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Historia De Mexico


Enviado por   •  19 de Mayo de 2015  •  9.678 Palabras (39 Páginas)  •  152 Visitas

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Introducción

¿Por qué si en 1808 se habían sentado las bases estructurales económicas, políticas y sociales para que México se convirtiera en una potencia mundial capitalista, en sólo once años se convirtió en todo lo contrario?

Este ensayo pretende dar contestación a esa pregunta partiendo del supuesto de que en alguna parte de la historia se cometió un error que habría de transformar toda la estructura económica, política y social, de tal forma que todavía el país se encuentre arrastrando una gran cantidad de herencias coloniales. Obviamente, si en 1821 el país se encontraba en condiciones desastrosas en todos los aspectos, con una enorme diferencia a once años atrás en que toda la economía mundial dependía de éste, la respuesta se encuentra en ese pequeño periodo, "la guerra de Independencia".

Para realizar esta investigación se recurrió al método de la sociología comprensiva de Max Weber, basada en un tipo ideal que fuese capaz de ser aplicado al proceso social durante ese período, y descubrir el porqué no existió una racionalidad capitalista entre la época colonial y el México independiente. En este caso se utilizaron como tipos ideales; la Revolución Francesa que, sin hacer un estudio comparativo en este ensayo, me ayudó a entender el papel tan importante que desempeñó la burguesía en el caso francés. El segundo tipo ideal, y el más importante, es el proceso de acumulación originaria de capital, entendido como "...el período histórico de separación entre los medios de producción y el productor directo con la consecuente liberación de la fuerza de trabajo", que ha sido secreto último de las grandes potencias mundiales capitalistas. Así mismo el valor metodológico que tiene para comprender la transformación de la fórmula Mercancía-Dinero-Mercancía en Dinero-Mercancía-D’Plusvalía y la consecuente comprensión de la transformación del capitalismo mercantil en capitalismo-propiamente-dicho. Todo esto, porque sabemos perfectamente que la implantación del capitalismo en cualquier país es obra única y exclusivamente de su burguesía. Ya mercantil, ya capitalista. Si bien la Corona Española mantuvo su poderío económico durante trescientos años, se debió a la burguesía novohispana: españoles y criollos, y sin embargo durante la guerra de independencia se notó una clara ausencia de ésta en la lucha armada, creando un gran vació de clase durante los años de vida independiente del país. De ahí que el capitalismo mexicano fuese implantado por el Estado y no por una burguesía nacional.

En este ensayo expongo los antecedentes causales que precedieron al movimiento armado y que son las reformas borbónicas y la situación política en España; así como el movimiento armado de 1810, que trastocó la racionalidad del proceso histórico del capitalismo en México.

I

El proceso de acumulación originaria de capital en México debió diferir teóricamente de los demás países del resto del mundo capitalista en sentido inverso, es decir, no se podían confiscar los bienes raíces de la Iglesia Católica por ser ésta la principal proveedora de capitales líquidos para la agricultura grande, mediana y pequeña. Pero principalmente para los constantes déficits financieros de la minería, que producía en constantes crisis económicas. De tal manera, este proceso originario de capital debió presentarse en una primera instancia como consumación de la conquista, con el despojo masivo de las propiedades indígenas comunales y la consecuente liberación de la mano de obra que presionaría en nuevos métodos de absorción de ésta, tanto en las haciendas como en los obrajes y, en una segunda instancia, como el despojo de sus propiedades a la Corona Española.

Esto obviamente sólo podía lograrlo la clase dominante, la punta de la pirámide social, españoles y criollos. Para que así la clase burguesa novohispana madurara como clase ca-pi-ta-lis-ta que, al despojar a la corona española de sus propiedades, transformara las relaciones de propiedad concesionada a relaciones de propiedad privada de la tierra, consolidándose como burguesía na-cio-nal; y, finalmente, despojando al clero de sus propiedades raíces y consolidarse como clase hegemónica. En este aspecto podemos decir que el proceso de acumulación originaria de capital sería de la misma manera el proceso histórico de la transformación de una burguesía dependiente (a través del monopolio de los comerciantes de Sevilla y Cádiz y el consulado de México), en una burguesía hegemónica na-cio-nal capaz de llevar la carga política y militar suficiente para su consolidación y autonomía, es decir, para que el país pagara el precio de sangre necesario en el momento histórico oportuno. Sin embargo, a pesar de que se dieron las circunstancias históricas convenientes, tales como la real cédula sobre enajenación y bienes raíces, cobro de capitales de capellanías y obras pías para la consolidación de vales reales aplicada por José de Gálvez en 1804, y la "intervención" francesa en España en 1808, las fuerzas motrices actuarían en sentido contrario.

Para 1600 habían desaparecido en la Nueva España los dos principales parásitos de la economía Novohispana: el conquistador y el encomendero. De 1640 a 1740 se consolida el monopolio comercial y, al mismo tiempo, entran en crisis la metrópoli y sus colonias; nace la hacienda y el peonaje; se naturaliza la compra de cargos públicos y se difunde la concepción nacionalista de los mismos; se establece el predominio político y económico de las principales instituciones coloniales: iglesia, comerciantes y hacendados; se consolida el dominio de una minoría blanca europea sobre las demás castas sociales.

En 1550 se da el desarrollo a gran escala de la minería, con la explotación de riquísimas minas del norte: Zacatecas, Real del monte, Pachuca y Guanajuato. Junto a estos centros mineros se establecieron también los congregados Jesuita y Franciscano, fundaron misiones que se esforzaron por cohesionar a los indios desarrollando nuevas unidades económicas de autoconsumo combinando cultivos indígenas con técnicas y productos españoles. En el siglo XVII Zacatecas experimentó su primer auge y su primera decadencia, esta última provocada por las exigencias de la Corona, que primero redujo el abasto de mercurio y luego, en 1634, obligó a los mineros a pagar deudas atrasadas, reduciendo de esta manera la inversión directa en la explotación de las minas; ante esta situación, los mineros se vieron obligados a buscar capital dentro de la propia colonia; éste lo encontraron en los comerciantes de la ciudad de México y en la corporación eclesiástica, que eran los únicos que poseían capital líquido, convirtiendo a ambas corporaciones en socios naturales de los mineros y, más tarde, en propietarios de minas, independizándose de esta forma la minería de la Nueva España con la Metrópoli y, al mismo tiempo, fortaleciendo un mercado interno.

La transformación de la economía durante el siglo XVII trajo como consecuencia que, tanto la minería como la agricultura, la ganadería, las manufacturas y el comercio, dejaran de atender los requerimientos de la Metrópoli para dedicar la actividad económica a satisfacer las necesidades internas de la Nueva España. Desde 1600 comienza el desarrollo en gran escala de la hacienda y el rancho manejado por los españoles; si en el siglo XVI la agricultura y el abasto de productos agrícolas dependían de la población indígena, a mediados del siglo XVII los españoles habían creado una agricultura manejada por ellos, centrada en el rancho y la hacienda, dirigida a satisfacer las demandas de los principales centros de colonización y adaptadas a las condiciones económicas de la colonia, trayendo como consecuencia la subordinación de la agricultura indígena a la española, su marginación progresiva y poblacional y, por ende, la incapacidad de los indígenas para competir técnica y comercialmente con la producción y el mercado de tipo Europeo. Mientras que en el siglo XVI había en la Nueva España una sociedad señorial que vivía básicamente de la explotación extensiva de la población indígena, es evidente que en el siglo XVII la población blanca había creado una nueva economía dirigida y manejada por los colonos europeos, con sistemas más capitalistas que señoriales y orientada a satisfacer sus propias necesidades. De estos, los más favorecidos fueron los dedicados el comercio exterior, los comerciantes del Consulado de México, quienes al operar como agentes de la metrópoli, obtuvieron las más altas ganancias, porque eran los únicos proveedores de un mercado ávido y cautivo. La iglesia, debido a su disponibilidad de capital líquido se convirtió de manera natural en el banquero y socio de agricultores, mineros y comerciantes, ligando de esta manera sus intereses con los de la minería, formando todos ellos la pirámide social. Pero a diferencia de estos, la iglesia era una institución, de manera que su riqueza en vez de disgregarse o perderse con el tiempo, por el contrario, se acumulaba día tras día y, por otra parte, era la institución con mayor influencia moral y política en la colonia. No obstante, los mineros no fueron un grupo importante ni por su número, ni por su posición económica y social, por el contrario, su número fue reducido y variable como el vaivén de bonanzas y agotamiento de las minas. puesto que la escasez de capitales, así como el bajo nivel tecnológico, fueron impedimentos constantes para su estabilidad económica y social y, lo más importante: carecían de la propiedad de la tierra y de las minas, lo que significaba que su concesión obstaculizaba toda inversión de capital posible. De ahí que buscaran la alianza con otros sectores de la economía.

Para el siglo XVII, los nuevos señores de la tierra vivían en sus propiedades, habían creado poblados de agricultores o residían en la ciudad más próxima a su hacienda. A mediados de siglo este grupo estaba ligado por intereses económicos, procedencia étnica y lazos de parentesco, y era el grupo que integraba la minoría que dirigía real y efectivamente a la colonia y mantenía a la burocracia parasitaria de la Corona. Sin embargo, el poder real, es decir; económico, político, social y espiritual, lo ejercía comúnmente la iglesia, el Consulado de Comerciantes, los hacendados y mineros.

De 1765 a 1771, con la aparición de José de Gálvez en la Nueva España, se establecen las reformas borbónicas con el único fin de recuperar, por parte de la Corona, los mecanismos económicos, políticos y administrativos de la colonia; colocar estos aparatos bajo la dirección y vigilancia de hombres adeptos y leales; y hacerlos servir a la Corona sobre cualquier otra consideración. Tal fue el triple propósito de estas reformas. A partir de su aplicación, la Nueva España adquirió, en sentido real y estricto, su status colonial, porque nunca antes su dependencia y sometimiento fueron mayores. Con excepción de los comerciantes más ricos, la Real Cédula afectaba a los principales sectores económicos de la Nueva España, sobre todo a la agricultura, pues la mayoría de haciendas y ranchos estaban gravados con hipotecas, creando un enorme descontento entre los grupos económicos de la Nueva España que, en términos de proceso de acumulación originaria de capital, era a estos sectores de la economía novohispana a quienes más beneficiaba la independencia de la Colonia.

Pero justo a estos intentos de mermar la fuerza de las instituciones productivas novohispanas, muchas de las reformas de los Borbones fortalecieron a otros grupos, como fue el caso de los mineros, favorecidos con la creación de un tribunal especial (1776), la fundación del banco (1784) y la escuela de minería (1792). El apoyo decisivo por parte de la Corona a esta última era el objetivo central de las reformas para hacer más dependiente a la Colonia y extraer más beneficios. En los años siguientes, a partir de 1765, Gálvez se empeñó en reducir demasiado la participación de los criollos tanto en la Real Audiencia como de la Alcaldía del Crimen; las consecuencias que trajeron dichas reformas fue el aumento de corrupción en los cuadros administrativos y burocráticos, desde el Virrey hasta el alcalde de indios; y sin intentar crear cuadros nuevos, la misma Corona gestaría el descontento interno de las colonias.

Entre 1675-1786, a nivel económico estas reformas producirían efectos espectaculares en el desarrollo económico de la Nueva España, al grado de que diez años más tarde el imperio español, desde las Filipinas hasta los Andes, y por correlación comercial Inglaterra, Francia, Holanda y la misma España, dependían de la economía novohispana.

En 1774 otra Real Cédula levantó la prohibición que impedía el comercio entre la Nueva España y los Virreinatos de Nueva Granada y Perú; por último, en 1796, con el mejoramiento sensible de las arcas reales como consecuencia de estas medidas, decidió la Corona dar el golpe definitivo a los comerciantes que monopolizaban el comercio: se otorgó permiso a cualquier comerciante para traficar con todos los pueblos habilitados de la metrópoli en embarcaciones propias. De esta manera, en el transcurso de treinta años, los decretos sobre libre comercio rompieron las bases del monopolio construido a lo largo de más de dos siglos por los comerciantes de Andalucía y sus contrapartes novohispanos. Otra consecuencia de estas reformas fue el surgimiento de un nuevo grupo de comerciantes, más emprendedor y arriesgado de la ciudad de México; el más importante de estos grupos fue el de Veracruz que para 1800 concentraba la mayor actividad comercial del virreinato. Sin embargo, el apoyo que los Borbones le otorgaron a la industria se redujo exclusivamente a la minería. Las demás actividades económicas fueron desalentadas y hasta prohibidas, puesto que el propósito fundamental de estas reformas era sólo impulsar o favorecer las actividades coloniales que podían apoyar a la economía metropolitana. Toda otra actividad colonial que pudiera competir con las exportaciones españolas fue combatida: obrajes donde se manufacturaban artículos de loza, cerámica, cueros y otros productos; y los talleres de textiles, dando mayor cabida a la expansión del contrabando extranjero que proporcionaba artículos de mejor calidad y más económicos.

En relación con la agricultura, los Borbones manifestaron también un desinterés general por los problemas internos que dificultaban el desarrollo de esa actividad en la Colonia y sólo se preocuparon por estimular algunos productos que convenían a la economía de la metrópoli. El principal obstáculo a resolver por los agricultores novohispanos era la propiedad de la tierra, la cual, a través de 200 años, sólo se concesionó hasta la tercera generación. Se habían sentado las bases para iniciar el proceso de acumulación originaria de capital: al hacer más dependiente a la Colonia se creó una clase novohispana con la suficiente capacidad económica para crear y generar un mercado interno, capaz de mantener al imperio, puesto que la Nueva España podía, como lo afirmó Talamantes, obtener mayor desarrollo si prescindía de la Corona española; se inicia el proceso de acumulación originaria de capital como consumación de la conquista con la ocupación de tierras comunales indígenas y muchas de las principales instituciones sociales y culturales que aún se conservaban, fueron dislocadas o quebrantadas por el acelerado proceso de cambio económico que se vivió entre 1760 y 1800. Las tierras comunales indígenas sufrieron el asalto combinado de la hacienda y el rancho en expansión, la enorme presión de los nuevos grupos sin tierras y la propia demanda de la población indígena en crecimiento. Así, la pérdida o la falta de tierras desarraigó a una parte muy considerable de la población indígena, que fue de inmediato atrapada por las unidades y centros de tipo capitalista que guiaban la intensa transformación que vivía la Nueva España, convirtiendo a los campesinos tradicionales en peones y jornaleros, en mano de obra minera y en obrajes cuasiserviles, de tal suerte que las reformas ideadas por los Borbones alcanzaron su doble cometido: por una parte incrementaron la aportación económica de la Colonia a la Metrópoli y, por otra, hicieron aquella más dependiente de ésta. Pero, al mismo tiempo, incrementaron también la dependencia de la Corona hacia la Colonia. En relación al comercio exterior, por recibir manufacturas y expedir materias primas en escalas reducidas, la Nueva España tenía una balanza comercial deficitaria; el producto que corregía esa situación era la plata; para 1800 la Nueva España contribuía con el 66% de la plata mundial, esta era la mercancía que le producía un excedente favorable a la Colonia con sus tratos con el exterior y servía a España para cubrir su déficit con Europa.

Para 1800 se habían sentado las bases principales del proceso de acumulación originaria de capital; para completarlo, sólo faltaba despojar a la Corona española de sus propiedades coloniales por parte de la clase novohispana económicamente dominante: españoles y criollos. Sin embargo, la irrupción de Hidalgo en la escena histórica daría al traste con la posibilidad de transformar a la Nueva España en una potencia mundial imperialista. La Revolución Industrial por entonces en desarrollo en algunos países de Europa occidental exigía nuevas instituciones que le permitieran acelerar el paso ofrecido a cambio del progreso material y una mayor posibilidad de compartir la riqueza con las masas, sin ceder demasiado en la preeminencia de su posición social. La nueva clase representante del progreso, la burguesía comercial e industrial, crecería rápidamente hasta convertirse en poco tiempo en la fuerza dominante de la sociedad, y en unos cuantos años acabaría, de una vez por todas, con las instituciones absolutistas. Europa nunca volvió a ser la misma. Los ideales de la Revolución Francesa encontrarían expresión en las formas más variadas: desde el nacionalismo italiano, griego y belga, hasta la justificación de los levantamientos armados de los desposeídos en la América Española y la evolución de las instituciones políticas y sociales en casi todos los países europeos.

Mientras tanto en España, cuya decadencia era tan evidente mucho tiempo atrás, vio para su desgracia restablecido a Fernando VII, una figura funesta no sólo para España, sino también para América. Derogó en 1814 la Constitución de Cádiz de 1812, restableció el Tribunal de la Inquisición y asumió de nuevo el poder absoluto, sin darse cuenta de que era un momento en que el imperio estaba a punto de desintegrarse, al demostrar las colonias el cansancio de la larga exacción de sus riquezas.

La nueva sociedad burguesa industrial, cuya primera y más violenta expresión fueron la Revolución Francesa y sus excesos, generó un nuevo sentimiento hasta entonces desconocido en la cultura europea: el anticlericalismo. Este surgió como manifestación extrema de la voluntad de la naciente clase dominante, de asignar a la iglesia un papel distinto en la nueva sociedad (ideas que no estaban en la mente de Hidalgo) y llegó a convertirse en la mayor amenaza contra la posición hegemónica de que gozaba la iglesia en los países católicos. Pretendía privar a la iglesia de su poder temporal y limitar sus actividades al campo estrictamente religioso.

El liberalismo, ideología de la nueva clase, tendía por su parte a separar el altar del trono como uno de sus postulados básicos, circunstancia que automáticamente lanzaba a la iglesia en brazos de los Estados católicos de Europa. En España, mientras tanto, Manuel Godoy ministro de España con su política antirrevolucionaria arrastró torpemente a ésta, en 1796, a una alianza con la Francia revolucionaria que le impuso una colaboración antinatural con ella. En las subsecuentes y paradójicas luchas contra Inglaterra al lado de Francia, España sufrió la destrucción casi completa de su flota, y en el subsiguiente tratado de paz, Inglaterra resultó la verdadera vencedora y España la derrotada. Mientras tanto con el golpe de Estado del 18 de Brumario que estableció el Consulado en Francia, se había despejado el camino para la ascensión de Napoleón Bonaparte; al ser coronado éste en 1804, el gobierno español inspirado por Godoy, decidió unir su suerte a la del emperador, mientras el príncipe de Asturias se ponía de parte de Inglaterra por medio del embajador inglés en Madrid. De tal suerte, y de la manera más mezquina posible, Carlos IV se ponía de parte de Francia y su hijo Fernando VII de parte de Inglaterra, mientras que Napoleón concebía la idea de desplazar a los Borbones del trono de España para colocar en él a su hermano José.

Godoy creía que siendo Inglaterra la enemiga tradicional de España, la alianza con Bonaparte era el único camino posible para la política española, error que facilitó la penetración de un ejército francés en la península, con el pretexto de someter a Portugal aliado de Inglaterra. Carlos IV tuvo la torpeza de ceder a la política de Godoy y con ello precipitó la crisis interna de España. Se creía, paradójicamente, que la presencia de los franceses en la península daba la única esperanza de colocar en el trono al joven príncipe. En Marzo de 1808 los enemigos de Godoy se decidieron a la acción con un pronunciamiento militar llamado Motín de Aranjuez. Estalló una rebelión que exigió la renuncia de Godoy y la abdicación del rey a favor de su hijo. Aterrorizado, Carlos IV destituyó a Godoy y dos días después firmó el acta de abdicación a favor del príncipe de Asturias, que se convirtió así en Fernando VII.

Por medio de sus agentes, el emperador Francés hizo creer tanto a Fernando VII como a Carlos IV que podían contar con su apoyo, atrayéndolos así a una conferencia en Bayona, en territorio francés. Los Borbones acudieron con entusiasmo a la trampa, con la esperanza de que Bonaparte permitiera al padre recobrar el trono y al hijo conservarlo, y no se sabe a ciencia cierta quien de los dos actuó con mayor vileza e indignidad, si el hijo o el padre. El problema de quién ceñiría la Corona de España quedaba en manos del emperador francés, a favor del cual abdicaron padre e hijo, que la otorgaría a un candidato elegido por él mismo.

Pocos días antes de la vergonzosa claudicación de los monarcas Borbónicos, cuando en Madrid se vieron claramente las intensiones de Bonaparte, aún antes de que Carlos IV y Fernando VII dieran la prueba de su bajeza con la firma de los documentos de renuncia, el pueblo se rebeló. El proyecto de Napoleón tomó forma definitiva en junio de 1808, al ser oficialmente designado Rey de España su hermano José Bonaparte. La oposición popular, que consideraba a Fernando VII como su rey legítimo, acabaría por dar al traste con el estado bonapartista en España cuatro años después, al salir definitivamente de la península José Bonaparte en 1812, hastiado de la imposibilidad de sofocar la oposición de los que pretendía fueran sus súbditos. Fernando VII continuó en Valencay hasta cuando el emperador, que ante la eminencia de la catástrofe tomaba posiciones en 1814 para disminuir su gravedad, lo mandó a España a ocupar el trono. Ante la proximidad de la caída del imperio Napoleónico, padre e hijo se dieron a las intrigas con las potencias vencedoras para que se les prefiriera como candidatos al trono de España: lo más dramático de todo esto, es el hecho de que tanto Carlos IV como Fernando VII, olvidaron que la situación política era de índole interno y entregaron el Imperio al mejor postor. Fernando VII se colocó en posición más favorable al obtener de Napoleón el permiso para trasladarse a España. Mientras tanto, las juntas de gobierno, en tanto que duró la guerra en contra de los franceses, tuvieron en sus manos el poder en las zonas libres, desplegando una considerable actividad política. Su gran obra fue la promulgación de la primera Constitución de la Monarquía Española, adoptada en Cádiz el 19 de Marzo de 1812. En sus más de trescientos cincuenta artículos, la Constitución daba una estructura totalmente nueva a la Monarquía Española, ya que establecía la limitación del poder real y el orden de sucesión al trono, asignando toda la representación de la nación no al Rey, sino a las Cortes; decretaba la libertad de prensa y de expresión y sancionaba la intolerancia de cultos a favor de la religión católica; además, al no distinguir a las colonias de la metrópoli las convertía automáticamente en provincias, aunque sin declararlo específicamente.

Al llegar Fernando VII a su reino, el 22 de Marzo de 1814, encontró a una nación dividida entre absolutistas y constitucionalistas, entre los cuales el Rey debía elegir. La junta Central de Cádiz había gobernado con bastante eficiencia el imperio, pero los movimientos de independencia ya habían dado sus primeros pasos en América. Fernando VII no dudó sobre el partido en que debía apoyarse: escogió el absolutismo, desencadenó una tremenda represión contra los constitucionalistas, se negó a jurar la Constitución y procedió a derogarla y a restablecer las antiguas instituciones características de la España absolutista. Para 1816, a pesar de los esporádicos intentos de los constitucionalistas por imponer una estructura más moderna a la monarquía, el rey era árbitro de la situación. Mientras tanto en América los movimientos de independencia parecían haber fracasado en todas partes, pues solamente en el Río de la Plata continuaba la resistencia, de manera que las colonias, en su mayor parte, se encontraban firmemente en manos de la autoridades españolas.

Tres hechos caracterizan el reinado de Fernando VII: la desintegración del imperio colonial en América, la continua inestabilidad política con su secuela de interminables pronunciamientos y represiones, y la eterna y absoluta bancarrota de la hacienda real. Ni Fernando VII ni sus consejeros se mostraron capaces de evitar la catástrofe. Finalmente, perdió el control del ejército en gran parte del territorio y, aterrorizado, juró la constitución el 7 de Marzo de 1820. Fue contra esta España que se consumó la Independencia de México.

Si bien con las reformas borbónicas se acelera el proceso de acumulación originaria de capital en la Nueva España, con la situación económica y política de España, aunada a la "intervención" francesa, se dan las condiciones históricamente ideales para que la burguesía novohispana lograse la Independencia de México, de tal suerte que si el imperio se encontraba en España, su fundamento económico "real" de imperio se encontraba en la Nueva España. El poder de la Corona Española sólo era ficticio; éste se encontraba en América y quienes debieron haber promovido la independencia de la Nueva España fueron asesinados y masacrados por las turbas analfabetas de Hidalgo.

II

La cabeza más grande del imperio de la cristiandad parecía haber renunciado a su dignidad y a su orgullo, en las colonias hispánicas; mientras tanto, se mantenía la misma estructura de poder que rigió durante trescientos años. El virrey y la Real Audiencia son los representantes legítimos de la Corona. Dos partidos antagónicos dan respuesta a la situación. El primero tiene su portavoz en la Real Audiencia y recibe el firme apoyo de los funcionarios de origen europeo. Para ellos, la sociedad entera debe permanecer inalterable, fija y sin admitir ningún cambio, mientras el heredero legítimo de la Corona ocupe de nuevo el trono. La respuesta, del segundo grupo, aunque más compleja, se manifiesta en uno de los cuerpos donde los criollos acomodados y la clase media tenían su mejor valuarte: el Ayuntamiento de la ciudad de México, dirigidos por los letrados criollos Francisco Primo de Verdad y Francisco de Azcárate. Estos perciben el cambio de la situación y comprenden que por fin se ha abierto la posibilidad de lograr reformas políticas que mejoren la situación de la colonia ante la metrópoli.

La pugna se traduce en el enfrentamiento de estas dos instituciones. Los representantes del Ayuntamiento defienden la necesidad de que el virrey convoque a un congreso, destinado a gobernar al país en ausencia del monarca y guardar el reino para Fernando VII; y a diferencia de la Real Audiencia, el Ayuntamiento de la Ciudad de México considera al Congreso como la verdadera representación popular que se encuentra en todos los Ayuntamientos. La clase media, que domina todos los cabildos, ve por primera vez abierta una oportunidad de participar activamente en la vida política del país; sin embargo, una parte numerosa de ambos partidos, especialmente de la oligarquía criolla, se muestra temerosa y vacilante. Les agrada la creación de un organismo donde podrían tener una voz decisiva frente a la política de la Corona que tantos agravios (a través de la burocracia virreinal) les había causado, pero temían que las ideas se radicalizaran y que nacieran nuevas fuerzas subversivas, de tal manera que se transformaran en ideas peligrosas para la Corona, como las manifestadas por el padre Melchor de Talamantes, quien ve en el congreso el primer paso hacia la Independencia, pero de manera racional, sin destruir ni el aparato productivo ni la economía del país. Si bien estas ideas de Talamantes van más allá de los propósitos expresados en ese momento por los dirigentes del Ayuntamiento, no dejan de señalar un camino que fácilmente podría seguirse. Aunque no existía un espíritu declarado de independencia contra el trono, sí se había manifestado lo bastante al querer igualar los derechos de la Colonia con los de la metrópoli. Y si se conseguía, sería el primer paso para avanzar otro y otro hasta la absoluta independencia.

De acuerdo al proceso que se estaba gestando, éste debió ser el camino ideal para la independencia del país y para el beneficio de las generaciones posteriores a ella, si Hidalgo y los conspiradores no hubiesen levantado al pueblo en armas, al saqueo y a la destrucción. Con el regreso de Fernando VII al trono, y el retorno de su absolutismo anciano, los intereses tanto económicos como políticos de los criollos y europeos se hubiesen visto afectados de tal manera, que lo más probable es que se radicalizaran las ideas de Talamantes y hubiesen declarado la independencia en el sentido radical que se plantea: como el despojo de sus propiedades a la Corona Española. En tal caso, la guerra hubiese sido en contra de España y no en contra de los españoles que mantenían la economía del Imperio. Sin embargo la historia sería muy distinta.

En rigor no es la posición del Ayuntamiento lo que inquietaba a los más conservadores, sino lo que ella anunciaba, puesto que lo que los hacendados y el alto clero temían hacer, era dar un paso, una reforma que permitiera intervenir al "pueblo" real, no al que se suponía que representaban los criollos letrados. Puesto que el concepto de "soberanía popular" implicaba al mismo tiempo la capacidad de gobernar al país, y esta capacidad no la tenía el pueblo analfabeta levantado en armas por Hidalgo, ésta sólo la tenían quienes detentaban la riqueza y los medios de producción. La reclamación del trono hecha por un descendiente de Moctezuma los hizo desistir de proseguir adelante con las reformas.

De tal forma, podemos distinguir dos grupos en relación a como se dieron los hechos: los independentistas, que eran aquellos que pretendían la independencia de la Nueva España a través de una serie de reformas racionales que concluyeran con ese fin, sin destruir la riqueza de la colonia y la economía del país; y los "independentistas", que eran aquellos que pretendían hacer la independencia con el último objetivo de los primeros: la lucha armada y, lo peor de todo, con la intervención del "pueblo" real sin importar la destrucción del aparato productivo y de la economía, tal vez porque sólo les interesaba satisfacer sus intereses personales; ellos eran los desposeídos del poder político y económico. Los primeros eran representantes de la clase criolla productiva, hacendados y comerciantes; los segundos se pretendían representantes de esta clase y eran aquellos que utilizando el "populismo" (como fue la patraña inventada por Hidalgo en Atotonilco para justificar su traición a la Corona Española) lograron la intervención del pueblo para obtener los beneficios personales que perseguían y poder disfrazar su traición a España.

Cabe recordar que las ideas de la ilustración fueron del conocimiento del cura Hidalgo, por medio de los escritos de Carlos Rollín, Claudio Millot y Francisco Gayot de Pitaval, ya que nunca tuvo contacto directo con el enciclopedismo Francés. Las ideas de la ilustración fueron la mejor arma de la burguesía francesa, la clase económicamente dominante, para acabar con el principal obstáculo que frenaba su desarrollo: la aristocracia parasitaria. Pero ni Hidalgo, ni Allende, ni los demás "independentistas" eran representantes de la clase burguesa económicamente dominante de la Nueva España. El irracional levantamiento del pueblo hecho por los "independentistas" en contra de la clase novohispana económicamente dominante significaba la justificación histórica a su traición; pero con éste, trastocaron todo el sistema económico de la Nueva España, hasta su destrucción total. Las ideas de la ilustración se las imputaron los historiadores al cura Hidalgo y a los insurgentes para disfrazar esa traición, porque no representaban a ninguna clase social. Y tan no eran representantes de esa clase, que su "revolución" la hicieron con los caudales robados a los españoles junto con los caudales de la clase a la que supuestamente representaban. Así mismo, desde el principio de su movimiento hasta su derrota por Iturbide, con excepción de Morelos, jamás pudieron determinar una idea clara de lo que pretendían con éste, puesto que las ideas, intenciones e intereses del "Padre de la Patria" y de los insurgentes distaban mucho de una independencia de la Nueva España, tal y como lo demostraría Hidalgo al retractarse de sus hechos ante el tribunal del Santo oficio, argumentando que sólo había sido motivado por un "loco frenesí" y por los beneficios personales que podía acarrearle.

Al ser descubierta la Conspiración de Querétaro, quienes participaron en ella tomaron al mismo tiempo conciencia de su papel ante la Corona: el papel de traidores. Ante estas circunstancias. sólo había dos caminos: escapar de la justicia virreinal o entregarse a ésta y ser condenados a muerte por los delitos de Lesa Majestad; o bien apresurar un levantamiento armado haciendo intervenir al "pueblo" real bajo premisas de corte populista que pudiesen disfrazar las verdaderas intenciones de los conspiradores. Ello se debió a la falta de las bases ideológicas de la Ilustración. La decisión no es tomada por un grupo representante de su clase, sino que es tomada por un solo hombre, Hidalgo, quien optó por la opción que podía tener las consecuencias más funestas para la economía del país con tal de no morir condenado como traidor por el gobierno virreinal; de ahí su frase celebre "caballeros (por ser traidores a la Corona) somos perdidos, aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines". Y dadas las circunstancias en España, fue fácil convencer al pueblo para levantarse en armas contra los españoles, con la patraña de que estos habían entregado el reino a Napoleón Bonaparte y que el movimiento pretendía evitar que los españoles de la Colonia entregaran la Nueva España a Bonaparte. Dos días más tarde, con el grito de "Viva la Virgen de Guadalupe, viva Fernando Séptimo y mueran los gachupines" el temor de los independentistas se convirtió en realidad. La intervención del "pueblo" real a la acción política sólo podía traer consecuencias funestas para el país.

Lo paradójico de este "inicio" de la independencia fueron los medios que utilizó Hidalgo para ganarse la popularidad ante el populacho, los cuales destruyeron todo el edificio social y económico hasta los cimientos que mantenían al imperio, dando inicio al "pecado original" de la historia de México, es decir, el proceso de acumulación originaria de capital debió haberse realizado por la clase económicamente dominante; de darse a la inversa, es decir, la liberación de la fuerza de trabajo por sí misma, sólo podía realizarse con la destrucción de la clase burguesa y los medios de producción. Y ésto fue, precisamente, lo que hicieron los conspiradores de Querétaro. La época de anarquía que vivió el país durante el siglo XIX no fue sino la consecuencia lógica de este levantamiento armado, que destruyó la estructura colonial que mantenía al imperio cristiano y masacró a la clase productiva, dejando un vacío de clase y, por lo tanto, de capital durante ese siglo. De lo que se trataba era simplemente de quitarle el poder político y económico a la Corona Española y ¡nada más!

Este movimiento espontáneo de venganza personal de los oprimidos en contra de los opresores tuvo contradicciones internas que obstaculizaron el objetivo primordial de ésta: los excesivos nombramientos de empleos militares concedidos por Hidalgo a la chusma; la apertura del movimiento a oportunistas que se dedicaron exclusivamente al saqueo y que a pesar de los robos ninguno de ellos salió de la pobreza; así como las diferencias internas de los caudillos que, sumadas a sus intereses personales, dejaron intacta la principal institución, la burocracia virreinal, que no sólo obstaculizó el desarrollo imperialista de la colonia, sino también las reformas sociales que pudieron llevarse a efecto, a pesar de haber sido elaboradas con la única intención de fortalecer el poder de los dirigentes sobre la chusma ávida de venganza. El decreto de abolición de la esclavitud, emitido por Hidalgo en la ciudad de Guadalajara (tal vez porque se consideraba antes de tiempo emperador de México) logró acrecentar su popularidad ante el "populacho", pero en ningún momento se llevó a la práctica "real" tal decreto, puesto que el virrey seguía siendo representante del verdadero gobierno de la Corona y mantenía el derecho jurídico de éste, y por otra parte, Hidalgo –en términos jurídicos– sólo era traidor para este gobierno; como era lógico, su decreto de abolición de la esclavitud jamás fue obedecido por la clase económicamente dominante (la esclavitud siguió existiendo muchos años después de la independencia en México y América Latina) ni por la clase criolla a la que supuestamente representaba y que mantenía su lealtad a la Corona. No por ser leal, sino porque los "independentistas" arruinaron no sólo los planes de independencia, sino también sus intereses económicos, razón por la cual muchos criollos que seguían a Hidalgo desertaron de su movimiento para transformarse en sus enemigos. Las medidas que estaba tomando Hidalgo para incrementar su popularidad demostraban a la clase criolla que si su movimiento triunfaba, el "populacho" tomaría el poder de los españoles y que de una o de otra manera, después de derrocarlos, la "chusma" se lanzaría en contra de los criollos. Al intentar devolver las tierras a los indígenas, se estaba actuando contra toda la lógica del proceso de acumulación originaria de capital promovido por José de Gálvez en años anteriores.

El resultado de esta guerra fue que Hidalgo no logró ser el emperador de México ni los "independentistas" lograron la independencia de la Nueva España. Pero sí lograron destruir toda la estructura económica, social y política que le dio el fundamento "real" de imperio a la península Ibérica durante trescientos años. Para lograr que ese estado de cosas tomaran su cause original era menester acabar con el movimiento iniciado por Miguel Hidalgo y Costilla y los "insurgentes" en la madrugada del domingo 16 de septiembre de 1810, porque de otra forma era imposible la independencia del país. Y esto lo comprendió perfectamente Agustín de Iturbide. El abrazo de Acatempan significó la muerte de ese irracional levantamiento armado; de ahí en adelante la independencia sería una pronta realidad. Iturbide fue quien planeó, elaboró y consumó la independencia de México, sin embargo... llegó demasiado tarde.

III

En Europa, a mediados del siglo XIX, se había dado el fenómeno económico más importante del siglo: el imperialismo. Surgió como desarrollo y continuación directa de las propiedades fundamentales del capitalismo en general. Pero el capitalismo se trocó en imperialismo capitalista únicamente al llegar a un grado determinado de su desarrollo, cuando algunas de las características fundamentales del capitalismo comenzaron a convertirse en su antítesis, tomaron cuerpo y se manifestaron en toda la línea los rasgos de la época de transición del capitalismo a una estructura económica y social más elevada. Es decir, la libre competencia se fue sustituyendo por los monopolios capitalistas. Si bien la libre competencia es la característica fundamental del capitalismo y de la producción mercantil en general, el monopolio es todo lo contrario de la libre competencia, se convierte poco a poco en monopolización; la gran producción desplaza a la pequeña, y concentra toda la producción y el capital y fusionándose con éste el capital de pocos bancos que manejan miles de millones; al mismo tiempo se da el reparto del mundo entre los países imperialistas con una nueva política colonial y que se extiende sin obstáculos a las regiones todavía no apropiadas por ninguna potencia capitalista, de tal suerte que América Latina, recién independizada se presentaba como la tierra de jauja para los países imperialistas.

El imperialismo requiere: 1) la concentración de la producción y del capital llegada hasta un grado de desarrollo tan elevado, crea los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial crea el capital financiero; 3) la exportación de capitales, que a diferencia de la exportación de mercancía adquiere una importancia particularmente grande; 4) la formación de asociaciones internacionales de monopolistas de capitalistas que se reparten el mundo; y 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes. Cabe recordar que la condición sine qua non radicó en la existencia de una clase social poseedora de la propiedad privada y de los medios de producción, y que en el caso de México, esta clase había sido aniquilada; para el inicio del siglo XIX, México había perdido toda la esperanza de ser un país imperialista. De ahí que la dramática conformación del estado nacional tuvo que ser, por fuerza, patética y caótica, porque la edificación de un Estado Nacional no se realiza jamás en el vacío a partir de un maná llamado "madurez política", sino sobre la base de una estructura económica-social. No es lo mismo construir un Estado sobre el cimiento relativamente firme del modo de producción capitalista implantado en toda la extensión de un cuerpo social, que edificarlo sobre diversas estructuras precapitalistas que, por su misma índole, son incapaces de proporcionar el fundamento objetivo de cualquier unidad nacional. En otras palabras, no se puede formar un estado burgués capitalista sin una burguesía que tenga la propiedad del capital. Esta ausencia de clase sería el gran dilema de América Latina para la conformación de sus Estados-Nación; su economía, basada en estructuras precapitalistas por un lado, y el desarrollo a nivel mundial del imperialismo por el otro, va a definir el proceso histórico comprendido por todo el siglo XIX en México y determinaría las doctrinas y pugnas políticas que se disputaron el poder.

Mientras tanto en Europa, con Inglaterra a la vanguardia, se hallaba en pleno auge la teoría de liberalismo económico, a raíz de la Revolución Industrial. Se llama "liberalismo económico" a un tipo de política en materia de economía y a las teorías que sostienen su base doctrinaría. Los fisiócratas del siglo XVIII habían emitido ya dos principios de la economía liberal: 1.- La libertad de producción y la de comercio (laissez faire, laissez passer); 2.- El individualismo, es decir, el derecho eminente a la propiedad privada. Adam Smith (1723-1790) y los demás economistas integrantes de la escuela llamada "economía política clásica", completaron el marco teórico del liberalismo económico. Según él, la verdadera riqueza de una nación es el trabajo y la eficiencia de los individuos, el Estado debe garantizar las condiciones necesarias para que juegue libremente la oferta y la demanda, velar sobre la propiedad privada y las libertades individuales, absteniéndose de cualquier otro tipo de intervención en la vida económica. Esto, por supuesto, distaba mucho del liberalismo implantado en México durante el período de anarquía. Significó para el desarrollo industrial inglés, y secundariamente en otros países, complementar la lógica de una división internacional del trabajo, con países proveedores de manufacturas e importadores de alimentos y materias primas, por un lado; y países compradores de productos manufacturados y vendedores de productos primarios por el otro. Es entre 1850 y 1880 que se esbozan las bases, los cambios estructurales e institucionales para una ligazón más efectiva al mercado mundial. Triunfan los movimientos abolicionistas o liberales, entrañando cambios internos considerables.

Durante las primeras tres décadas de vida independiente, las estructuras sociales y económicas de México, si bien sufrieron cambios sustanciales, siguieron conservando muchos de los rasgos esenciales del sistema colonial. Antes de 1854 los intentos de cambiar la función estructural vigente, pese a algunos logros parciales, no fueron exitosos y podríamos argumentar que fueron los siguientes: fin del exclusivismo colonial en materia de comercio exterior; disminución relativa de la concentración del poder político y económico en la ciudad de México; depresión o estancamiento de la producción de plata; eliminación parcial del grupo de españoles peninsulares que en la colonia detentaba gran poder político y económico, por medio de las leyes de expulsión de 1827 y 1829, o por haberse retirado ellos mismos con sus capitales durante la guerra de independencia; constitución progresiva de un grupo de comerciantes-prestamistas de nuevo tipo.

Las guerras de independencia profundizaron la desarticulación de México en unidades aisladas, regionales y poco vinculadas entre sí a raíz de las reformas Borbónicas, además del pésimo estado de los transportes internos y existencia de aduanas internas. Otro efecto de la guerra de independencia fue de orden financiero, empezó entonces el endeudamiento del país y en la segunda y tercera décadas del siglo XIX se produjo un éxodo de españoles, con sus capitales, difícil de medir en cuanto al monto de valores perdidos por México, pero, de todos modos, muy considerable. En lo tocante a las técnicas de producción, se tiene la impresión de un gran atraso en la gran mayoría de los sectores productivos. Y en aquellos sectores donde se dio un esfuerzo de tecnificación (máquinas textiles, equipamiento minero) se tuvo una total dependencia de la tecnología extranjera.

En las condiciones del país, un proyecto como el de Alamán y Antuñano, de establecer en México la producción de maquinaria, no tenía ninguna posibilidad de prosperar puesto que para la idiosincrasia liberal del gobierno mexicano era un lenguaje incomprensible; además, el problema serio era que el país estaba poco preparado por el alto índice de analfabetismo en toda la población mexicana. Para la fase corriente de la "Revolución Industrial", en lo que se refiere a los recursos naturales, en especial por la escasez de combustible para las máquinas de vapor; esta cuestión contribuyó a prolongar la vigencia de las técnicas basadas en la energía humana y animal. También en el caso de la adquisición y transmisión de conocimientos y técnicas, la dependencia del extranjero fue total en aquellos sectores que intentaron modernizarse; la naciente industria fabril adoptó muchas de las características de las relaciones de producción vigentes en el campo, incluyendo la tienda de raya. El sistema de crédito era de tipo comercial y personal, caracterizado por la usura y el agiotismo, de tal manera que los intereses llegaban a ser muy altos, imposibilitando la inversión; seguían existiendo las tierras comunales y los bienes de manos muertas, como en la época colonial. Comerciantes europeos o norteamericanos, instalados en México, ejercían un grado considerable de control sobre los circuitos comerciales legales o ilegales del país, ya fuera directamente o a través de una asociación estrecha con comerciantes nacionales, quienes invertían buena parte de sus ganancias en Europa, debido a la inseguridad crónica en México y a los prestamos forzosos, impuestos con frecuencia por gobiernos desfinanciados. La lógica del desarrollo histórico de México se había puesto en marcha y era imposible llenar un vacío de clase con una constitución, sin tener la propiedad de la tierra y de los medios de producción y, peor aún, sin capital y sin educación para capitalizar esa riqueza o, en el último de los casos, una educación que generara riquezas. Una democracia burguesa con una constitución burguesa pero sin clase burguesa y sí, por el contrario, una gran masa de habitantes analfabetas, sólo podía traer como consecuencia la constante pugna política entre varias facciones económicas para obtener el poder político. Los grupos dominantes mexicanos vivieron durante el siglo pasado bajo el temor de que se repitiera otra rebelión, como la que llevaron a cabo Hidalgo y Morelos. Todas las facciones en pugna estaban secretamente de acuerdo en la necesidad de cerrarle a las masas populares cualquier camino de acceso o participación en el gobierno y el no respetar esta "regla del juego" implicaba de inmediato la amenaza de verse separado del poder, tal como le ocurrió al presidente Vicente Guerrero; pero ni los grupos oligárquicos interesados en la centralización ni las oligarquías regionales, disponen de una posibilidad real de imponer un proyecto viable de nación. Los conflictos se resuelven momentáneamente en la lucha armada; de ahí la importancia tan grande del ejército y de los gastos que provoca. En este periodo se conformaron, por su nivel económico, dos grupos políticos; el primero, doctrinario de tipo liberal, deduce de la teoría del liberalismo las premisas de lo que debería ser una política económica para México; el segundo, de tipo pragmático y conservador, mantenía la política de crear, primero que nada, una clase burguesa dueña de la propiedad privada y de los medios de producción para pasar a formar parte de la economía mundial. De ahí que entre 1854 y 1860 hace crisis el proceso de transición hacia las estructuras típicas de un crecimiento capitalista dependiente y se presentó como el enfrentamiento directo entre los bloques liberal y conservador. Los conservadores tenían la razón pero ganaron los liberales.

La reforma liberal constituyó un proceso muy particular de acumulación originaria de capital, que pretendía cumplir con las dos funciones históricas de dicho proceso: a) acumulación de capital y medios de producción en manos de la burguesía: expropiación y nueva apropiación de los bienes eclesiásticos y comunales. En realidad representó un proceso incompleto, porque el producto generado de estas ventas a bajo costo fue destinado a los gastos de guerra provocados por la intervención francesa; b) separación entre los trabajadores y los medios de producción, con la intención utópica de crear o ampliar el mercado de trabajo, que en las condiciones históricas de México, no implicó el pasaje inmediato de los campesinos a la formación de un proletariado asalariado; de esta suerte, los bienes desamortizados por la Reforma fueron más objeto de especulación que de inversión productiva.

Mientras en Europa este proceso se complementó y amplió con el excedente económico extraído de las áreas coloniales, que fluía a las metrópolis para convertirse ahí en capital, en América Latina la acumulación originaria sólo podía realizarse sobre una base interna y, lo que es más grave, afectada desde el principio por la succión constante que esas metrópolis no dejaron de practicar por la vía del intercambio desigual, la exportación de superganancias e incluso el pillaje puro y simple en los países recién independizados.

En México no se trató, de acuerdo a la política conservadora, de "fabricar fabricantes" y acelerar de ese modo el desarrollo industrial, sino todo lo contrario, de acuerdo a la política de los liberales, de construir una economía primario-exportadora complementaria del capitalismo industrial de las metrópolis. Se produjo, a raíz de la Reforma, una depredación masiva de los bienes de la Iglesia, un saqueo también masivo de los terrenos comunales y la enajenación fraudulenta de las tierras de dominio público, creando de este modo los contingentes de trabajadores "libres" requeridos no tanto por una industria urbana que estaba lejos de florecer, cuanto por actividades mineras, agropecuarias, de transporte y comercialización. Pero cabe recordar, sin embargo, que este proceso no fue producto de una clase burguesa, a diferencia de Europa y Estados Unidos, que tuviera la facultad de capitalizar tanto la tierra como la fuerza de trabajo para su beneficio, es decir, transformar la fórmula (M-D-M) mercancía-dinero-mercancía en dinero-mercancía-dinero-plusvalía (D-M-D’) e iniciar el despegue como potencia económica.

Por el contrario, fue producto de una política del Estado Mexicano para beneficio de ningún mexicano, y sí para beneficio de las metrópolis extranjeras. El proceso económico, tal como se debía desarrollar en México, no requería la libertad e igualdad de derecho acordes a los trabajadores; por el contrario las formas de acumulación compatibles con la estructura económico-social, y con los vínculos internacionales, suponían la posibilidad de mantener a la mayoría de la población en situación de inferioridad de derechos y sin posibilidad alguna de influir en las decisiones políticas. El Estado Liberal pretendió adoptar estas ideas con la permanente contradicción de darle igualdad y libertad a la población. Obviamente este Estado Liberal había creado la irracionalidad del liberalismo económico; por un lado pretendía aplicar las ideas de igualdad y libertad sólo en materia política, sin ninguna relación material de estas ideas con la estructura económica, de ahí que pensaran que una constitución burguesa importada por el Estado habría de traer el auge económico y la solución a toda la problemática económica generada por Hidalgo y Morelos. Por otra parte, estas ideas no fueron producto de economistas mexicanos, sino que fueron importadas de los Estados Unidos y de Europa, sin tomar en cuenta que en estas metrópolis era la clase burguesa la que tenía en sus manos el poder político; así mismo, las historias económicas de Europa y Estados Unidos eran completamente diferentes a las estructuras históricas que existían en México en ese momento.

Retrocediendo un poco, destacó como factor determinante la gran depresión de la economía, que desde fines de la colonia empezó a despuntar, se agudizó en extremo con la guerra de independencia y, durante todo el periodo de la "anarquía", permaneció como causa que, en última instancia, limitó la recuperación financiera del Estado así como su conversión en una verdadera "potencia económica" y, además, dificultó la realización de alianzas estables entre los propietarios que se disputaban el control y el beneficio del poder político. De ahí que el periodo llamado de "anarquía" no sólo albergó causas y factores que tendieron a restaurar el viejo orden económico-social, heredado de la colonia, sino también a insertar al país de una manera definida, en la división internacional del trabajo, modelada por el empuje del mercado mundial y de los centros hegemónicos capitalistas en expansión. La construcción del Estado tuvo que partir de la realidad social que heredó de la colonia. La dinámica de la expansión de los países industrializados descansó no tanto en el control de sus centros de producción sino en el control de sus abastecedores de productos primarios. La constitución de 1824 fue, antes que nada, un documento político donde se consagró la alianza con la división internacional del trabajo, asignándole al joven país la calidad de perdedor y, por ende, de tributario de las metrópolis imperialistas. Es por causa de los liberales que el nuevo Estado no tuvo, por lo tanto, las condiciones políticas necesarias para concentrar el poder de las distintas fracciones propietarias ni, tampoco, las oportunidades efectivas para fortalecerse económicamente.

Generalmente se tiende a considerar a los estratos medios como los portadores de la marcha del progreso; sin embargo, entre 1821 y 1854 éstos se movieron estrictamente particulares al margen de cualquier proyecto nacional propio. Los proyectos de Nación ya no se formularían y se opondrían exclusivamente en el plano jurídico de las formas centralizadas o federalistas del Estado; ahora se trataba de la manera de organizar la riqueza de la sociedad. Se inició entonces el nacimiento de los conservadores y los liberales. Bajo el contexto de la seria depresión de la economía global, y obedeciendo a las ideas directrices de Lucas Alamán, se intentó dar el gran salto a la recuperación económica con el fallido intento de industrialización del país y un banco de Avío que funcionó como captador y asignador de capital destinado a estimular la industria textil; finalmente el banco y el proyecto fracasaron, por una parte, ante incidentes tales como la falta de transporte para acarrear la maquinaria y su abandono en las bodegas de Veracruz; por otra parte, y principalmente, a la lucha encarnizada de los liberales en contra de la políticas económicas de Lucas Alamán y del gobierno conservador, sólo porque se oponían a las ideas políticas de los liberales.

El proceso de acumulación originaria de capital se efectuó bajo las condiciones externas, impuestas por los países que dominaban la división internacional del trabajo, y propiciadas por la falta de una clase mexicana económicamente dominante, gracias a la revolución del "Padre de la Patria"; y por la obcecada tenacidad de los liberales de solucionar todos los problemas del país mediante la importación de un Estado de Derecho, destruyendo toda posibilidad que contribuyera a la creación de una infraestructura económica que fuese de tipo conservador.

Este vacío de clase poseedora de la propiedad privada y de los medios de producción fue el mismo vacío que encontró el campesinado desposeído para vender su fuerza de trabajo. Al no encontrar talleres ni fábricas que los pudieran absorber, se rompió con la lógica del desarrollo del capitalismo, de tal suerte que no encontraron instituciones a las cuales pudieran presionar para realizar una Revolución Industrial.

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