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En Defensa De La República


Enviado por   •  15 de Febrero de 2013  •  1.355 Palabras (6 Páginas)  •  284 Visitas

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Revista Clío Marzo 2006

La experiencia de la Segunda República (1931-1939) ha quedado oscurecida por sus convulsiones políticas. Estas desdibujaron lo que fue un ambicioso proyecto de formación de amplias capas sociales que la sublevación militar frustró.

Josep Fontana, Catedrático emérito de Historia de la Universidad Pompeu Fabra

Si algo sorprende en la historia de la Segunda República española es lo mucho que intentó hacer en el poco tiempo que tuvo para ello, puesto que su etapa reformista se limita a dos años y medio (de 1931 a 1933). El nuevo régimen se estableció "sin causar víctimas ni daños", en medio de una alegría que no permitía prever cuán grandes iban a ser las dificultades que le crearía la hostilidad de un amplio espectro de fuerzas sociales que se propusieron, desde el primer momento, derribarlo por la fuerza.

Un texto publicado por un combatiente franquista en 1937 refleja esta actitud inicial: "En 1931 hubo cambio político en España, y de entonces acá fue creándose, y adquiriendo luego de día en día mayor ímpetu, la lucha de clases; en esta lucha llevábamos la peor parte las clases burguesas [...]. Era constante el comentario "esto no puede seguir así", y yo he de decir que desde el año 1931 estaba esperando que llegase el momento en que hubiéramos de jugárnoslo todo, absolutamente todo".

Unos comienzos difíciles

La república nació en plena crisis internacional, y consiguió dejar a España al margen del desastroso hundimiento de la economía mundial. En comparación con los desplomes de la producción y del empleo que se dieron en otros países, los índices españoles muestran una relativa estabilidad e incluso cierto crecimiento en algunos sectores, como consecuencia de que la mejora de la situación de los asalariados hizo posible un aumento de su capacidad de consumo.

Aunque, como escribió Manuel Azaña, "la obra legislativa y de gobierno de la República arrancó de los principios clásicos de la democracia liberal", se apartó inicialmente de ellos por la conciencia de que era necesario intervenir para hacer frente a las consecuencias de la crisis. Había que hacerlo, sobre todo, en lo referente a las condiciones de vida de la población trabajadora, en momentos de paro y de conflicto. "Con socialistas o sin socialistas -añade Azaña-, ningún régimen que atienda al deber de procurar a sus súbditos unas condiciones de vida medianamente humanas podía dejar las cosas en la situación en que las halló la República".

Falló, posiblemente, en otros aspectos, como en la política agraria, con una reforma de la propiedad que hasta 1936 apenas había realizado nada, ya que, como dijo el anarquista italiano Camilo Berneri, "fue aplicada en dosis homeopáticas", y con el error de no haber entendido que no solo existía la España del latifundio, sino también la de los pequeños y medianos productores de trigo, cuyos problemas no supo atender, lo que los puso del lado de sus enemigos.

La educación, un factor transformador

Se suele olvidar, sin embargo, que la parte esencial de su programa residía en su proyecto de transformar la sociedad a través de la educación, por lo que deberíamos valorar lo que hizo esencialmente en estos términos. La república se encontró con un gran déficit de escuelas y de maestros, al que se enfrentó formando millares de nuevos maestros y construyendo numerosas escuelas. No bastaba con esto, pero si hubiera seguido por ese camino unos años más, habría cambiado el panorama educativo del país.

Este interés por elevar la instrucción iba más allá de la escuela y se manifestó también en sus esfuerzos por difundir la cultura entre los adultos, con las misiones pedagógicas, con la creación de bibliotecas públicas o con campañas de teatro popular inspiradas por Alejandro Casona y por Federico García Lorca. Estos reformistas ingenuos no habían entendido, sin embargo, la primera regla que todo revolucionario, de derechas o de izquierdas, debe saber: que lo esencial es asegurarse el poder, y que la transformación de la sociedad vendrá, si ha de venir, más tarde.

Una población ampliamente escolarizada, con una educación razonadora y laica, y unos sindicatos que garantizasen a los trabajadores

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