Legitimidad En 1810
rominascalora27 de Mayo de 2015
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INTRODUCCIÓN
• América busca su lugar en un contexto espinoso
El paso a la modernidad política suele caracterizarse por la creación de regímenes representativos destinados a fundar sistemas liberales. La representación es la pieza clave para definir las nuevas naciones además de redefinir el régimen político.
Sin embargo en América la representación toma otro papel.
Durante diez años del proceso de emancipación rioplatense la representación es usada como instrumento para vincularse con los pueblos y cómo, al restringirse las elecciones la representación es controlada y pierde su sentido primigenio. Tratándose de una “economía de la representación”.
Al desaparecer la legitimidad del rey y rechazar al intruso que toma el trono no queda más que justificar el accionar americano que apelando a la soberanía del reino, del pueblo o la Nación. Sin embargo es justamente esta “Nación” la que abre el interrogante. La representación como principio se deduce de la proclamación de la soberanía popular.
He aquí un punto importante de conflicto donde entra en juego el papel plural de la monarquía que sigue siendo constituida por reinos diferentes, con instituciones propias unidos simplemente a la persona del rey. De aquí la tradición pactista que se hace cada vez más fuerte.
Un extraordinario tradicionalismo, a ambos lados del océano, justificará el levantamiento peninsular y la lealtad de la metrópoli. El pactismo, como persistencia de las doctrinas políticas clásicas o como consecuencia de la reelaboración moderna es predominante, expresando una clara imagen corporativa y estamental. Esta presencia puede atribuirse, sin lugar a dudas, a la distancia que existe entre los objetivos de la modernidad absolutista; el Estado se encuentra obligado a negociar con diferentes actores sociales cuando ciertas normas no atentan contra determinados intereses, y el pactismo es la modalidad de relación que necesariamente se establecerá entre actores reales de tipo colectivo. A finales del siglo XVIII se observará, también, la reelaboración o “modernización” de dicha doctrina, originada de la permanencia del pensamiento clásico español. (Vittoria, Las Casas, Mariana, Suárez)
El renacimiento de este pactismo procederá de la difusión de ideas iusnaturalistas (Grocio, Puffendorf), o las teorías elaboradas por autores como Locke y Rosseau después de la Revolución francesa. Muchas de estas doctrinas no implican un sentido tradicionalista de la sociedad, pero si se tornan tradicionales debido a la interpretación de quienes buscaron proporcionar nuevas bases al antiguo imaginario fundado en la reciprocidad del rey y sus vasallos.
He aquí un claro ejemplo del fenómeno de “Hibridación" que Guerra mencionará en “Modernidad e Independencia”. El “espíritu de una época”, en vísperas del proceso independentista americano era claramente pactista, pero con objetivos y reflexiones que entraban ya en terreno de la modernidad.
Las elites americanas siguen al principio la evolución de España, pero las tensiones antiguas por el debate sobre la igualdad entre España y América conducen a las primeras insurrecciones. La orden que convocaba a los americanos a la elección de sus diputados a la Junta Central es promulgada y desatará el caos, ya que por primera vez se abre públicamente el debate sobre la igualdad política.
España reconocerá que América no es considerada una colonia, sino parte esencial e integrante de la Monarquía. Sin embargo las expectativas americanas no fueron en absoluto satisfechas ya que esta definición resultaría ambigua y significaría lo contrario de lo que se afirmaba. Hablar de “posesiones” iba en contra del sentimiento americano de una nación española única extendida a ambos lados del océano. Hacer depender los reinos americanos ya no del rey, sino de la España peninsular, es decir de un territorio era considerar a la propia América un reino menor, subordinado. La representación a la que se llama, también, pareciera no un reconocimiento, sino una concesión. La inferioridad de estatuto aparece además claramente en el número de diputados que se le atribuyen; cada uno de los cuatro virreinatos enviará uno. Podría alegarse que en la Junta Central lo que se representa son los reinos y provincias, sin tener en cuenta su población, pero el argumento era poco convincente, cuando lleva consigo tal diferencia de representación. Darle a América un lugar de igualdad con la España Peninsular suponía un peligro para la metrópoli, implicaba brindarle una representación proporcional a su peso humano, y negársela significaba dar lugar a la formación de juntas semejantes a las de la Península.
El rechazo por parte de los Peninsulares de la igualdad será la causa esencial de la Independencia Americana.
Es preciso tener en claro que la relación colonia-metrópoli aún antes de los sucesos de Bayona no se caracterizaba tampoco por la armonía absoluta entre ambas partes. Hispanoamérica estaba sujeta a fines del siglo XVIII a un nuevo imperialismo: su administración había sido reformada, su defensa reorganizada y su comercio reavivado incrementando la situación de “colonia” de América que resultaba un ataque directo a los intereses locales y perturbaba el frágil equilibrio del poder dentro de la sociedad colonial. Sin embargo es importante analizar cual es este poder, estas “elites” criollas que serán fundamentales en el proceso de emancipación.
Cuando los altos precios del sistema colonial se hicieron más evidentes las colonias ampliaron sus relaciones económicas entre sí y el comercio intercolonial se desarrolla vigorosamente. Este crecimiento económico fue acompañado por un cambio importante en la “escala social”, formándose una elite criolla (de terratenientes y otras actividades concernientes a la administración) cuyos intereses muchas veces no coincidían con los de la metrópoli. Y si bien estos grupos, que comenzaban a acumular poder y bienes materiales, no gozaron del un poder político formal, eran una fuerza que la burocracia colonial no podía ignorar. En este contexto se instaurarán las “Reformas Borbónicas” anteriormente mencionadas. Sin embargo estas medidas resultaban inhibitorias para esta nueva elite ya que a la vez que España intentaba aplicar un control burocrático mayor, también se preocupaba por reafirmar un estrecho control económico. El objetivo no era solo erosionar la posición de los extranjeros sino debilitar la autosuficiencia de los criollos, haciendo que la economía trabajara directamente para España, y por lo tanto significaría una gran pérdida de poder de las incipientes elites.
Dejando aparte el hecho de que el ambiente político e ideológico de principios del siglo XVIII no era propicio para un movimiento independentista, los hispanoamericanos tenían, sin embargo, poca necesidad de declarar formalmente la independencia de la metrópoli, porque gozaban de un considerable grado de independencia de facto, cuando la situación cambia, por la imposición de las Reformas Borbónicas, y el peso de la situación colonial es mayor la necesidad de restaurar los viejos privilegios y libertades se hace latente. Por ello los sucesos de Bayona son el puntapié inicial para la restauración de las mismas. Teniendo en cuenta, que de ahora en más, cuando se mencione la idea de “restauraciones de las libertades de antiguo régimen” es preciso distinguir que se hablará de los viejos privilegios, anteriores a 1765, anteriores a las Reformas Borbónicas.
Esta ruptura se justifica primero con un discurso pactista en el que se encuentran muchos elementos del “Constitucionalismo histórico” como base de la autonomía pero pronto se buscarán la inspiración para lograrlo en fundamentos de la Revolución Francesa. Este “Constitucionalismo”, que se invocará en primer término, está centrado en este marco donde el pactismo es reelaborado y cobra una nueva vigencia. Partidarios de la soberanía radical y única, de la Nación, los constitucionalistas históricos defienden la futura reforma de la monarquía, por esta razón, este movimiento no se basa solo en el renacimiento del pensamiento político clásico propiamente dicho, sino en una conceptualización de lo que debiera ser la Monarquía. Esta Constitución debía ante todo garantizar las libertades de los súbditos e impedir la arbitrariedad, pero estas características se tornarán difíciles de concretar debido a la nueva explosión del tradicionalismo popular.
• La soberanía en el foco de la cuestión
Cuando se habla de reinos (antes de 1808) y de la nación más tarde, unos piensan en comunidades políticas tradicionales y estructuradas como un cuerpo y reunidas en las Cortes y otros en una Nación formada por la asociación de ciudadanos representados por Cortes no divididas estamentalmente, es decir, por una Asamblea Nacional.
La Nación es concebida como un conjunto de reinos, y la soberanía del pueblo será pensada como la de “los pueblos”, de esas comunidades de tipo meramente antiguo. Y si este es el concepto tomado en América, entonces, las Cortes serán una restauración de las viejas instituciones, que representarán a los reinos y sus antiguos estamentos, en vez de lograr la formación de una Asamblea nacional, única de representantes de una Nación central. A raíz de esta cuestión las primeras juntas, por su imperfecta representatividad no contaban con una legitimidad definitiva por su carácter provisorio. Para asegurar su legitimidad, los nuevos poderes necesitan ganar el consentimiento de los pueblos, considerados nuevos sujetos de soberanía.
La exaltación
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