MARTÍN LUTERO Y LA REFORMA PROTESTANTE
Soray MPTrabajo20 de Marzo de 2017
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MARTÍN LUTERO Y LA REFORMA PROTESTANTE.
- Introducción.
La Reforma Protestante constituye un hito en la Historia del Cristianismo, un punto de inflexión entre la religiosidad medieval y la moderna. Supone el culmen de numerosos conflictos intelectuales y el momento en que desde dentro de la propia Iglesia se comienza a cuestionar la manera de enseñar y aprender la fe. Lo que trataremos de investigar en este trabajo son los motivos que ocasionan esta Reforma desde una perspectiva de Historia social, acudiendo a la obra de varios historiadores que dedicaron parte de sus trabajos a desentrañar qué significado tuvo este proceso y consultando algunos de los escritos del principal protagonista, Martín Lutero.
No podemos comenzar sin preguntarnos por la coyuntura europea del momento. La situación política del continente, sus características económicas y la mentalidad de los habitantes de los siglos XV y XVI, tanto los que pertenecían a estamentos privilegiados como los que conformaban las masas campesinas, analfabetas, son claves importantes para entender por qué triunfa la Reforma Protestante.
- Europa en la Edad Moderna.
Europa entra en la Edad Moderna regida por un sistema de gobierno monárquico, siendo muy poco comunes las repúblicas. Mucho se ha escrito acerca de estos incipientes Estados modernos, distintos de los medievales en cuanto a la fragmentación del poder, en los que la figura del rey adquiría un relieve importante al ser, a la vez, una persona física y una institución permanente.
Las relaciones del monarca con los poderes eclesiásticos fueron complejas y tensas: el papa todavía aspiraba a crear una teocracia y las luchas religiosas del siglo XVI planteaban la posibilidad de que este pudiese usar su estatus para deponer a un rey[1]. Así, fueron constantes los conflictos entre autoridad eclesiástica y civil, tanto por causas de índole religiosa –como son las herejías, la brujería, etcétera.-, como por motivos que nada tenían que ver con la religión propiamente dicha –como la regulación de la vida matrimonial-. Ambos poderes pretendían aumentar su jurisdicción y sus privilegios.
Se ha considerado que la aparición de la Reforma constituye uno de los elementos diferenciadores entre Edad Media y Moderna, pero ya durante el siglo XV se hablaba incansablemente de la necesidad de reformas en el seno de la Iglesia, sin pretender acabar con la unidad del mundo cristiano. Así, a partir del siglo XVI las diferentes iglesias que se separan de Roma y son denominadas protestantes, no se consideran a sí mismas como tal, sino que se hacen llamar evangélicas o reformadas. Con esto hemos dejado claro que la línea historiográfica que identifica Reforma con protestantismo habría de ser revisada.
Los países que tras la reforma adoptaron el protestantismo mantuvieron el poder religioso subordinado al secular, ya fuera un príncipe o un consejo municipal. Estos Estados pretendían la formación de iglesias nacionales bajo el control del poder secular, que coincidiesen con los límites políticos de dichos Estados. En los países católicos existía una tendencia también muy arraigada a crear una Iglesia Nacional, puesto que los reyes se consideraban representantes de Dios, a los que competían derechos y deberes sobre la Iglesia, entre ellos el de su reforma interna.
Otro aspecto a tener en cuenta es el de los sentimientos religiosos, sobre todo porque se manifestaban muy ligados a elementos y actividades de socialización. El continente contaba con una red de asociaciones religiosas enorme, así como de cofradías y hermandades cuyas funciones tenían que ver con la devoción y la asistencia social. Los actos de culto, las procesiones y el propio sermón han sido considerados como una forma de espectáculo. A este respecto, los reformadores religiosos y sociales de países católicos veían en el excesivo número de fiestas una de las principales causas de la superioridad económica de aquellos estados que habían adoptado alguna de las variables del protestantismo. Además, la excesiva religiosidad solía derivar en supersticiones e invocaciones que pedían el auxilio sobrenatural para evitar las dificultades de la vida.
- Situación de la Iglesia en Europa antes de la Reforma Protestante.
Existe una marcada continuidad entre la espiritualidad bajomedieval y la de la segunda mitad del siglo XV y comienzos del XVI en Europa, ejemplificada en todos los ámbitos de la vida no solo religiosa, sino cotidiana.
La religión estaba presente en instituciones y organismos estatales, así como en gremios y oficios, que solían celebrar multitud de fiestas a lo largo del año, todas ellas con sentido religioso en mayor o menor grado.
Los centros intelectuales más importantes del momento recogían también esta espiritualidad; así, los exámenes universitarios o los actos académicos más relevantes habían de ser celebrados en una iglesia, donde les precedían, por lo general, una misa u oficio de acción de gracias[2].
Mención aparte merece la imprenta. Su descubrimiento y generalización fueron decisivos en la labor de potenciar la religiosidad europea; así, la edición de obras literarias[3], tales como breviarios, vidas de santos o relatos de milagros, sirvieron como medio de expansión del fervor religioso, que llegaba incluso a las masas campesinas analfabetas a través de lecturas colectivas acompañadas por la impresión y distribución de estampas y grabados con clara simbología religiosa.
Estos mecanismos, unidos a la ignorancia del pueblo, hacen posible mantener un control completo de la sociedad europea de principios de la Edad Moderna por parte de la Iglesia. Las jerarquías eclesiásticas, a cuya cabeza se encontraba la Curia romana, potenciaban y mantenían esa ignorancia en beneficio propio. Tal como explica Delumeau, para comprender estos años de Prerreforma hemos de tener en cuenta dos ideas que pueden parecer contradictorias: se produce una efervescencia religiosa, potenciada tanto por las aristocracias como por los predicadores que recorrían ciudad a ciudad la geografía del continente; al mismo tiempo, los fieles, los campesinos, las masas de población de las ciudades y, sobre todo, del campo, desconocen la doctrina católica y permanecen subalimentados en el plano religioso, situación que se debe a la falta de precisión en la forma de enseñar los principios doctrinales de la Iglesia. Delumeau distingue, en este sentido, tres niveles culturales dentro de la sociedad europea que entra en la época moderna. Habría una élite, inmersa o cercana al estamento eclesiástico, que poseería un amplio bagaje teológico; un sector formado por habitantes urbanos, que va recibiendo instrucción religiosa; y, por último, contaríamos con las masas rurales, que estarían sumidas en la más profunda ignorancia.
Pero la Iglesia no tenía las cosas fáciles en la fase inmediatamente anterior a la Reforma Protestante. Un siglo después del Cisma de Occidente (1378-1417), que había fortalecido el papel del Estado frente a la autoridad papal, se iniciará un proceso reformador que dará lugar a nuevas formas de entender el cristianismo. La valoración de lo político frente a lo religiosos será constante en los últimos momentos del siglo XV, cuando los monarcas comienzan a ver como un igual al papa, tanto en el terreno político como en el religioso, dando los primeros pasos para integrar dentro de la monarquía el control de las iglesias nacionales.
Esto se une a la dejación de la tarea pastoral por parte del papado, que se iba contagiando paulatinamente a obispos y párrocos locales. Se arraigaba el absentismo y se dejaban de lado las obligaciones religiosas, hecho favorecido por el poco control que ejercía la propia Iglesia sobre sus vicarios. La economía también tiene mucho que ver en este asunto, tal como expone Joan Bada, ya que la misión del pastor cristiano, del sacerdote, iba diluyéndose cada vez más y transformándose en un trabajo de mero administrador de bienes que se preocupa por asegurarse buenas rentas y el pago de los diezmos y otros impuestos. Las órdenes mendicantes se verán también afectadas por esta crisis espiritual y de dejadez de las tareas cristianas. Los curas seculares se enfrentarán a los regulares, sobre todo en núcleos urbanos. A los párrocos les afectaba el absentismo, lo que dará como resultado el surgimiento de una base clerical proletaria con escasa formación y muy poco atenta a su ministerio.
De esta forma, al mismo tiempo que permanecía arraigado el sentimiento religioso, comenzaban a pedirse cambios. El crecimiento de la economía europea va ocasionando que algunos sectores sociales insistan en la necesidad de depurar las prácticas religiosas, así como de reformar la moral eclesiástica, para conseguir con ello terminar con la corrupción y separar a la Iglesia de su apego a los bienes temporales, mundanos. La crisis de la filosofía escolástica se hace notar ya en la baja Edad Media y favorece que una teología espiritual comience a ganar adeptos en todo el continente europeo. Así, frente a la religiosidad medieval característica, va surgiendo una alternativa religiosa intimista y propiamente espiritual que pretende el conocimiento directo de dios y la relación con él. Es una alternativa al alcance de cualquier persona, independientemente de a qué nivel o escalafón social pertenezca. De la mano de los sectores reformistas eclesiásticos se va extendiendo un modelo de vida que combina religión y espiritualidad, llamado a conocer un éxito absoluto en el siglo XVI. Es lo que Rafael M. Pérez García ha denominado un proceso de reestructuración de las relaciones entre la Iglesia y la sociedad, entendida esta última el componente laico de Europa, al que se le ofrece la opción de contactar directamente con las realidades espirituales que iban a seguir dominando el panorama de los Estados Modernos. En la Europa del momento encontramos una Iglesia marcada por gravísimas crisis, desde la corrupción hasta el cisma; entonces, es fácil comprender que la institución sólo podría seguir manteniéndose a la cabeza de la sociedad si le ofrecía a esta una manera más eficaz, más íntima y verdadera de relacionarse con ese pretendido más allá, esto es, con dios.
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