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Jaime Torres Bodet


Enviado por   •  31 de Marzo de 2014  •  1.781 Palabras (8 Páginas)  •  360 Visitas

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JAIME TORRES BODET

Hace casi 70 años, en su discurso “Aspiraciones y meta de la educación mexicana” (24 de diciembre de 1943), Jaime Torres Bodet (1902-1974), en su primer acto como secretario de Educación (lo fue dos veces: de 1943 a 1946, y de 1958 a 1964), planteó lo que sigue siendo una asignatura pendiente: “La educación ha de concebir algo más decisivo y fecundo que una somera tarea de ilustración o una simple habilitación de emergencia para ciertos oficios y profesiones”.

Añadía, entonces, que había que evitar “esos sistemas de domesticación y amaestramiento que las minorías imponen de arriba abajo”. Y, finalmente, enfatizaba el carácter ético de esa educación por él imaginada y deseada: “Todo profesor que aconseja el bien pero acepta el mal y lo practica por comodidad o por cobardía no es un maestro”. “Y es que —remataba—, mientras la Secretaría de Educación no sea un órgano efectivo de definición para la moral pública, llamarla de Educación constituirá a lo sumo un alarde retórico intrascendente”.

Citando las palabras de Calibán, en La tempestad, de Shakespeare, Torres Bodet ejemplificaba las consecuencias de una educación sin propósito formativo ni vocación ética: “Me habéis enseñado a hablar y he aquí lo que ello me ha reportado: Sé maldecir...”

La idea de Torres Bodet sobre la educación es una idea integral de cultura, pues la cultura se reafirma y desarrolla con la educación, y ello abarca al arte, a la ciencia, a la filosofía, a la historia, a la literatura, a la lectura, a la escritura, etcétera; en otras palabras, a todo aquello que es fruto de la construcción humana y que se llama cultura precisamente porque es lo opuesto a la naturaleza (que, para desarrollarse, no precisa de cultivo).

En otro de sus discursos, incluido también en sus Obras escogidas (Fondo de Cultura Económica, 1983) y pronunciado en Guadalajara el 7 de febrero de 1959, durante su segundo periodo como secretario de Educación, Torres Bodet sentenció: “Pocas instituciones simbolizan tan limpiamente la voluntad de perduración de un país como la escuela y la biblioteca pública. En aquélla, el maestro ejerce, en persona, su luminoso oficio de persuasión. En ésta, invisibles mentores —muertos o vivos—nos proporcionan su colaboración, sus hipótesis, su consejo, su advertencia distante, su ejemplo ilustre”.

Y esto es porque Torres Bodet, pensador y poeta, entendía la educación y la cultura como un binomio virtuoso indisociable que tenía por instrumentos, también complementarios, a la escuela y a la biblioteca. La biblioteca, incluso, en un nivel superior del aprendizaje. En su autobiografía Tiempo de arena (1955) plantea que “la biblioteca y la escuela no deben considerarse como manifestaciones rivales; ni siquiera, en múltiples casos, como entidades independientes”, y añade que “si una y otra no se articulan, nuestro progreso será muy lento”.

Para Torres Bodet, el libro debía complementar (“de la manera más libre”, según enfatizaba) la acción de los profesores. La escuela enseña a leer y forma en la lectura, y la biblioteca desarrolla del modo más pleno dicho ejercicio placentero y crítico. La escuela enseña a pensar, y en la biblioteca se consuma el diálogo de las ideas.

Es lamentable que esto se haya olvidado durante tanto tiempo y que, en las últimas décadas, la educación pública se haya reducido a lo que más temía Torres Bodet: a somera ilustración y simple habilitación de emergencia y, lo que es peor, a sistemas de domesticación y amaestramiento impuestos por la minoría en turno en el poder.

A pesar de su gran formación en la élite, Torres Bodet, hombre culto y humanista, desconfiaba razonablemente del modelo único, predominante, de la cultura aristocrática ornamental, ajena por completo al sustrato popular y a la educación pública.

Para quien fuera uno de los mayores promotores del desarrollo educativo y cultural de México, la educación, según la orientara el poder, podía llevar a la autonomía o a la servidumbre: por ello, advertía de la necesidad de vigilar que la escuela no domesticara las fuerzas creadoras del alumno ni que lo orientara exclusivamente hacia fines prácticos. La educación, como la entendía, en su sentido clásico, era una educación para saber vivir mejor. Que lo dijera él ―un hombre refinado y con una vasta y profunda cultura libresca―, ya resultaba más humilde y, por lo tanto, más serio. Habiendo leído muy bien su Platón, su Montaigne y su Balzac, podía concluir certeramente que “ninguna escuela supera a la de la vida”.

De acuerdo con el planteamiento de las metas, los objetivos, las estrategias y las líneas de acción del Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018, educación y cultura tendrán la correlación necesaria para que la primera forme, y forme bien, y la segunda desarrolle esa formación no sólo de la manera más amplia y profunda, sino también, y sobre todo, con una dimensión social que sólo excepcionalmente ha tenido en México.

El aparato cultural mexicano ha seguido el modelo aristocrático ornamental como si los mexicanos viviéramos en Francia o en Alemania y no en un país de escaso desarrollo, y como si nuestros problemas económicos y sociales no estuvieran vinculados a un sistema educativo que prácticamente nada tiene que ver con la cultura. La realidad es avasalladora: si quisiéramos hoy, por ejemplo, que en la educación básica y media se enseñara a los alumnos a paladear y gozar la riqueza del idioma, por medio de la lectura en voz alta, la mayor parte de

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