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La Sombra De Pedrarias En El Salvador

blancanelly886 de Julio de 2012

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LA SOMBRA DE PEDRARIAS DÁVILA EN EL SALVADOR

Pedro Antonio Escalante Arce

Aunque Pedro Arias de Ávila nunca llegó a suelo hoy salvadoreño, su impronta estuvo presente en los primeros años de la conquista y poblamiento; y aun después de su deceso, la personalidad del difunto gobernador nicaragüense siguió con un destello de vida fantasmagórica por algunos años, mientras las provincias iban tomando definición y rostro propio. Pedrarias Dávila fue el primer impulso conquistador en Centro América, tuvo la primacía en las exploraciones náuticas y las terrestres, y el viaje de descubrimiento del piloto Andrés Niño de 1522, junto con Gil González Dávila, quien desembarcó en Nicaragua, le dio fundamento para reclamar para sí, no solamente Nicaragua sino el Nequepio, nombre con el cual se conoció al territorio nahua-pipil de Cuzcatlán en los tiempos de Pedrarias (Oviedo, 1992, tomo IV, 238).

Pedrarias Dávila fue un prodigio humano del siglo XVI. Nació alrededor de 1440, en Segovia, heredero de la sangre sefardí de sus mayores y de los conocidos merecimientos de su familia en la corte de los reyes Trastámara de Castilla. Fue un destacado guerrero que participó en la toma de Granada y en su rendición el 2 de enero de 1492. Cuando llegó a Castilla del Oro, en 1514, sobrepasaba los setenta años de edad. Su vida fue apasionante y apasionada, dotado de gran fuerza física y energía personal, pues no cualquiera en esos días llegaba a edad tan avanzada, como sucedió con Pedrarias Dávila, que murió en 1531, en León de Nicaragua, después de una existencia agitada y conflictiva, tantas veces maltratada por los cronistas e historiadores, pues el “furor dómini”, como le llamó fray Bartolomé de las Casas, en una particular alquimia combinó esa grande y admirable energía con una fastuosidad de sentimientos agresivos que lo han puesto en particular sitial de antipatía en la historia. Sin embargo, la memoria de Pedrarias merece algo muy distinto al generalizado rechazo de su carácter y actuaciones. Fue sin duda un gran hombre, a su manera, como lo fueron tantos españoles conquistadores, quienes recorrieron toda la escala del comportamiento humano de la época, desde el mejor espíritu evangelizador hasta la execración, pero Pedrarias caló demasiado hondo en los desmanes y esto en un puesto de autoridad en que todo era trascendente en extremo. El historiador inglés David A. Brading, al escribir sobre la conducta que adoptaron los castellanos del Darién bajo la égida de Pedrarias, y lo que aprendieron de él, llama al ambiente pesado y nefasto que entonces reinó en Castilla del Oro una “escuela infernal” (Brading, 1993: 53). Pedrarias Dávila sigue despertando opiniones encontradas, las que puso en la historia un hombre de personalidad pétrea, fuerte y longevo, un viejo incorregible que por su experiencia en la vida, y por su origen más educado y cortesano, de él se hubiera esperado algo más sosegado y reflexivo. Era hombre “alto, pelirrojo, de tez pálida y ojos verdes”, el retrato probable de un rostro impenetrable, frío y calculador (Thomas, 2003: 393).

Pedro de Alvarado fue uno de los grandes contrincantes de Pedrarias, pero no hubo ningún encuentro personal entre los dos, sólo una lucha sórdida de intereses y de ocasionales encuentros armados a través de sus subalternos. Alvarado ha quedado en la historia con un puesto diferente al de Pedrarias, éste como un anciano vitriólico y de malas entrañas, aunque tal vez no sea el cuadro estrictamente adecuado, pero sí el heredado y reiterado, mientras que el agraciado Alvarado aparece con efluvios casi legendarios, aumentados por el romanticismo de que impregnaron su vida cronistas, historiadores y novelistas. En Guatemala y El Salvador es el conquistador por antonomasia, con todo el bagaje de los tiempos heroicos y en su negro haber las usuales ingratitudes para con lo aborígenes. Ciertamente Pedro de Alvarado no fue ningún ejemplo de virtudes, muy al contrario, pero no le sucedió lo que a Pedrarias, que rebalsó la copa de una mala imagen con defectos y abusos. Don Pedro fue un extremeño de Badajoz, de familia hidalga de mediana y más bien baja posición, que moldeó desde joven su vida en las Indias, con ambiciones, aventuras y violencias en una época de entusiasmos y dramas, diferente en origen al Pedrarias palaciego, con buena cultura de su época y vida rodeada de caballeros. Alvarado nunca fue un verdadero y cumplido gobernante, el gobernar lo dejó a otros, mientras para él todo eran nuevas expediciones y proyectos y desafiar quiméricamente los horizontes americanos en una prolongada juventud de arrebatos, sin haber llegado a la sensatez de la edad madura. Su controvertido recuerdo, de extraña e inusual armonía en voces discordantes, impregnó el primer capítulo del período español de las Indias del centro, junto con otros altisonantes nombres. Pero a pesar de su personalidad dura y exaltada, y de su comportamiento tantas veces censurable y desalmado, muy pocos personajes del siglo XVI en la historia española de Centro América despiertan un imaginario tan abundante y colorido, y un contradictorio sentimiento de respeto, como el adelantado don Pedro, el “Tonatiuh” de los tlaxcaltecas.

Donde se sintió con más fuerza el pulso de la contienda entre Pedrarias y Alvarado fue en las regiones salvadoreñas, en las dos provincias principales, la oriental Popocatépet y la occidental Cuzcatlán, así como en el golfo de Fonseca y sus alrededores. Ya la misma decisión de Cortés de organizar expediciones hacia el sur desde México-Tenochtitlan fue motivada por el conocimiento que tenía del empuje de Pedrarias que subía de Panamá y de la otra corriente conquistadora que llegaba de Santo Domino a la actual Honduras. Los sucesos se fueron entretejiendo confusamente con situaciones y hechos en que no faltó la presencia dominante de Pedrarias a través de sus enviados y capitanes.

El mismo primer establecimiento de las dos ciudades españolas de El Salvador en la primera mitad del XVI, San Salvador y San Miguel de la Frontera, se puede explicar fundamentalmente y en gran medida, en sus causas inmediatas y en sus especiales circunstancias de fundación, solamente por la densa y cercana sombra de Pedrarias Dávila desde León.

El surgimiento original de la villa de San Salvador sigue siendo un enigma, con certeza solamente se sabe que el día 6 de mayo de 1525 existía un asiento español y que su alcalde ordinario –o uno de los dos de rigor- era Diego Holguín, tal como lo expresó Pedro de Alvarado en la sesión de esa fecha del cabildo de Santiago de Guatemala (Cabildo, 1991: 13). Mucho se ha escrito y especulado sobre esa primigenia villa, pues mientras ésta sigue siendo toda una incógnita, la segunda villa, la de 1528, sí se conoce con los detalles de su fundación, sobre todo gracias al cronista dominico Antonio de Remesal (Remesal, 1988, tomo II: 273-278). Pero las preguntas sobre la primera villa no han sido todavía contestadas: ¿cómo? ¿dónde? ¿por quién? ¿qué fecha? Todo aunque se sepa que fue por orden de Alvarado y que un miembro de su familia ejecutó el mandato en tierras de Cuzcatlán antes de mayo de 1525.

Existe una carta de 1525 de Pedrarias Dávila a la corona, probablemente de abril, sin especificación de día exacto, carta fundamental y decisiva, muy comentada por los historiadores nicaragüenses, a la cual los salvadoreños nunca le han dado el valor suficiente a lo expresado, y aun hasta la dejaron de lado, pero que puede explicar los sucesos que motivaron la fundación de la primera villa de San Salvador. En esta carta, escrita en la ciudad de Panamá, Pedrarias informaba sobre el grupo expedicionario enviado por Francisco Hernández de Córdoba desde León en busca de Gil González Dávila, que había desembarcado en la bahía de Caballos e internado en Honduras, con claras intenciones de llegar hasta el mar Dulce, el gran Lago, que el mismo González Dávila había descubierto en 1522. Francisco Hernández despachó una tropa al mando de Hernando de Soto que se dirigió a la región de Olancho, pero con un primer periplo por Nequepio-Cuzcatlán. Lo particular es que este grupo de Hernando de Soto llegó hasta la misma gran población de Cuzcatlán, a finales de 1524 o principios de 1525, en las inmediaciones de la actual San Salvador, donde Alvarado había estado a mediados de 1524, y allí encontraron varios objetos que dejaron los españoles cortesianos. Dice la carta que en especial una lombarda y algún calzado. No hay datos de la estadía de Hernando de Soto en el mismo corazón de las tierras nahuas salvadoreñas, no se conoce sobre la resistencia que pudieron haber ofrecido los nahua-pipiles, ni cuántos días estuvo allí, o si hubo rescate de oro, solamente lo muy escueto de la narración sobre los restos materiales que vieron en el real que había tenido Alvarado. Pero no habrá sido una presencia pacífica, porque el audaz y violento De Soto estaba hecho de parecida sangre y arenisca a la de Pedrarias, de quien fue uno de sus brillantes capitanes y cuya vida estuvo plasmada en folios escritos con tinta de heroicidad, con los mismos contradictorios cánones aventureros, con idénticas entrañas encallecidas e incólumes de actitudes humanitarias de muchos y tantos. Ya fenecido Pedrarias, De Soto se casó en España con su hija Isabel de Bobadilla y fue nombrado gobernador de Cuba, de donde partió en 1539 a la expedición en la que terminó sus días, a orillas del río Mississippi, en la Luisiana. Hernando de Soto fue el segundo que visitó Cuzcatlán, después de Pedro de Alvarado, con

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