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El Obispo Chicheño


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2014  •  945 Palabras (4 Páginas)  •  265 Visitas

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Por los años 1 780 comía pan en esta ciudad de los reyes un bendito de Dios, a quien bautizaron con el nombre de Ramón. Era éste un pobre hombre mantenido por la caridad pública y el hazmerreir de muchachos y gente ociosa. Hombre de pocas palabras, pues para complemento de desdicha era tartamudo y a todo contestaba con un “sí, señor”, que al pasar por su desdentada boca convertía en “chi, cheñó”

El pueblo llegó a olvidar que nuestro hombre se llamaba Ramón y todo Lima lo conocía por “Chicheñó”. En el año que hemos apuntado llegaron a Lima, dos acaudalados comerciantes españoles trayendo un valioso cargamento. Consistía éste en sedas, paños, alhajas y lujosos adornos para iglesias. Arrendaron un vasto almacén con cruces brillantes, cálices de oro con incrustaciones de piedras preciosas, anillos y otras prendas de rubíes, ópalos zafiros, perlas y esmeraldas.

Ocho días llevaba abierto el elegante almacén cuando tres andaluces, que vivían en Lima más pelados que plátano de seda, idearon la manera de apropiarse de parte de las alhajas y para ello ocurrieron al originalísimo plan que voy a referir.

Después de conseguirse un traje completo de obispo vistieron con él a Ramón y dos de ellos se vistieron con sotana y sombrero de clérigo. Enseguida sobornaron a un cochero a fin de que pusiese el carruaje de su patrón a disposición de ellos.

Los dueños del almacén en cuestión iban ya a sentarse a la mesa cuando un lujoso carruaje se detuvo a la puerta. Un paje abrió la portezuela y bajó el estribo, descendiendo dos clérigos y tras ellos un obispo.

Penetraron los tres en el almacén. Los dos comerciantes se deshicieron en cortesía, besaron el anillo pastoral y pusieron junto al mostrador silla para su ilustrísima. Uno de los clérigos tomó la palabra y dijo:

- Su señoría, el señor obispo de Huamanga, de quien soy humilde capellán y secretario, necesita algunas alhajitas para su persona y para su santa Iglesia Catedral y sabiendo que todo lo que ustedes han traído de España es de última moda, ha querido darles la preferencia.

Los comerciantes hicieron la presentación de cada uno de sus artículos, garantizando, bajo palabra de honor, que ellos no daban gato por liebre y aseguraban que el señor obispo no tendría que arrepentirse por la distinción con que los honraba.

- En primer lugar –continuó el secretario- necesitamos un cáliz de todo lujo para las fiestas solemnes. Su señoría no repara en precios que no es ningún tacaño. ¿No es así, ilustrísimo señor?

- Chi, cheñó –contestó el obispo

Los españoles sacaron a relucir cálices de primoroso trabajo artístico. Tras los cálices vinieron cruces y pectorales de brillantes, cadenas de oro, anillos, alhajas para la virgen y regalos para las monjitas de Huamanga. La factura ascendió a quince mil duros.

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