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LA HUIDA EN EL CUENTO CUBANO DE LOS NOVENTA


Enviado por   •  13 de Abril de 2020  •  Ensayos  •  9.978 Palabras (40 Páginas)  •  121 Visitas

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LA HUIDA EN EL CUENTO CUBANO DE LOS NOVENTA.

Laura Redruello (Manhattan College)

Desde comienzos de la Revolución, en Cuba se han sucedido varias oleadas migratorias hacia otros países. Las profundas y dramáticas consecuencias que se han derivado de este fenómeno, se consideraron se consideraron se consideraron un tema tabú dentro de la sociedad cubana hasta bien entrada la década de los noventa. En el ámbito artístico se crean algunas zonas de silencio en torno a muchos aspectos derivados de la emigración y el exilio dejando patente la incapacidad o temor para tratar estos temas difíciles, pero necesarios (Desireé Díaz 2002: 37). Sin embargo, los cambios originados a nivel social en la década de los noventa con el comienzo del Período Especial[1] traen como consecuencia un nuevo éxodo migratorio conocido como “El maleconazo” y con él  nuevos espacios que desde las artes establecen un puente con la diáspora, proponiendo nuevos debates y poniendo en crisis las posiciones estereotipadas y tradicionalmente estigmatizadas que marcaron el acercamiento a este tema en décadas anteriores (Desireé Díaz 2002: 37). Los apagones que sumergieron en tinieblas a la isla durante la peor crisis económica de Cuba, consiguieron “alumbrar” otros espacios, especialmente los de la huida y el exilio. Este ensayo, partiendo de un análisis de la cuentística cubana publicada en los años noventa, va a tratar de mostrar las diferencias que se perciben en los relatos de dos generaciones de escritores que, aunque convivieron en el mismo período, reaccionaron de forma diferente ante el fenómeno del exilio y la partida.[2] 

        Hablar de exilio en Cuba implica reconocer las diferentes oleadas que componen la compleja realidad social y económica de cada una de ellas. Estas circunstancias han determinado el significado que para el Estado cubano han tenido los fenómenos migratorios, y explica cómo los exiliados han   pasado de ser identificados con términos peyorativos como “escorias”, “lacras” o “gusanos”, a ser considerados como “comunidad” o “emigrantes” (Carlos José Tabraue 2003: 174). A nivel popular, sin embargo, todos siguen siendo “los que se marcharon del país” (Consuelo Martín 2004: 32).

        La emigración en Cuba no comienza con la República, sino que es un fenómeno que adquiere su definición durante el siglo XIX y que se mantiene hasta el momento actual (Carlos José Tabraue 2003: 177). Sin embargo, el triunfo revolucionario de 1959 constituye un nuevo e importante referente para el análisis de los procesos migratorios que lo dota de complejidad.

Los primeros exiliados que salen del país en 1959 son aquellos que de una u otra forma están relacionados con el gobierno de Fulgencio Batista, principalmente políticos y propietarios de las grandes empresas o latifundios del país.  A partir de 1965 se produce una nueva salida hacia Estados Unidos a través del puerto de Camarioca. A diferencia del éxodo que tiene lugar en el período de 1959-1962, los que emigran ahora son aquellos que buscan reunirse con sus padres e hijos, convencidos de que el proyecto de la Revolución se ha consolidado.

El éxodo de los sesenta se convierte en referente para algunos de los intelectuales que abogan por el realismo socialista en las artes. Sergio Chaple es uno de los autores que aborda por primera vez la ruptura de la familia por motivos ideológicos. En su cuento “Camarioca la bella” (1962) narra la historia de un cubano que decide sacrificar su vida familiar por el proyecto revolucionario, al decidir no marcharse con su mujer cuando ésta regresa con sus hijos para llevarlo con ella (Ambrosio Fornet 2000: 13). Pero sin lugar a dudas es la novela Memorias del subdesarrollo de Edmundo Desnoes, una obra breve publicada en 1966 y llevada al cine dos años después por Tomás Gutiérrez Alea, la que enfrenta con mayor profundidad el dilema del exilio en los comienzos de la Revolución (Ambrosio Fornet, 2000: 13). Fornet enfatiza cómo en la novela cada miembro de la familia intenta alcanzar una meta por caminos diferentes: unos huyendo, y otros permaneciendo en la isla. Sergio, protagonista de Memorias, es sin lugar a dudas el que se queda en busca de un nuevo proyecto de vida. Los que se marchan, como su mujer Elena o su íntimo amigo Pablo, dejan de existir y simplemente desaparecen del espacio fílmico de del Alea y del literario de Desnoes (Fornet, Memorias 13). Desde la cultura se produce la negación del que ha abandonado el proyecto político, y por lo tanto, de su representación. La nación se convierte en proyecto político, y aquél que no se adhiere a dicho proyecto queda excluido del discurso: “Lo cierto es que nos alimentábamos de negaciones recíprocas, como si yo sólo pudiera afirmar mi identidad negando la suya, que por lo demás no era tan distinta a la mía” (Fornet, Memorias 14).

 Esta negación mutua se rompe a finales de los años 70, tras el represivo Quinquenio Gris,  cuando se abre el diálogo entre las dos partes, a través de los miembros del Grupo Areíto.[3] En un breve recorrido por la literatura del exilio, Ambrosio Fornet apunta cómo uno de los primeros resultados literarios de este histórico encuentro es Contra viento y marea, testimonio colectivo del Grupo que recibe el premio Casa de las Américas y que se publica en 1978. Por primera vez las voces de allá “entran con todos los honores en la historia de la literatura cubana, como voces solidarias y no hostiles, lo que en el campo intelectual tiene repercusiones importantes” (Fornet, Memorias 15). El reconocimiento de esas voces por las instituciones cubanas viene marcado por la identificación de este grupo con el proyecto político de la Revolución. Contra viento y marea recoge los sentimientos de medio centenar de jóvenes nacidos en Cuba que fueron sacados del país por sus familiares cuando eran niños. Años después, estos mismos niños, ya jóvenes intelectuales, buscan en el extranjero las raíces que los vinculan al proyecto revolucionario de su país de origen. La patria continúa creciendo sólo hacia una dirección, la del proyecto revolucionario compartido, dispuesta a superar los límites geográficos sólo para incluir a aquellos vinculados al discurso de la Revolución.

Un nuevo proceso migratorio comienza en la década de los ochenta cuando un grupo de seis personas entra en la Embajada de Perú en busca de asilo político, abriendo el capítulo migratorio del Mariel. El gobierno cubano reacciona con la retirada de los guardias de la embajada, dejándola abierta a todo aquel que quisiera acceder para solicitar asilo, y transmitiendo por las emisoras de radio que la embajada quedaba desguarnecida. Es entonces cuando más de diez mil cubanos se concentran alrededor de la sede diplomática. Durante las semanas posteriores se suceden editoriales en la portada del periódico Granma calificando repetidamente a todos los refugiados de “escoria” de la Revolución y llamando al pueblo a entrar en acción.  Frente a la propia embajada se lanza la consigna, que prácticamente se transforma en el leitmotiv de todo el proceso del Mariel: ''Que se vaya la escoria''. Dicho slogan se repite en las movilizaciones multitudinarias que se suceden en otras dos ocasiones en menos de un mes, con la intención de dar al mundo una imagen de ''unidad política'' entre la población y el gobierno, demostrando públicamente el rechazo del pueblo a los miles de cubanos que quieren abandonar la isla.

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