 2013  •  2.304 Palabras (10 Páginas)  •  240 Visitas

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El cuento es, según mi opinión, y espero que según la de muchas personas, un género literario definido, es decir, un género que posee procedimientos, valores y dimensión propios, dimensión, valores y procedimientos que no pueden ser eludidos sin desvirtuar el genero. El cuento es una obra literaria en que se presenta, se desarrolla y soluciona -por medio de infinitos procedimientos- un asunto o tema que requiere presentación, desarrollo y solución, características que, según todos sabemos, no todos los asuntos o temas tienen. Superficialmente, puede ser comparado a una operación aritmética, a una división, por ejemplo, o a un problema de división que se resuelve ante nuestros ojos. Tiene, como la división, factores que deben producir un resultado. Pero la comparación, como he dicho, es meramente superficial. En tanto que en la división se opera siempre de un modo rígido, inscribiendo o conociendo primero los factores y sacando de ellos después un inflexible e inmutable producto, en el cuento se puede operar de infinitas maneras, presentando, por ejemplo, primero el cuociente, después el divisor y finalmente el dividendo, o vice-versa, sin que el lector sepa, al principio, cuál es uno y cuál es otro y sin que el cuociente sea o deba ser, como es la división, uno solo, inflexible e inmutable. Cuando se habla de una operación aritmética se dice que en ella el orden de los factores no altera el producto; en el cuento, por lo contrario, a pesar de la semejanza que por encima tiene con una operación aritmética, nada es seguro, ni los factores, ni el orden ni el producto. No se trata ya de números; se trata de seres humanos. El autor puede descomponer caprichosamente los factores y colocarlos en el orden que se le ocurra, y nadie, al empezar a leer un cuento, podrá saber en qué forma reaccionarán sobre si mismos o entre si ni cuál será el resultado.

La forma de presentar y realizar la operación, el procedimiento, depende nada más que del escritor, de su temperamento, de su estructura mental, de su ritmo personal; en una palabra, y como en todas las obras de creación, de todas aquellas categorías espirituales que componen su facultad creadora. Pero ese procedimiento exige, además de las condiciones naturales que el escritor posee, algo que no forma parte de esas condiciones sino externamente, vale decir, algo que opera desde afuera y en forma consciente. En buen romance: exige un truco, una trampa. Todo verdadero cuento contiene una fórmula que está destinada a sorprender al lector y esa fórmula consiste en presentarle los hechos de manera que al final resulte lo que él menos se espera. Un modelo de cuento podría ser uno de Kipling, conocido con el titulo de “La oveja negra”. En él se trata de un niño que es presentado como indolente, descuidado y malo. En tanto que sus hermanos se portan de modo correcto, comen bien en la mesa y se conducen en todas partes como caballeritos, él, la oveja negra, es sucio, desarreglado y torpe; en la mesa da vuelta las copas y se vierte la comida sobre las ropas o la derrama sobre el mantel; si camina o corre por las habitaciones de su casa o las aulas del colegio, rompe los jarrones, derriba las sillas o quiebra los vidrios. Los padres se desesperan y se preguntan por que ese niño tiene una índole tan perversa. Se le reprende, se le castiga, pero sin ningún resultado. El niño continúa su misma conducta. Y un día, por una circunstancia que no recuerdo, pero que da lo mismo, pues puede servir cualquiera, los padres descubren a qué se debe el proceder del niño: el pobrecillo es miope, casi ciego.

El truco es evidente: primero sentimos la antipatía que puede producir semejante carácter y la compasión que inspiran unos padres tan desgraciados, y después, sin esperarlo, el dolor de una verdad terrible. La reacción es intensa y el cuento nos parece magnífico, como en realidad lo es. Pero el truco no es ni ha sido nunca artístico; es algo mecánico, más que mecánico, artificioso, y de ahí que el cuento, considerado específicamente y en comparación con los otros géneros literarios, resulte un género inferior, inferior a la novela, por supuesto, e inferior también a la narración.

La mayor o menor finura que se use en el procedimiento, la mayor o menor inteligencia con que se organice el truco, se preparen los elementos fundamentales y se presente el final, unido todo al mayor o menor talento literario del autor, harán mayor o menor la eficacia emotiva del cuento.

Respecto a su dimensión no hay mucho que decir. Cuando alguien, refiriéndose a un trabajo literario, dice: es un cuento largo o una novela corta, no dice nada exacto. Un cuento, por muy largo que sea, no podrá ser jamás una novela, así como una novela, por corta que sea, no será jamás un cuento. Ambos géneros tienen procedimientos diversos, diversos valores y diversa finalidad. El cuento, por lo demás, no puede ser nunca extenso; la extensión le hace perder calidad y eficacia.

Históricamente, el cuento es un género nuevo, novísimo, imposible de encontrar en los clásicos de ningún país. Los textos de consulta citan algunos autores de obras que llevan por titulo el de “Cuento” o “Cuentos”, pero, en realidad, en esas obras no se trata del cuento tal como debemos estimarlo, sino de otras producciones, literarias o no, tales como narraciones, fábulas, anécdotas, chascarrillos, historietas, etcétera. La palabra “Cuento” o “Cuentos” se encuentra, por otra parte, en el titulo de algunas obras famosas de la literatura universal, pero en estas obras, menos que en las anteriores, se encuentra nada que tenga que ver con el cuento. Entre ellas se pueden citar “Cuento de Invierno”, comedia de Shakespeare; otra de igual titulo, del gran poeta Heine, en que se narran las impresiones de un viaje a través de Alemania; otra del escritor inglés Swift, “Cuento del tonel”, que no es más que una sátira alegórica; una de Alfredo de Musset, “Cuentos de España y de Italia”, que constituye el primer tomo de poesías publicado por este poeta, y para terminar, “Cuentos”, de Hoffmann, que no son más que narraciones fantásticas.

Entre las obras en que tal vez podrían encontrarse algunos rasgos del verdadero cuento, pero, claro está sin las características literarias del género, pueden citarse, en la antigüedad, la titulada “Cuentos milesianos”, colección de cuentos, narraciones y relatos de aventuras a menudo licenciosas, muy en boga allá por el siglo dos antes de Jesucristo. (Supongo que me perdonarán este arrebato de erudición, que he pedido prestado a la última edición del Gran Larousse). En la Edad Media encontramos a Bocacio, con su “Decamerón”, colección de narraciones sin duda tan licenciosas o más que las de los “Cuentos milesianos”. Después de Bocacio transcurren

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