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La Matanza De Puerto Hurraco


Enviado por   •  6 de Marzo de 2014  •  1.332 Palabras (6 Páginas)  •  229 Visitas

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Entre hombres y mujeres reina una calma apacible y serena, en un pueblo en el que se conocen todos, al final de una jornada de asueto. Pero la tranquilidad aparente oculta viejas desavenencias entre dos familias: los Cabanillas, conocidos como los Amadeos, y los Izquierdo, a los que llamaban los Patapelás.

Puerto Hurraco vive de la aceituna, el grano, el cerdo y la oveja. Ha estado durante mucho tiempo en el atraso y la miseria, como una de las zonas más depauperadas de España, pero la llegada de la electricidad –en los años 70– y la implantación del agua corriente –en los 80– elevaron la calidad de vida de sus habitantes.

De repente, los dos hombres que se ocultan en las sombras, obedeciendo a una señal convenida, irrumpen en la calle principal y abren fuego con sus escopetas. Los disparos son de postas, lo que significa que cada cartucho de caza contiene nueve gruesos perdigones de plomo. Las primeras en caer son las niñas Antonia y Encarnación Cabanillas Rivero, de catorce y doce años, respectivamente. Les disparan en el pecho a corta distancia, hiriéndolas de muerte. Encarna apenas puede hablar, y Antonia pide ayuda a gritos a Isabel, la otra hermana, que salva su vida arrojándose al suelo.

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Manuel Cabanillas, de 57 años, sale del bar vecino gritando: “¡Estáis locos, que las vais a matar! ¿No veis que son unas niñas?”. Acto seguido recibe los disparos que pondrán fin a su vida.

Se produce una primera descarga de cinco tiros que crea confusión, carreras y miedo en la calle. Antonio Cabanillas, de 25 años, hijo de Manuel, intenta en un primer momento hacer frente a los que disparan, pero éstos rápidamente vuelven las escopetas contra él y le alcanzan por la espalda cuando intenta ponerse a cubierto. Los impactos que recibe le dejarán para siempre en una silla de redas. Los vecinos que pueden escapar se ocultan en sus casas o se parapetan tras árboles y mesas.

Los agresores cargan sus armas y siguen disparando sobre todo lo que se mueve. Araceli Murillo Romero, de 60 años, que está sentada a la puerta de su casa, ve caer heridas a las dos niñas y sin pensarlo va hacia ellas para prestarles ayuda. Los hombres armados le disparan. Muere en el acto.

José Penco Rosales, de 43 años, primo del alcalde pedáneo, que juega a las cartas en el bar, recoge a dos de los heridos en la primera descarga y los traslada en su coche a un centro asistencial de un pueblo vecino. Cuando regresa para hacerse cargo de otras víctimas, los dos hombres que no han dejado de disparar sobre la gente del pueblo le salen al paso y, tras apuntar a los cristales del vehículo, le dan muerte.

Algunos intentan escapar del pueblo. Así, Manuel Benítez, Antonia Murillo Fernández y su cuñado, Reinaldo Benítez, suben a un automóvil. Los agresores les disparan y causan la muerte de Antonia, de 57 años, y de Reinaldo, de 62.

En medio de la calle, disparando para todos los lados, los criminales no dejan descansar sus escopetas. Algunos vecinos logran dar aviso a la Guardia Civil del puesto de la localidad vecina de Monterrubio de la Serena. Un vehículo con dos miembros de la Benemérita entra en el pueblo. Los criminales les apuntan y disparan antes de que puedan salir del automóvil. El agente Juan Antonio Fernández Trejo, de 31 años, recibe un disparo en el pecho; el agente Manuel Calero Márquez resulta herido en la pierna izquierda.

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Antes de darse a la fuga, los dos asesinos han matado a siete personas y herido a otras nueve, dos de las cuales fallecerán posteriormente. En el hospital Infanta Cristina de Badajoz ingresarán Guillermo Ojeda Sánchez, de ocho años, con un disparo en el cráneo, muy grave, en coma profundo –quedará hemipléjico–, y Andrés Ojeda Gallarde, de 36 años, herido en el pecho y en el vientre, con shock hemorrágico, muy grave. En el hospital Don Benito de Villanueva de la Serena atenderán a Isabel Garrido Dávila, de 70 años, herida en el pulmón derecho, muy grave; Vicenta Izquierdo Sánchez,

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