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LOS PARTIDOS EN COLOMBIA


Enviado por   •  29 de Noviembre de 2013  •  2.845 Palabras (12 Páginas)  •  316 Visitas

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ORÍGENES DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN COLOMBIA

LOS PARTIDOS EN COLOMBIA

II

El gobierno del virreinato era la representación o encarnación de todo un sistema político, que podía condensarse en estas ideas cardinales: exclusión absoluta de los criollos, de intervención en el gobierno; concentración completa de la autoridad pública, conforme a la lógica del despotismo; régimen feudal respecto de la propiedad raíz y de las muchedumbres, mantenido por medio de los mayorazgos, los restos de encomiendas, las manos muertas, los conventos, la esclavitud y los resguardos de indígenas; íntima alianza del Estado y la Iglesia, con absoluta prohibición de otros cultos distintos del católico; clausura comercial, respecto de las producciones no españolas, con el consiguiente monopolio del comercio, y la prohibición de producir en el Virreinato aquellos frutos que pudieran competir con los españoles; régimen de administración de justicia basado en el monopolio de las profesiones forenses, en el secreto de los procedimientos, en el carácter político del poder judicial, y en una excesiva y formidable severidad de penas; régimen fiscal basado en todo linaje de monopolios y restricciones, y en innumerables impuestos, tan vejatorios como mal distribuidos; y, en fin, secuestración intelectual de los pueblos, mediante un sistema de instrucción monacal, o muy limitada, o calculada de cierto modo, y la prohibición de libros y periódicos que no tuvieran el pase de la autoridad.

Al estallar la guerra de la Independencia, el elemento criollo se puso, casi en su totalidad, del lado de la Revolución, que significaba para unos simplemente Independencia, y para otros mucho más: República; es decir, gobierno del derecho popular, de libertad y de progreso. El elemento peninsular, llamado por los patriotas godo, cuyo poder era desconocido y protestado por los independientes, sostuvo a todo trance, como era natural, la causa de la Metrópoli de la tradición, del despotismo existente: esos eran los tradicionistas o feudalistas de aquel tiempo. La masa popular, ignorante y estúpida como era, sirvió para sostener una y otra causa, con mayor o menor eficacia, según el empuje de cada partido, el temperamento de las poblaciones y la suerte de las armas contrarias.

Mientras sólo estuvo en tela de juicio la causa de la Independencia, el partido que la sostenía obró en masa; pero una vez que se trató de fundar la República, y con ella el régimen de una amplísima descentralización, la idea española o colonial reapareció, patentizándose en la lucha de Cundinamarca contra las Provincias Unidas, representadas por el Congreso de Tunja y Villa de Leiva; lucha desastrosa para la causa republicana, por lo pronto, pero que a lo menos sirvió de escuela y crisol a los republicanos.

Triunfante definitivamente la República en 1819, y consagrada en 1821 por la Constitución de Cúcuta, ya no era posible que el elemento peninsular o tradicionista mostrara sus primitivas aspiraciones. Tenía que resignarse a sufrir la Independencia y la República, como hechos consumados e irrevocables; pero no podía conformarse con la democracia, la libertad y la igualdad que surgían de la revolución como consecuencias necesarias y de rigurosa lógica. Y aunque ya no podía exhibirse como un cuerpo homogéneo por su personal, quedábale una comunidad de intereses y de preocupaciones o tradiciones que le servia de base para reconstituirse.

¿De qué fuerzas parciales se componía aquella masa que hemos llamado el elemento peninsular o tradicionista? Componíase, en primer lugar, de todos los hombres que, patriotas o godos, debían su posición a las instituciones y tradiciones del régimen colonial, políticamente vencido, mas no sustancialmente desarraigado; y en segundo, de aquellos que, elevados por la revolución a cierta importancia militar, habían llegado a tal grado de ensimismamiento de clase, que, apoyándose en el fuero y en el prestigio de la fuerza, sentíanse con ánimo para aspirar a sustituirse, en la República, a los que habían ejercido el poder en la Colonia.

Así, el elemento tradicionista se compuso: de aquellos que, jactándose de ser nobles, o a lo menos hidalgos titulados (ya que no de carácter) no podían tolerar la idea de la igualdad con la canalla, como llamaban al pueblo, ni conformarse con unas instituciones radicalmente distintas de las tradicionales;

de los propietarios de esclavos;

de los hombres acaudalados que, acostumbrados al antiguo régimen de impuestos, no consentían en que se implantara otro, fundado en la justicia, que les gravara con algunas contribuciones para el sostenimiento del gobierno que había de darles seguridad y garantías;

de la gran masa del clero, de los curiales y de los profesores titulados, favorecidos por las manos muertas, la unión de la Iglesia y el Estado, la intolerancia religiosa, los privilegios profesionales y los embrollos de la legislación española;

y de todos aquellos que, habituados al predominio ejercido al favor de una rigurosa centralización, no consentían en que se dividiera la administración pública entre los diversos y apartados grupos que formaban la sociedad neogranadina.

A estas fuerzas sociales componentes del elemento tradicionista, tenían que agregarse más tarde, por la necesidad de las cosas o la lógica de la política, las demás fuerzas análogas que, andando el tiempo, fueron apareciendo con el mecanismo de la nueva sociedad. Viose por eso, una vez fundada la República, a los hombres que la detestaban, haciendo causa común con el elemento militar, buscando su caudillo en el personaje que, engrandecido por la revolución republicana y cubierto de todo el prestigio de la gloria, pero muy poco adicto por temperamento y por educación, a las instituciones republicano-democráticas, podía sentirse más tentado a encabezar una reacción y hacer servir las victorias de la Independencia, en cuanto esto fuera posible, a las ideas y los intereses de los tradicionistas o antiguos conservadores.

De ahí que todos los actos del partido militar y boliviano, que llenan la historia de la época colombiana transcurrida de 1821 a 1830; de ahí la Constitución boliviana de 1826, y los esfuerzos hechos para popularizarla y hacerla implantar en Colombia; de ahí el pronunciamiento de Páez en Venezuela, y el de Flores en el Ecuador; de ahí la disolución de la Convención de Ocaña, compuesta de hombres civiles, cuyos actos fueron un aborto, por causa de Bolívar y sus partidarios; de ahí la dictadura de 1828, con todos sus desmanes, y los proyectos consiguientes

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