El imperio de Maximiliano y Carlota.
Julio RosiquezBiografía20 de Abril de 2016
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Maximiliano y Carlota
Fernando Maximiliano, hermano del emperador de Austria Francisco José e hijo del archiduque Francisco Carlos y la archiduquesa Sofía, nació en el palacio de Schonbrunn el 6 de julio de 1832. Destinósele a la carrera de marina, cuyas nociones especiales, sin dejar de aplicarse con esmero al estudio de los clásicos. Hizo frecuentes viajes por Europa y otros países, con lo que aumento el caudal de sus conocimientos. A los diez y ocho años visito Grecia, y después Italia, España, Portugal. la isla Madera, Tánger y Argelia. En 1854 exploró el literal de la Albania y la Dalmacia, y después de permanecer un corto tiempo en Viena, con motivo de su nombramiento para el mando superior de la marina, salió de Trieste en el verano de 1955, y visito a Candía, Beyruth, el monte Líbano y recorrió las costas de Palestina. El año de 1856 lo empleó en sus excursiones por la Alemania septentrional, Bélgica y Holanda, después de haber visitado Francia y recibió durante 15 días la hospitalidad de Napoleón en Saint-Cloud En 1857 recorrió el Rhin, la Lombardía y la Italia Central; paso a Inglaterra, y de allí por segunda vez a Bélgica, en donde se casó con la princesa María Carlota Amalia, hija de Leopoldo I rey de los belgas y de la princesa Luisa de Orleans. Poco tiempo después partió para Sicilia, el Mediodía de España, las Canarias y Madera: en esta última isla dejo a su esposa mientras se embarcó para Brasil, tocando en los puntos de escala más importantes. Los conocimientos que había adquirido contribuyeron mucho a la reforma de la marina austriaca. Su hermano el emperador le confirió después el gobierno político y militar del reino de Lombardo Veneto, cargo que desempeñó durante dos años, haciéndose notar por su espíritu ilustrado y conciliador. Menciónanse con estos motivos varias mejoras que introdujo, tales como nombrar una comisión de catastro para la repartición equitativa de las contribuciones, preparar la exoneración de los feudos y diezmos suprimiendo el privilegio fiscal establecido en tiempo del primer Napoleón; mejorar la condición de los médicos concejales, y emprender algunas obras materiales de utilidad pública. El personal del archiduque era trazado por Gutiérrez Estrada, al fijar su elección en el archiduque Maximiliano para el trono de México, dice el abate Domenech, se imaginó Gutiérrez que las cualidades del príncipe bastaban para regenerar el país e imponerle un gobierno estable y fuerte. Fue un error: no se podía ni regenerar el país ni darle un gobierno fuerte con un príncipe débil, y desgraciadamente este príncipe era de una extrema debilidad de carácter. Creyó que México era una sucursal de Lombardía y que dando buenas leyes haría su dicha: esta ilusión le perdió. Fuera de sus ilusiones y sus debilidades de carácter, no era el príncipe el hombre de la situación. Cualidades exteriores de verdadero atractivo, una inteligencia viva, una gran facilidad de palabra, una amenidad superficial de relaciones, acababan de causar ilusión sobre la solidez del carácter que debía encontrarse bajo aquella feliz apariencia. Sin embargo, apenas se puso en obra, entregado a sí mismo y dueño absoluto de sus acciones, cuando apareció un hombre muy diferente a aquel a quien se creyó poder confiar la tarea de fundar un imperio. Ligero hasta la frivolidad, versátil hasta el capricho, incapaz de encadenamiento en las ideas como en conducta, a la vez irresoluto y obstinado, pronto a las aficiones pasajeras, sin apegarse a nada ni a nadie, enamorado sobre del cambio y del aparato, con grande horror a toda clase de molestias, inclinado a refugiarse en las pequeñeces para sustraerse a las obligaciones serias, comprometiendo su palabra y faltando a ella con igual inconsciencia, no teniendo por ultimo más experiencia y gusto de los negocios que sentimiento de las cosas graves de la vida, el príncipe encargado de reconstruir a México era, bajo todos aspectos, diametralmente opuesto a lo que habrían exigido el país y las circunstancias.
Desde principios de septiembre de 1861, hallándose en Biarritz don José Hidalgo y Almonte, y sabiendo el rompimiento de Francia e Inglaterra con México, así como los preparativos para la expedición tripartita, creyeron llegado el momento de realizar sus sueños monárquicos, y se fijaron en Maximiliano por dos poderosas razones: que en el plan de Iguala, proclamado por Iturbide, se llamaba al trono de México, entre otros, a un archiduque de la casa de Austria; el príncipe se apresuró a aceptar el ofrecimiento con las siguientes condiciones: que fuera llamado por el voto de la mayoría de los mexicanos; que lo aprobaran su hermano y su suegro, y que Francia ayudara con su ejército su marina hasta la consolidación del trono. Así fue como en menos de un mes quedo arreglado el establecimiento de la monarquía en México por obra y gracia de la intervención francesa.
El 15 de mayo se recibió en México la noticia de la aceptación de Maximiliano y del nombramiento del lugar teniente en Almonte, quien entro el 20 en desempeño de sus funciones, quedando disuelta la Regencia, que el día anterior expidió un largo manifiesto en que asentaba como base de la política que había seguido la necesidad de obsequiar las indicaciones y consejos de la intervención. Ya desde aquel momento no se pensó más que en arreglar el recibimiento del archiduque: tratabase de dar a la solemnidad un aire extraordinaria grandeza; y en verdad, si no tuvo mayor brillo, no fue por falta de deseo de los intervencionistas, ni por que se hubiese escatimado el dinero, que por otra parte no andaba muy abundante en el erario. EL 28 de mayo, a las dos de la tarde, llego la Novora al puerto de Veracruz; a las 5 entro Almonte en la Ciudad, e inmediatamente fue a bordo a saludar a su soberano, que recibió después al prefecto del departamento así como a las demás autoridades. Al entregar Almonte sus poderes, el archiduque le nombro gran mariscal del palacio, (función equivalente a una retirada de la dirección política del país) dice el abate Domenech. El 29 a las 6 de la mañana desembarcaron los príncipes con su respectivo cortejo, dirigiéndose luego a la estación de ferrocarril, después de recibir Maximiliano en la puerta principal del muelle las llaves de la ciudad, que le fueron presentadas en una bandeja de plata por el prefecto municipal. De mal agüero fue la impresión que tuvieron los nuevos gobernantes al pisar por primera vez el territorio mexicano; “la población recio tan fríamente a Maximiliano que la emperatriz se afectó hasta el punto de llorar” Esto dice Arrangoiz, atribuyendo tal frialdad a la circunstancia de que estaba dominada la ciudad por comerciantes extranjeros, los cuales eran enemigos del imperio porque temían que con el nuevo gobierno cesara el desorden producido por los frecuentes cambios políticos, que les proporcionaban la ocasión de hacer rápidas fortunas. Fácilmente se comprende lo insuficiente de esa explicación, pues ni los comerciantes extranjeros eran harto poderosas e influyentes en Veracruz para que lograsen sofocar, en caso de que hubiese existido, el entusiasmo espontáneo de la población, ni el estado de los negocios públicos en México podía inspirar el temor de que cesara un desorden, que nadie sentía mejor que el comercio. La verdad es que en el primero de nuestros puertos la población era en su casi totalidad enemiga del régimen monárquico, de tal suerte que los pocos intervencionistas que allí había no pudieron hacer una demostración que aparentase cierto carácter de popularidad.
Al desembarcar, expidió Maximiliano una proclama que comenzaba con estas palabras “¡Mexicanos! ¡Vos otros me habéis deseado; vuestra noble nación, por una mayoría espontanea, me ha designado para velar de hoy en adelante sobre vuestros destinos!”. Maximiliano procuraba darse ciertos populares esperando atraerse el afecto de la multitud : en córdoba sentó a su mesa a los alcaldeles indígenas de Amatlan y Calacahualco; en Orizaba, donde permaneció hasta el 3 de junio, visitó las escuelas, la cárcel y otros edificios públicos; recibió una comisión de indias en Naranjal, conducidas por el cura, que pronunciaron una arenga en idioma mexicano, la cual fue luego vertida al castellano por don Faustino Chimalpopoca. En Acultzingo los príncipes mole de guajolote, tortillas con chile y pulque. El 5 entraron a Puebla, deteniéndose allí hasta el día 8.
Maximiliano, pintan el país de casi todo adherido a la intervención a mediados de 1864 “Cuando Maximiliano desembarco en Veracruz”, dice Masseras, todas la ciudades, con excepción de dos o tres, se habían adherido a su causa y eran regidas en su nombre por municipalidades puramente mexicanas. Juárez y su gobierno no figuraban ya en la situación si no como un recuerdo. Las poblaciones, sorprendidas y encantadas de la seguridad que procuraba la intervención donde quiera que había pasado, se adherían rápidamente a un estado de cosas que les prometía un bienestar hasta entonces desconocido. Nuestras tropas se veían secundadas por contingentes mexicanos que iban creciendo día a día, y por milicias que les llevaban, con un concurso material, mediocremente eficaz tal vez, el efecto moral mucho más importante en su adhesión. Una porción importante del mismo partido liberal, desconcertado en su hostilidad, se preguntaba si el verdadero patriotismo no consistiría en inclinarse ante el hecho consumado para convertirle en provecho de la independencia y de los intereses, de la nación, en lugar de prolongar una lucha sin esperanza. Citase en apoyo de esta pintura de pura fantasía, una carta dirigida del Saltillo el 16 de Junio por don Manuel Sarcoma a Don Benito Juárez. Esta carta, en efecto, revela el terror pánico que se había apoderado de
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