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Evaluacion De Programas Educativos


Enviado por   •  14 de Abril de 2015  •  1.182 Palabras (5 Páginas)  •  218 Visitas

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Introducción

En México, el movimiento estudiantil de 1968 centró su combate y, por consiguiente, sus demandas concretas y sus propuestas de transformación contra el autoritarismo del Estado, la ausencia de canales para la expresión de las opiniones y expectativas de los jóvenes de entonces, la inexistencia de controles y contrapesos sobre la acción gubernamental, la corrupción de las agencias políticas encargadas de la representación y el procesamiento del interés público, entre otras. En una palabra: la ausencia de democracia.

Una demanda adicional, el deslindamiento de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades por conducto de la policía, granaderos y ejército, terminaría por cumplir una función central en la orientación política del movimiento.

Política educativa y el movimiento de 1968

Se ha escrito menos sobre el tema de los efectos educativos del movimiento, aunque tampoco ha pasado inadvertido. En parte es comprensible porque el estudiantado no levantó demandas explícitas sobre ese terreno, como sí fue el caso de otras movilizaciones universitarias contemporáneas, el Mayo francés, para no ir más lejos.

La esencia del 68 mexicano se sintetiza en el lema de libertades democráticas, ampliamente difundido entonces, pero no en expresiones de transformación de las instituciones educativas. Sin embargo, es decir, sin habérselo propuesto sus dirigentes en la coyuntura, el impacto educativo del 68 fue muy grande y de consecuencias a largo plazo.

En primer lugar porque el control de daños que pretendió el gobierno, en el último año de Gustavo Díaz Ordaz y en los primeros de Luis Echeverría Álvarez, tomó ese cariz, diagnosticar como un problema de educación la raíz de la inconformidad de los estudiantes contra el régimen. Así, Díaz Ordaz, en su informe presidencial de septiembre de 1968, se permitía decir:

Examinemos ahora brevemente el verdadero fondo del problema: la urgencia de una reforma educacional. La concepción general en que se apoya la educación mexicana sólo responde, en parte, a los apremios de nuestro tiempo y no ha logrado aplicarla cabalmente .Se requiere seleccionar los conocimientos necesarios y proporcionarlos al educando coordinadamente, adoptar métodos pedagógicos modernos, eliminar obsoletos programas demasiado minuciosos y sustituirlos por otros de menos cantidad, de más calidad. Debemos enseñar a pensar, a entender, a actuar, a tolerar, y lo que es muy importante, enseñar a aprender.

No sobra recordar que hacia esas fechas Édgar Fauré, que en 1972 encabezaría la comisión de UNESCO que elaboró el influyente informe titulado Aprender a ser, desempeñaba el cargo de ministro de Educación en Francia y que, desde esa posición, había encauzado la respuesta pedagógica al conflicto universitario en esas latitudes. Por ello, en las palabras del informe de Díaz Ordaz se distingue el eco de la respuesta dada por el gobierno de Charles de Gaulle a los rebeldes de Nanterre y París.

Por su parte, cuando Echeverría asume la Presidencia de la República en diciembre de 1970, asume con prontitud la respuesta educativa del conflicto. En su discurso de toma de posesión hace el anuncio de una reforma educativa a iniciarse:

Una auténtica reforma educativa exige revisar, profunda y permanentemente, los objetivos, los conceptos y las técnicas que guían la docencia La reforma que iniciaremos surgirá de cada aula y estará fundada en la veracidad y en el diálogo Ningún pueblo puede desenvolverse en plenitud, atenido exclusivamente a los conocimientos ajenos, ni decidir su futuro por sí mismo mientras factores externos sean capaces de frenar o distorsionar, en cualquier momento, su proceso de desarrollo. Cobra así nueva vigencia un antiguo principio, según el cual, se es libre por el saber.

La reforma educativa en el sexenio de Echeverría, coordinada por el secretario de Educación Víctor Bravo Ahuja, planteó un extenso conjunto de cambios en prácticamente todas las áreas del sistema: expansión de la capacidad instalada de educación básica y secundaria, un notable crecimiento de la matrícula en los niveles de educación media y superior, atención educativa a la población de adultos, actualización de métodos de enseñanza, reestructuración curricular y reorientación de contenidos educativos, y reorganización administrativa y descentralización institucional. Un punto culminante del proceso ocurrió mediante la expedición de la Ley Federal de Educación (LFE) de 1973, en reemplazo de la anterior Ley Orgánica de la Educación Pública de 1941.

Lo más importante, sin embargo, radica en que tanto la disposición gubernamental para renovar la estructura y orientación del sistema educativo, como la estrategia política del Ejecutivo en el sentido de restañar la fractura de legitimidad sufrida mediante una acotada apertura democrática, abrieron un espacio de oportunidad para que intelectuales, educadores, académicos, y en general la juventud ilustrada de la generación 68 pudiera expresarse e impulsar proyectos e inquietudes en los límites del claustro universitario.

En este sentido, resultan emblemáticos los proyectos impulsados en el breve periodo rectoral del doctor Pablo González Casanova al frente de la UNAM: el Colegio de Ciencias y Humanidades, la Universidad Abierta, y la renovación de la extensión universitaria. Asimismo, la creación de nuevas instituciones como el Colegio de Bachilleres y la Universidad Autónoma Metropolitana (1973), la transformación de las escuelas vocacionales del IPN en Centros de Estudios Científicos y Tecnológicos (Cecyt) e, incluso, la creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) en 1970.

La irrupción de los sesentayocheros en esos y otros espacios educativos tendría consecuencias inmediatas, directas y renovadoras. En el plano propiamente educativo, una generalizada visión de cambio, modernización y puesta al día del currículum y las prácticas, en particular la relación entre profesores y estudiantes. Baste recordar, dato que puede parecer increíble a estas alturas, que el promedio de edad de los profesores del CCH en 1971, año de creación de esa institución, rondaba los 25 años. Otro tanto ocurriría en el Colegio de Bachilleres y la UAM. Un pujante sindicalismo universitario independiente, con la inédita presencia de la corporación académica en sus filas, abriría un nuevo frente político en las universidades, con consecuencias positivas, negativas y mixtas, según se mire a la distancia, en el trayecto de las instituciones. Y sobre todo, una nueva perspectiva de las responsabilidades sociales de las universidades.

Conclusión

El 10 de junio de 1971 el gobierno de Echeverría dejó en claro los límites de la apertura democrática. La represión a la marcha estudiantil de esa fecha fue un mensaje a la vez claro y terrible sobre la verdadera disposición del Estado a la protesta: en los linderos del campus habría tolerancia y aún apoyo para la incorporación de los jóvenes en las tareas públicas. Fuera de éste, la regla consabida.

También el manejo gubernamental del conflicto de la UNAM en 1972 dejó en evidencia que el respaldo del Estado a la autoridad universitaria tenía límites políticos condicionados por la eficacia de los resultados: cualquier posibilidad de desbordamiento sería contenida por las vías tradicionales.

A pesar de todo, la semilla de cambio sembrada en los días de 1968 fructificaría en varios aspectos: el juego político, la cultura y cosmovisión de la juventud, su compromiso social, la idea de que el cambio es posible, y la perspectiva según la cual la democracia es un valor fundamental para impulsar el desarrollo de la sociedad como un todo, forman parte de ese legado. Hoy, a cuarenta años de distancia, vale la pena enfatizarlo de nuevo.

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