Homo Videns
Tatti14 de Julio de 2012
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1. HOMO VIDENS
Nos encontramos en plena y rapidísima revolución multimedia. Esta revolución está transformando al homo sapiens, cultivado en la cultura escrita, en un homo videns para el cual la imagen destronó a la palabra. En ello la televisión cumple un papel determinante.
La primacía de la imagen sobre la palabra lleva a ver sin entender, y en mucha gente a la minusvalía del pensamiento abstracto. Ésta es la premisa a partir de la cual Giovanni Sartori examina la vídeo-política y el poder político de la televisión; la conversión del vídeo-niño en un adulto sordo a los estímulos de la lectura y del saber escrito; la formación de la opinión pública, y la cantidad de saber que pasa -y no pasa- a través de los canales de comunicación de masas.
Ante el avance imparable de la edad multimedia ¿aparecerá una nueva forma de pensar, un post-pensamiento acorde a la nueva cultura audiovisual?
LA SOCIEDAD TELEDIRIGIDA
Homo Sapiens
Homo sapiens: de este modo clasificaba Línneo a la especie humana en su Sistema de la Naturaleza, de 1758. Fisiológicamente, el homo sapiens no posee nada que lo haga único entre los primates (el género al que pertenece la especie de la raza humana). Lo que hace único al homo sapiens es su capacidad simbólica; lo que indujo a Ernst Cassirer a definir al hombre como un "animal simbólico". Cassirer lo explica así:
El hombre no vive en un universo puramente físico sino en un universo simbólico. Lengua, mito, arte y religión (...) son los diversos hilos que componen el tejido simbólico (...) Cualquier progreso humano en el campo del pensamiento y de la experiencia refuerza este tejido (...).
La definición del hombre como animal racional no ha perdido nada de su valor (...) pero es fácil observar que esta definición es una parte del total. Porque al lado del lenguaje conceptual hay un lenguaje del sentimiento, al lado del lenguaje lógico y científico está el lenguaje de la imaginación. Al principio, el lenguaje no expresa pensamientos o ideas, sino sentimientos y afectos (1948, págs.47-49).
Así pues, la expresión animal symbolicum comprende todas las formas de la vida cultural del hombre. Y la capacidad simbólica de los seres humanos se despliega en el lenguaje, en la capacidad de comunicar mediante una articulación de sonidos y signos "significantes", provistos de significado.
Hablamos de lenguajes en plural, por tanto, de lenguajes cuyo significante no es solo la palabra: por ejemplo, el lenguaje del cine, de las artes figurativas, de las emociones, etcétera. Pero éstas son acepciones metafóricas, pues el lenguaje esencial que de verdad caracteriza e instituye al hombre como animal simbólico es «lenguaje-palabra», el lenguaje de nuestra habla. Digamos, por tanto, que el hombre es un animal parlante, «que continuamente está hablando consigo mismo» (Cassirer, 1948, pag.47) y que ésta es la característica que lo distingue radicalmente de cualquier especie de ser viviente
Se podría replicar que los animales también comunican con un leguaje. Sí, pero el lenguaje animal transmite señales, y la diferencia fundamental es que el hombre posee un lenguaje capaz de hablar de sí mismo y de su propio lengiaje. Además el hombre usa el lnguaje para construir nuevos lenguajes. El hombre reflexiona sobre lo que dice. No sólo el comunicar, sino también el pensar y el conocer se construyen en lenguaje y con lenguaje.
El lenguaje no es sólo un instrumento del comunicar, sino también del pensar . El pensar no necesita del ver. Un ciego está obstaculizado por el hecho de que no puede leer y, por tanto, por tener un soporte menor del saber escrito, pero no está obstaculizado porque no ve las cosas en las que piensa. A decir verdad, las cosas en las que pensamos no las ve ni siquiera el que puede ver: no son “visibles”.
Las civilizaciones se desarrollan con la escritura y es el tránsito de la comunicación oral a la palabra escrita lo que desarrolla una civilización (cfr. Havelock, 1973). Hasta la invención de la imprenta, la cultura de toda sociedad se fundamentaba principalmente en la transmisión oral. Mientras los textos escritos fueron reproducidos a mano por amanuenses, no se podía hablar aún del “hombre que lee” como de un tipo común de hombre. Leer, y tener algo que leer, fue hasta finales del siglo xv un privilegio de poquísimos doctos.
El homo sapiens que multiplica el propio saber llega con Gutenberg. Es cierto que la biblia impresa por Gutenberg entre 1452 y 1455 tuvo un tiraje (que para nosotros hoy es risible) de 200 copias. Pero aquellas 200 copias se podían reimprimir. Con la imprena se había producido un salto tecnológico enorme. Es con Gutenberg con quien la transmisión escrita de la cultura se convierte en algo potencialmente accesible a todos. El progreso de la reproducción impresa fue lento pero constante, y culmina -entre los siglos XVIII y XIX- con la llegada del periódico que se imprime todos los días, el «diario» .
Al mismo tiempo, desde mediados del XIX en adelante comienza un nuevo y diferente ciclo de avances tecnológicos. En primer lugar, la invención del telégrafo, después la del teléfono (de Aleixander Graham Bell). Con esto desaparecía la distancia y empezaba la era de las comunicaciones inmediatas. La radio, que también eliminó distancias, añade un nuevo elemento: una voz fácil de difundir en todas las casas. La radio es el primer gran difusor de comunicaciones; pero un difusor que no menoscaba la naturaleza simbólica del hombre. Ya que, como la radio habla, difunde siempre cosas dichas con palabras. De modo que libros, periódicos, teléfono, radio son todos ellos -en concordancia- portadores de comunicación lingüística.
La ruptura se produce a mediados de nuestro siglo, con la llegada del televisor y de la televisión. La televisión -como su nombre indica- es ver “desde lejos” es decir, llevar ante los ojos de los espectadores cosas que ellos puedan ver en cualquier sitio y a cualquier distancia. En la televisión el hecho de ver prevalece sobre el hablar, en el sentido de que la voz del medio, o de un hablante, es secundaria, está en función de la imagen, comenta la imagen y, como consecuencia, el telespectador es más un animal vidente que un animal simbólico. Para él las cosas representadas en imágenes cuentan y pesan más que las cosas dichas con palabras.
Esto es un cambio radical de dirección, porque mientras que la capacidad simbólica distancia a la especie homo sapiens del animal, el retorno a la imagen como mensaje central lo acerca a sus capacidades ancestrales, al género al que pertenece la especie del homo sapiens.
PROGRESO TECNOLÓGICO
Muchos progresos tecnológicos han sido temidos e incluso rechazados. Sabemos que cualquier innovación molesta porque cambia los órdenes constituidos. Pero no podemos ni debemos generalizar. El invento más protestado históricamente fue el de la máquina industrial. Su aparición provocó un miedo profundo porque, según se decía, sustituía al hombre. La primera revolución industrial tuvo un costo humano terrible. Pero la máquina fue imparable, y a pesar de los inmensos beneficios producidos, aún hoy la crítica a la civilización de la máquina muestra verdaderos problemas.
En comparación con la revolución industrial, la invención de la imprenta y el progreso de las comunicaciones no han encontrado hostilidades relevantes; por lo contrario, siempre se han aplaudido y casi siempre han gozado de eufóricas previsiones. Cuando apareció el periódico, el telégrafo, el teléfono y la radio (dejo aparte la televisión), la mayoría les dio la bienvenida como “progresos” para la difusión de información, ideas y cultura.
En este contexto, las objeciones y los temores no han atacado a los instrumentos, sino a su contenido. El caso emblemático de esta resistencia -repito, no contra la comunicación sino contra lo que se comunica- fue el caso de la Gran Enciclopedia.
La Encyclopédie de Diderot (cuyo primer tomo apareció en 1751) fue prohibida e incluída en el índice en 1759, con el argumento de que escondía una conspiración para destruir la religión y debilitar la autoridad del Estado. El papa Clemente XII llegó a decretar que todos los católicos que poseyeran ejemplares debían dárselas a un sacerdote para que los quemaran, so pena de excomunión. Pero a pesar de esta excomunión y del gran tamaño y el coste de la obra (28 volúmenes in folio, realizados aún a mano), se imprimieron, entre 1751 y 1789, cerca de 24.000 copias de la Encyclopédie, un número realmente colosal para la época. El progreso de los ilustrados fue incontenible.
No debemos confundir nunca el instrumento con sus mensajes, los medios de comunicación con los contenidos que comunican, pero hay un nexo claro: sin el instrumento (imprenta) nos hubiéramos quedado sin Encyplopédie y, por tanto, sin ilustración.
Incluso cuando un progreso tecnológico no suscita temores importantes, todo invento da qué pensar sobre las consecuencias que producirá. No es cierto que la tecnología de las comunicaciones haya suscitado visiones catastróficas (más bien ha sucedido lo contrario); pero es verdad que con frecuencia nuestras previsiones no han sido muy acertadas en este sentido, pues lo que ha sucedido no estaba previsto. Tomemos el caso de la invención del telégrafo.
El problema que nadie advirtió a tiempo fue que el telégrafo daba un monopolio
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