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Las Reformas Borbónicas 1760-1808: Ilustración Ibérica, sus características


Enviado por   •  8 de Mayo de 2021  •  Ensayos  •  4.610 Palabras (19 Páginas)  •  129 Visitas

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Historia Argentina Diplomatura 2020

(profesor Jorge Myers)

Tema 1: El orden colonial (1760-1810)

Clase 4: Las Reformas Borbónicas 1760-1808: Ilustración Ibérica, sus características

Introducción

La región geográfica que hoy constituye la República Argentina solo comenzó a salir de su aislamiento, de un modo definitivo, después del cambio de dinastía reinante en España. Los Borbones, parientes de la familia de los Bourbon que reinaron en Francia, de modo ininterrumpido, entre 1589 y 1792, llegaron al trono español a través de una guerra cruenta y destructiva (1700-1713), y una vez consolidados en el poder, descubrieron, para su pesar, que la Monarquía Española y su Imperio presentaban un estado general de desorganización. Es por ello que los primeros monarcas de la nueva dinastía se dedicaron más que nada a reparar el edificio del Estado, suprimiendo abusos, restableciendo cierto orden financiero, restaurando el control central del monarca en aquellas áreas y regiones donde se había perdido durante la larga decadencia económica del siglo XVII. Los reyes durante esa primera etapa fueron:

Felipe V 1700-1724

Luis I 1724 (su padre abdicó en su favor, pero falleció repentinamente)

Felipe V 1724-1746

Fernando VI 1746-1759

Fue el cuarto rey Borbón de España el que dio inicio al movimiento intenso y abarcador de transformaciones institucionales, económicas y culturales que la historiografía ha denominado las Reformas Borbónicas. Bajo el rey Carlos III (1759-1788), la monarquía y sus ministros emprendieron un ambicioso programa de innovaciones en materia administrativa, en política cultural y educativa, en la estructura de la Iglesia española y en política económica, cuyo propósito fue triple: a) mejorar la capacidad económica y fiscal del Estado español; b) fortalecer la capacidad militar de la monarquía en el contexto de una renovada disputa inter-imperial durante la segunda mitad del siglo XVIII; c) reforzar el control central sobre todos los vastísimos territorios que seguían formando parte del Imperio Español[a]. Para lograr ese cometido, la monarquía autorizó -y, de forma esporádica, hasta impulsó- una actualización, una puesta al día, de la cultura letrada en España, sustentando sobre la base de esa transformación cultural una modernización del currículum en la enseñanza superior española e hispanoamericana. Esa modernización cultural se produjo en el marco de un movimiento de ideas que propendió hacia una renovación general del pensamiento europeo y que tuvo su epicentro en Francia (y en centro intelectuales menores, como el norte de Italia, Alemania y Gran Bretaña): la Ilustración. En España, como veremos, esas ideas de base fueron adaptadas y reconfiguradas para producir un movimiento intelectual específicamente ibérico: la Ilustración Ibérica o Española, cuyas dos principales características fueron las de ser una Ilustración católica y una Ilustración de funcionarios. Todas estas reformas -y el movimiento de ideas en que se apoyaron- tuvieron un impacto directo sobre la región que hoy llamamos la Argentina, y que a partir de 1776 aparecería organizada institucionalmente bajo la forma de un Virreinato propio, el Virreinato del Río de la Plata.

La situación del Imperio Español en el siglo XVIII

Si España había sido sin duda la mayor potencia europea, y quizás la mayor potencia mundial, entre el comienzo del reinado de Carlos V (1516/1519) y la paz de Westfalia (1648), que puso fin a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), desde mediados del siglo XVII en adelante no había hecho sino decaer en poder y autoridad en el contexto de otros imperios europeos de ultramar, más modernos y más dinámicos que el español. La república holandesa primero, Gran Bretaña y Francia, luego, lograron establecer colonias propias en tierra americana, y dominar, de a poco, el mar Atlántico con sus rutas comerciales de tan vital interés para España. Derrotada en la Guerra de los Treinta Años, había perdido Portugal (que recuperó su independencia en 1640) y había debido reconocer la independencia de las Provincas Unidas de los Países Bajos -la república holandesa- en 1648. Colocada en situación de subordinación frente a Francia por los “Pactos de Familia” que se firmaron luego del cambio de dinastía en 1700 -los Borbones de España reconocían ser la rama menor, frente a los Borbones de Francia-, la experiencia de las guerras del siglo XVIII, que marcaron el ascenso al poder mundial de Francia y Gran Bretaña, demostró a las élites gobernantes españolas que desde todo punto de vista -económico, militar, administrativo, cultural- España se había quedado atrás, volviéndose una nación y un imperio cada vez menos capaz de seguir una política propia. El Imperio Portugués, desde mediados del siglo XVII, se había convertido en un protectorado, casi, de Gran Bretaña, y ahora, en el siglo XVIII, España enfrentaba la posibilidad de convertirse también en un apéndice económico y político, o de Francia o de Gran Bretaña.

Una parte importante de esa pérdida de agencia propia se había debido a la política cultural seguida por España desde 1492: en aras de un mantenimiento de la ortodoxia cristiana contra viento y marea, se había ido quedando al margen de todas las innovaciones en el pensamiento europeo que subtendieron la renovación científica y las transformaciones tecnológicas que, ya en el siglo XIX, darían nacimiento a la moderna sociedad industrial. El surgimiento de la ciencia moderna, en un proceso que tomó siglo y medio y que solo comenzó a consolidarse hacia fines del siglo XVII, dejó a España al margen, precisamente por causa de la rígida política de censura aplicada por la Corona. En 1543, Copérnico había publicado su importante tratado, De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones (las órbitas) de los cuerpos del cielo), que preconizaba la superioridad, como descripción científica del “universo”, la teoría heliocéntrica (frente a la geocéntrica que había gozado de favor entre los letrados durante todo el medioevo). La tierra giraba alrededor del sol y no viceversa: esa proposición, para terminar de convencer a la comunidad de sabios, exigía una revisión de la física -con su explicación del movimiento- heredada de los griegos, y fundamentalmente de Aristóteles. Galileo Galilei -con su importante trabajo sobre la física del movimiento de objetos y sus propias observaciones astronómicas-, Johannes Kepler, Tycho Brahe y un conjunto amplio de otros “filósofos naturales” contribuyeron a sentar las bases de una explicación del movimiento aparente de los astros que era compatible con la teoría heliocéntrica y que llevaba a descartar, progresivamente, la ciencia física de la antigüedad. Ese proceso había culminado con la obra de Isaac Newton, Philosophiae naturalis principia mathematica (Principios matématicos de la filosofía natural) dada a luz en 1687, que permitió finalmente resolver -a través de sus leyes del movimiento- las últimas contradicciones que parecían obstáculos pertinentes para el reemplazo total de la ciencia de la antigüedad por la nueva ciencia astronómica y física. A partir de ese momento, una nueva “ciencia normal” comenzó a prevalecer entre los letrados y científicos europeos y a consolidarse a través de una serie de experimentos y observaciones que confirmaron predicciones hechas por Newton. En Francia, donde René Descartes había postulado una física no aristotélica pero basada en una teoría deductiva y no inductiva, terminó por imponerse la nueva física newtoniana en el curso de los años 1730, constituyendo ese hecho uno de los puntos de partida del movimiento de la Ilustración. En España y sus posesiones, en cambio, la oposición férrea de la Iglesia obligó, primero, a que no circularan los libros ni las ideas portadoras de la nueva ciencia, y luego, cuando en el marco de una Ilustración impulsada desde el trono como parte del movimiento general de reformas, a que no se pudiera enseñar la nueva ciencia como conocimiento adquirido y demostrado, sino solo como hipótesis; viéndose obligado el docente a aclarar siempre que la única física válida era la aristotélica, y que la astronomía seguía siendo la de Ptolomeo. Ese hecho obstaculizó la puesta al día de la tecnología militar española; sin un conocimiento adecuado de la física moderna, que otras naciones -como Gran Bretaña, Francia o Prusia- ya estaban empleando para diseñar cañones y armas de fuego más precisos y potentes, la ciencia balística española no podía sino seguir estando atrasada. Lo mismo ocurría con la tecnología náutica, y con múltiples otras actividades industriales que podían servir para mejorar la competitividad española en el contexto de la intensa lucha entre los imperios colonialistas que agitó todo el siglo XVIII.

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