La vida cotidiana en la Edad Media
Renato GarciaResumen4 de Agosto de 2025
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La vida cotidiana en la Edad Media
Julio Valdeón Baruque
Catedrático de Historia medieval. Universidad de Valladolid
Edad Media! Tan próxima y a la vez tan lejana. Los europeos vivimos en naciones que se constituyeron en los tiempos medievales, hablamos idiomas que nacieron en aquella época y nos regimos por instituciones políticas cuya génesis remonta asimismo al Medievo. ¿No es también la Universidad una creación medieval? Una de las caras de la moneda nos está indicando que somos herederos de la Edad Media y que muchas de nuestras señas de identidad se gestaron precisamente en dicha época.
Pero la otra cara de la moneda, por el contrario, insiste en poner de manifiesto la enorme distancia que separa a nuestro mundo del medieval. La secularización de la vida, la progresiva domesticación de la naturaleza o el primado de la razón, rasgos todos ellos característicos del mundo contemporáneo, ¿no parecen situar al ciudadano europeo de nuestros días en las antípodas de su antepasado, el hombre de la Edad Media? y sin embargo, ¡cuántos vestigios de
aquellos remotos tiempos perduran aún en la actualidad! Ciertamente la creciente homogeneización cultural, impuesta por los medios de comunicación de masas, está contribuyendo a borrar muchas de esas huellas. Pero
aún pueden encontrarse, particularmente
en núcleos rurales aislados, hábitos
de comportamiento, actitudes
mentales o ritmos reguladores del vivir
diario que apenas difieren de los
que informaban a las gentes de la
Edad Media. ¿No consideramos elogioso
llamar a alguien caballero, en tanto
que tildarlo de villano resulta deni-
Hombres y mujeres del siglo XVen un fresco de
Masaccio para la Capilla Brancacci, iglesia del
Carmen, Florencia
grante? He ahí un ejemplo típico de la
persistencia de ideas propias de la época
medieval.
Pues bien, de esa Edad Media, cercana
y remota a un tiempo, vamos a
hablar. Pero no de los acontecimientos
de aquel período, ni de sus grandes
personajes. Nuestro objetivo es reconstruir
la vida cotidiana de las gentes
del Medievo. La tarea, no obstante, resulta
ingente, no sólo por la diversidad
de cuestiones que se encierran en la
expresión vida cotidiana, sino también
por la amplitud cronológica de la Edad
Media -¡más de mil años desde la caída
del Imperio Romano hasta el descubrimiento
de América!-, e incluso por
la heterogeneidad de territorios sobre
los que deberíamos proyectar nuestra
mirada.
De ahí las limitaciones que, de entrada,
hemos fijado para nuestra tarea.
Por de pronto sólo hablaremos de
la Europa cristiana, y, precisando más,
de las zonas occidentales de dicho continente.
Desde el punto de vista cronológico
nuestra atención se centrará en
el período posterior al año 1000. Una
última observación: en lugar de pasar
revista a un abanico interminable de
cuestiones relacionadas con la vida cotidiana
hemos decidido seleccionar
unos cuantos aspectos de la misma,
buscando, eso sí, una coherencia interna.
En definitiva, lo que se ofrece a
continuación quizá podría denominarse
Estampas de la vida medieval en la
Europa cristiana 0000-1500).
El hombre y la naturaleza
Alabado seas, mi Señor, con todas
tus criaturas,
especialmente por nuestro hermano
Sol, ...
Alabado seas, mi Señor, por el hermano
viento y por el aire, y la nube...
Alabado seas, mi Señor, por la hermana
agua ...
Alabado seas, mi Señor, por el hermano
fuego ...
Alabado seas, mi Señor, por nuestra
hermana la madre Tierra,
que nos sustenta y nos gobierna,
y produce muchos frutos con flores
de colores y hierba ...
Así se expresaba, a comienzos del siglo
XIII, Francisco de Asís, el povereUo,
en su conocido Cántico al Sol. ¿Es
posible interpretar esos versos como
las visiones fantásticas de un iluminado?
Ciertamente, nadie supo cantar
tan bellamente como Francisco el hermanamiento
del ser humano con los
restantes elementos de la naturaleza.
Pero lo que decía el fundador de la orden
franciscana respondía a una realidad
de fondo: la plena integración del
hombre de la Europa medieval con la
naturaleza. El ser humano era un elemento
más de la Creación, junto con la
tierra, el agua, las plantas o los animales.
Ahora bien, esa relación era particularmente
estrecha con la tierra, de la
que procedían todos los bienes y en
donde se depositaban los seres queridos,
una vez fallecidos. Nuestra hermana
la madre tierra, decía Francisco
de Asís, confiriéndole una cualidad superior
a la de los restantes elementos
de la naturaleza. Todos somos hijos de
una misma madre, la tierra, cabeza del
género humano, se lee en un texto de
finales del siglo XIV debido a la pluma
del apóstata mallorquín Anselm Turmeda.
La tierra era, por lo tanto, el
elemento primordial.
Desde niño, el ser humano estaba
acostumbrado a vivir en contacto con
la naturaleza, a escudriñar el cielo, a
diferenciar los árboles, a distinguir el
rumor de las aguas y a reconocer el
canto de los pájaros. Entre el hombre y
el medio natural había no sólo una comunicación
sino más bien una identificación.
La naturaleza, en sus diversas
manifestaciones, formaba parte de la
cotidianeidad del hombre medieval.
Aquel era un mundo de objetos descarnados,
de olores penetrantes y de sabores
fuertes, pero también intensamente
impregnado de suciedad y de
miseria. La eliminación de las basuras
o de las aguas residuales era un arduo
problema. La precariedad de la higiene,
por su parte, facilitaba la propagación
de las enfermedades.
El hombre de Europa medieval -lo
repetimos una vez más- estaba instalado
en la naturaleza. Pero la relación
entre ambos no era precisamente idílica.
Ciertamente la acción humana se
traducía, en ocasiones, en un deterioro
del medio ecológico.Las medidas adoptadas
en Castilla a partir del siglo XIII
para proteger los bosques -imponiendo
penas severísimas a los que provocaran
incendios por una parte, y tratando
de poner coto a una tala abusiva
de aquellos por otra- demuestran la
existencia de una preocupación por
mantener un equilibrio en el medio rural.
Mas no saquemos las cosas de quicio,
detectando un incipiente espíritu
ecologista en el Medievo. En realidad,
el hombre de la Europa medieval nunca
tuvo conciencia de que los recursos
de la naturaleza eran precarios y de
que una actuación suya desmedida podía
tener consecuencias fatales.
Por lo demás, el hombre de la Europa
medieval se encontraba estrechamente
dependiente de la naturaleza y,
lo que sin duda era mucho más grave,
se hallaba prácticamente inerme ante
sus desbordamientos. Pensemos, simplemente,
en la incidencia de las condiciones
meteorológicas en la agricultura.
¿Cuántos malos años hubo en el
transcurso de la Edad Media, en los
cuales prácticamente se perdían las cosechas
a causa de adversidades climatológicas
de diversa índole? El ciclo infernal,
característico de sociedades
agrarias de débil desarrollo, como sin
duda era el caso de la Europa medieval,
es bien conocido: naturaleza enfurecida-
malas cosechas-hambre-mortandad.
El cronista Raúl Glaber nos
ha transmitido un cuadro patético de
la situación en que se encontró la Europa
cristiana el año 1033, debido al
hambre tan espantosa que se difundió
...