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LA REFORMA PROTESTANTE - LAS RAÍCES DE LA REFORMA


Enviado por   •  4 de Septiembre de 2018  •  Informes  •  4.902 Palabras (20 Páginas)  •  126 Visitas

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LA REFORMA PROTESTANTE

LAS RAÍCES DE LA REFORMA

Una verdadera revolución como lo fue la Reforma, no surge espontáneamente. Necesita un largo periodo de gestación en el que se van fundiendo los factores más diversos, hasta terminar explotando en un momento determinado. Es decir, debemos ser conscientes que los problemas vividos por la Iglesia en los siglos XV y XVI, que podríamos definir como las raíces de la Reforma, no fueron acontecimientos extemporáneos ni espontáneos; sino que tienen una prehistoria y son la culminación de todo un proceso.

Trataremos pues de revivir la angustiosa existencia, la incapacidad de los hombres de la época ante lo que la Iglesia les ofrece como respuesta de sus interrogantes y ante la propia incredulidad.

Los acontecimientos más notables de la historia de la Iglesia a lo largo de la Baja Edad Media, van generando todo un clima que se expresa en los diversos movimientos de protesta en la Europa Central, en Francia e Inglaterra; crisis que desbordan los cauces ordinarios de solución y que terminarán encendiendo la hoguera de la Reforma.

Vamos a ver lo que el insigne historiador de la Iglesia, Ricardo García Villoslada, S.J. ha llamado “Las raíces de la Reforma”.

LAS RAÍCES DE LA REFORMA

Nuestro tema tiene fuertes enlaces con:

• La crisis del Renacimiento.

• La Devotio Moderna.

• La crisis de la especulación y del pensamiento en las Universidades en el siglo XIV.

Respecto a las fuerzas políticas implicadas en el origen del conflicto, debemos mencionar la conflictiva relación de la Iglesia romana con las monarquías protomodernas europeas, especialmente con Francia y el Imperio alemán; la nueva situación surgida luego del Cisma de Occidente, que significó de hecho la pérdida de la hegemonía social y política que la Iglesia había tenido antes del Cisma, situación expresada en los Concordatos y la falta de entendimiento político con Alemania y las ciudades italianas.

LA SITUACIÓN POLÍTICA EN EL IMPERIO ALEMÁN

La fuerza explosiva del movimiento liderado por Lutero no hubiese sido tal, sin el viejo convencimiento de la necesidad de Reforma de la Iglesia en el Imperio.

Si Alemania hubiese sufrido las transformaciones políticas y eclesiales de los siglos XIV-XVI similares a las que, por ejemplo, sufrieron Castilla o Francia, la situación hubiese sido distinta. En las monarquías antes citadas se dio un proceso político de corte proto absolutista, que afectó al poder político, en sus relaciones con la Iglesia y el conjunto de la sociedad. El núcleo del poder de la Iglesia (la administración, el patrimonio económico, el poder moral) pasaron al Estado. Si se hubiese dado un proceso similar en Alemania, los Príncipes no hubiesen tenido necesidad de aprovecharse de la revolución del pensamiento religioso para hacer una revolución social, económica y luego, religiosa.

En Alemania no se firmaron Concordatos que definían y limitaban el poder de la Iglesia (como en Francia, Castilla e Inglaterra); esto podría ser una de las causas de la explosión posterior. Entre 1517 y 1530 en las nacientes monarquías nacionales, el Estado secular se apropió y destrozó el poder que la Iglesia medieval había ido adquiriendo.

Por otra parte, es difícil entender qué era el Estado alemán (o Imperial propiamente dicho). El Imperio Alemán estaba compuesto por una reunión de Príncipes expuesta al egoísmo de cada cual, que se resistían a los intentos de Reforma que hubiese conculcado los privilegios de los más de 350 Príncipes y señores alemanes. La falta de entendimiento por egoísmos y políticas mezquinas de alianzas y parentescos en los siglos XIV-XVI, enturbiaron la situación del Estado Imperial y de la Iglesia imperial alemana.

Las continuas quejas alemanas al excesivo fiscalismo de la curia romana son muy antiguas. A comienzos del siglo XIII, el poeta Walter de Vogelweide reprocha a Inocencio III la explotación de la Iglesia alemana por parte de la romana con estas palabras:

“El dinero alemán entra en mis arcas. Vosotros, sacerdotes comed pollos y bebed vino y dejad el ayuno para los alemanes”.

Lo mismo decía en 1228-1229 a Gregorio IX, otro poeta, Freidark: “Ya Roma no desea las redes con que San Pedro cogía peces. Hoy con las redes romanas se pesca oro, plata, ciudades, países, tesoros”.

Las protestas no eran sólo rarezas de poetas y trovadores. La Dieta de Frankfurt de 1446 pide al Cardenal Legado Juan de Carvajal, que la Curia fuese reformada en materia de simonía, porque “los beneficios se venden como los puercos y las vacas en el mercado”. Y le indica que el papa Eugenio IV deje de exprimir “toda la sustancia de la nación germánica”.

Al parecer, no se hizo mucho caso de todas estas fundadas quejas de la Nación germana, ni al clamor de un Concilio para arreglar esta situación, vivida como una tiranía de la Santa Sede por la Nación alemana; lo único que cabía en las antevísperas de la Reforma era la convocación de un Concilio, clamaba Diethern de Isemburg en 1461, “único medio de defensa que nos queda contra la tiranía de la Santa Sede”.

Por otro lado, la misma Iglesia alemana no era pobre, en ningún país era tan poderosa y opulenta la nobleza eclesiástica como en el Imperio alemán: una tercera parte del territorio nacional le pertenecía. De los siete Príncipes Electores, tres eran eclesiásticos: los Arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia. Unos cincuenta Obispos, veintiséis abades y dieciocho abadesas, ejercían jurisdicción temporal, sobre vastos territorios, como señores feudales.

Muchos prelados llevaban una vida de estilo secular, viviendo con gran lujo y llevando una vida mundana, cuando no escandalosa. También muchos eclesiásticos y bastantes canónigos, que muchas veces ni siquiera eran sacerdotes, usufructuaban las rentas de los beneficios eclesiásticos. La cura de almas estaba en muchos casos descuidada. Toda esta situación, unida al nacionalismo alemán que hacía ver a cualquier extranjero como ladrón romano, crea una situación explosiva:

“En territorio alemán, el Emperador solamente posee el señorío, pero el pastor latino es el dueño único de los pastos. ¿Cuándo, ¡Oh Germania!, recobrarás las antiguas fuerzas para que no te oprima ningún yugo extranjero?

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