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La Caída Del Imperio Romano En Occidente

rolandomat19 de Febrero de 2014

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Fuentes[editar]

El historiador francés Marc Bloch, miembro de la Escuela de los Annales, defendía que "Todo libro de historia digno de este nombre debería incluir un capítulo o, si se prefiere, insertar en los puntos esenciales del desarrollo, una serie de párrafos titulados ¿Cómo puedo saber lo que voy a decir?".3 En este sentido, y dado que la Historia se redacta basándose en fuentes susceptibles de interpretación, la veracidad y fiabilidad de éstas han de ser analizadas previamente. En este sentido, los historiadores actuales consideran que el fallo metodológico más grave de las sucesivas corrientes historiográficas ha radicado precisamente en esta falta de análisis de las fuentes históricas.

Fuentes literarias[editar]

En abierta contraposición respecto al siglo III, las fuentes disponibles para el período del siglo IV en adelante son extremadamente ricas y variadas, tal que sobrepasan incluso a la época de Cicerón, y hace de éste uno de los períodos mejor documentados de la historia romana. Desgraciadamente, la historia romana es ante todo una historiografía limitada a lo político y lo militar, una historia fundamentalmente narrativa. Es decir, composiciones integradas por afirmaciones factuales, sosteniéndose cada hecho enunciado en otro, y el conjunto aparece como una red de unidades enunciativas cohesionadas entre sí.

Además de las obras de estricto carácter historiográfico (Amiano Marcelino, Aurelio Víctor, Zósimo, Hidacio, Jordanes, etc.), lírico (Panegíricos latinos, Rutilio Namaciano), epistolar (Símaco, Sidonio Apolinar) o biográfico (hagiografías varias), por añadidura, es ésta la época de los grandes autores cristianos, tanto latinos (Jerónimo, Ambrosio, Agustín, Salviano de Marsella) como griegos (Basilio de Cesárea, Gregorio de Nisa, Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo). Todos ellos son continuadores de la tradición clásica, y por lo general también son de igual modo tendenciosos. Las obras tanto de paganos como de cristianos tienen intencionalidades manifiestas, y dan lugar a interpretaciones muy variadas.

La Historia de Occidente ha sido construida y redactada con documentos. El redactar una historia crítica supone la existencia de documentos neutros, cuya meta primitiva no haya sido la información histórica. Con respecto al período republicano, el Bajo Imperio presenta una inmensa cantidad de material, aunque la epigrafía sea mucho menor que la altoimperial

El panorama administrativo puede seguirse a través de los pocos documentos conservados de la alta administración imperial: el Laterculus Veronensis y el Laterculus de Polemio Silvio[1], ambos listas de provincias del Imperio ordenadas por diócesis; las inscripciones honoríficas ordenadas por los gobernadores provinciales, que recogen nombres, títulos, cargos y fechas; y la Notitia Dignitatum, un registro de cargos, oficiales, subalternos y unidades militares a disposición de la administración central y provincial distribuidos por ambas partes del Imperio.

El Codex Theodosianus y el Corpus Iuris Civilis, las recopilaciones legislativas de los emperadores Teodosio II (408-50) y Justiniano (518-65) representan un sumario precioso del material jurídico de la época imperial, al igual que la epigrafía que contienen leyes imperiales, edictos, decretos, cartas, diplomas militares (decretos de baja), decretos senatoriales, inscripciones de municipios, de colegios, inscripciones privadas, etc.

Un importante material documental se puede encontrar también en los papiros egipcios de la época imperial, en especial los procedentes de Oxirrinco; aunque la inmensa mayoría se refieren sólo a su zona de localización y no son extrapolables, entre ellos se ha hallado documentos de gran importancia, como por ejemplo una copia de la Constitutio Antoniniana de Caracalla.

Las monedas constituyen otra fuente original muy importante.4

Fuentes arqueológicas[editar]

La reciente incorporación de la arqueología ha permitido desterrar varios mitos asentados en la historiografía tardorromana. La gran crisis del siglo III se superó con una rapidez asombrosa en el siglo IV, que fue un período no de decadencia, sino de recuperación generalizada e incluso de gran prosperidad en algunas zonas, a pesar de los problemas del latifundismo, la presión fiscal, la inflación o la polarización social. Las invasiones germánicas, sin dejar de ser violentas y traumáticas, no lo fueron tanto como para destruir la civilización romana. Y si bien se puede decir que iniciaron un proceso de decadencia del Mundo Antiguo, éste no se inició realmente hasta el siglo VI.

La arqueología demuestra además que los pueblos germánicos eran completamente sedentarios:

"La principal impresión que suscitan las excavaciones es la de comunidades estables y duraderas, algunas de las cuales ocupaban los mismos lugares durante décadas o incluso siglos, otras trasladaban sus viviendas sin alejarse demasiado de los confines de su territorio original [...] Parece claro [...] que la primitiva economía germana [...] era, en esencia, semejante a la agricultura campesina de las provincias occidentales del Imperio romano"

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Otro aspecto de capital importancia evidenciado por el registro arqueológico es que la "Decadencia y caída" no fue un fenómeno homogéneo y común a todo el Imperio. Algunas regiones efectivamente declinaron, pero otras no. Hispania, la Galia, Iliria, Grecia y las zonas del limes danubiano, escenario de numerosos conflictos, fueron los territorios más afectados por las guerras entre romanos y por las invasiones bárbaras. En Italia, tras los saqueos de Alarico y Atila, hay una continuidad hasta el siglo VI, alcanzando la cúspide de su prosperidad con Teodorico, para decaer y no recuperarse hasta la Plena Edad Media, a causa de la Guerra Gótica y las invasiones lombardas.

Un hito de gran importancia es que las excavaciones patrocinadas por la Unesco en el norte de África han revelado la pervivencia de la prosperidad africana durante la ocupación vándala, y un verdadero "renacimiento bizantino" tras las dificultades del reinado de Justiniano, alcanzando un nivel de prosperidad comparable al de comienzos del siglo V, para ser definitivamente arrasado por la invasión musulmana, que fue extremadamente cruenta en la zona y que en el transcurso de cuarenta años de luchas destruyó todas las grandes ciudades (Cartago, Susa, Hadrumeto, Hipona, Leptis, etc.).

Otro tanto ocurriría en las islas mediterráneas, en especial Sicilia, que a pesar de la irrupción de los vándalos se mantuvo prácticamente al margen de toda invasión hasta la llegada de los musulmanes. Las excavaciones revelan por último que Siria y Palestina alcanzaron probablemente su máxima prosperidad en los siglos V y VI, pese a los terremotos y a las devastaciones de Cosroes I en el reinado de Justiniano; esta prosperidad se mantuvo hasta el siglo VII, decayendo con rapidez a causa de las invasiones persas.

Decadencia frente a transformación[editar]

Genserico saqueando Roma, por Karl Briullov (1836).

Tesis de la decadencia y caída[editar]

La versión tradicional del final del mundo antiguo fue que la desintegración política y militar del poder romano en Occidente acarreó la ruina de su civilización. Desde San Agustín hasta el siglo XXI ha predominado la idea de que las culturas ofrecen una evolución similar a la de los seres vivos, y que la decadencia es su fase final. Esta visión tuvo su origen en el siglo XVIII. Hasta entonces el absolutismo político y el Cristianismo del Bajo Imperio habían sido valorados positivamente, pero con los nuevos vientos ilustrados, comenzó a valorarse de manera peyorativa, surgiendo la idea de la decadencia.

Edward Gibbon y su monumental History of the decline and fall of the Roman Empire recibieron de la historiografía anterior un legado muy mediatizado por la religión, puesta en tela de juicio por los filósofos ilustrados. En este panorama de profunda revisión, Gibbon hizo suya la exposición de principios de Tácito, y desarrolló su monumental obra partiendo de la idea de moda en ese momento, ya adelantada por Montesquieu en sus Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence (París, 1734): que la pérdida de la "virtud republicana" fue causa fundamental de la decadencia del Imperio. Gibbon plantea que tras la Edad de Oro racionalista de los Ulpio-Aelios (para él "los Antoninos") se inicia la decadencia, el inicio del triunfo de lo bárbaro y lo cristiano, el momento en el que la irracionalidad ocupa el poder. El historiador italiano Arnaldo Momigliano6 indicaba que lo novedoso de Gibbon no fueron sus ideas políticas, morales o religiosas, que son las mismas de Voltaire, sino que supo comprender el importante papel de los hechos en la Historia y supo ordenarlos y valorarlos, realizando la primera historia moderna, y en eso radica su importancia y la fuerza con que ha calado en toda la historiografía posterior.

La visión de Gibbon, probablemente el historiador más influyente de todos los tiempos.7 8 fue compartida por los grandes historiadores positivistas del siglo XIX como Jacob Burckhardt u Otto Seeck. Entre las obras del primero se destaca Die Zeit Constantins des Großen (Basilea, 1853), donde abundaba en la idea de la decadencia como un envejecimiento social reflejado en la creencia en la inmortalidad y la vida ultraterrena, que desintegró la civilización clásica.

En general, hasta los últimos decenios del siglo XX se mantuvo la visión que de este periodo había establecido Gibbon, principalmente de la mano de Mikhail Rostovtzeff, y su influyente Social

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