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La irreligiosidad del Obispo Espada


Enviado por   •  28 de Septiembre de 2015  •  Ensayos  •  1.844 Palabras (8 Páginas)  •  126 Visitas

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Universidad de La Habana

La irreligiosidad del Obispo Espada

Autor: Álvaro Verdes Tribóns

Cuando apenas faltaba poco más de un lustro para que se cumplieran tres décadas de su arribo a la Isla, el obispo Díaz de Espada y Landa se convirtió en objeto de crítica de un libelo anónimo que circuló por la diócesis de La Habana en 1824. El texto sintetizaba el conjunto de acusaciones que sus detractores habían elaborado en su contra desde los inicios de su ejercicio pastoral. Ciertamente no había sido tarea fácil aplicar en el entrono colonial las concepciones ilustradas que había adquirido durante su formación cultural en España. Aunque centrado en la reforma modernizante de la iglesia habanera, el prelado proyectó su quehacer más allá de los atrios eclesiásticos, pretendiendo “iluminar” la política, la economía y la sociedad en su conjunto. En ese propósito no solo encontró los obstáculos procedentes del clero afectado, sino además las intrigas y oposiciones de la oligarquía plantacionista azucarera y del poder metropolitano.

Dichos focos adversarios, tras el anonimato, habían sido los autores de aquel documento que tildaba paradójicamente a un obispo- además de otros insólitos calificativos- de antirreligioso. La labor de Espada en materia religiosa- disciplina moral y instrucción de la clerecía, ampliación de la red parroquial, énfasis en el culto divino, cambios en las instancias administrativas, actualización de las actividades asistenciales y educativas desempeñadas por la Iglesia, entre otras- demuestran la insostenibilidad de las inventivas que pretendían mostrarlo como enemigo de la religión católica, para cuyo resguardo y bien funcionamiento había recibido la mitra episcopal. Sin embargo, sería comprensible su “antirreligiosidad” ante la sociedad de la época teniendo en cuenta que sus directrices reformistas socavaron intereses enraizados del clero, tanto regular como secular, y una mentalidad de matiz feudal, escolástico, oscurantista y supersticiosa proveniente aún de los siglo XVII y XVIII.

Portador de la Ilustración española, con percepciones simplificantes acerca de los sentimientos religiosos que, lejos de contradecir la ortodoxia católica, la purificaban de elementos que las circunstancias le habían incorporado en su propio detrimento, y convencido de la necesidad de armonizar todas las esferas de la realidad insular- económica, educativa, social, política, espiritual- en el camino hacia la modernización en un momento histórico de indiscutibles oportunidades para el progreso de Cuba, Espada se empeñó en dejar para la posteridad una Iglesia actualizada, que sin perder su humanismo y cristianismo, promoviera concepciones , actitudes y comportamientos acordes a los nuevos tiempos.

Las circunstancias que había encontrado a su llegada en 1802 no eran nada alentadoras. La Iglesia cubana se había convertido en una institución criolla por la composición de su jerarquía, sus representaciones y los intereses que defendía. Sin embargo, a pesar de haber ganado en organicidad a partir de la celebración del Sínodo Diocesano de 1680 que reguló el funcionamiento interno y los modos de interacción con la sociedad teniendo en cuenta los acuerdos tridentinos, aún presentaba singularidades desfasadas con las exigencias que el contexto decimonónico reclamaba. La diócesis que Espada asumió contaba con un clero en su mayoría ignorante, corrupto, sin moral y supersticioso, que lograba dialogar en el discurso religioso con las creencias procedentes del sincretismo entre el catolicismo y la religiosidad africana o aborigen, deformando el verdadero significado del dogma de la Iglesia. Sólo una pequeña porción del sacerdocio, concentrado en las principales ciudades, presumía de cultura y conocimiento teológico, pero con interpretaciones escolásticas anticuadas.

A partir de estos rasgos en las voces predicadoras, se comprendía una feligresía cuyos sentimiento devocional y simbología se adecuaban casi perfectamente a los viejos moldes tardomedievales. Comportamientos retrasados y actitudes fanatizadas, irracionales e idólatras, que desvirtuaban el cristocentrismo del que era partidario el Obispo, se manifestaban en el exceso de cultos, hermandades, procesiones, plegarias, decoración interior de los templos, celebraciones funerarias y toques desmesurados de campanas, que no sólo convocaban a misas u oraciones, sino que anunciaban también la muerte de algún miembro de la élite.

Así la cotidianeidad del criollo habanero estaba marcada por la sistematicidad de un espíritu procedente del Barroco contrarreformista que impedía el desarrollo de una mentalidad colectiva moderna e ilustrada. Respetando las convicciones religiosas de la época, la permanencia de tal escenario se justificaba además por los beneficios materiales que estas prácticas reportaban a los miembros del clero, tanto monástico como diocesano, donde indiscutiblemente franciscanos y dominicos tuvieron una responsabilidad esencial.

Percibidas estas circunstancias, Espada comprendió la imperiosa necesidad de desplegar un conjunto de reformas que deshabilitaran el imaginario barroco enclavado aún en la sociedad colonial. El desarrollo de una economía plantacionista requería de la modificación y apertura del pensamiento, incluyendo la actualización de las concepciones religiosas. Ambos procesos debían avanzar al unísono para favorecer la formación de la nacionalidad cubana. De lo contrario, más temprano que tarde la primera víctima del progreso sería la religión, si se atrincheraba como óbice ante las demandas empíricas y racionales de la Modernidad.

Uno de los primeros ámbitos sometidos a modificación fueron sus súbditos inmediatos: el clero. Teniendo en cuenta que en él sobrevivían las más oscuras ideas y hábitos del pasado, escondidos en conventos y parroquias, el prelado aplicó medidas concretas para mejorar la calidad y preparación de personal eclesiástico, “eliminar la ignorancia, la superstición y la corrupción dentro de la

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