MAS ALLÁ DE LA GUERRA
Omar HNDocumentos de Investigación7 de Octubre de 2018
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PRESENTADO POR: DENIS OMAR GUEVARA NOLASCO
RESTABLECER EL ORDEN (1919-1929)
El mundo que salió de la Primera guerra mundial era muy distinto al de antes del conflicto. Desaparecieron entidades seculares, como el Imperio otomanoo los de Austria-Hungría, Rusia y China. Nacieron en contrapartida nuevas naciones y se reestructuraron las fronteras de otras. Pero el cambio tal vez más importante fue el inicio de la decadencia de Europa y el ascenso de Estados Unidos al lugar de potencia dominante.
En todo el mundo la herencia inmediata de la guerra fue una crisis económica que frenó los proyectos de reconstrucción y provocó un grave aumento del paro. En todas partes, en Europa como en las Américas del Norte y del Sur, la inquietud social, espoleada por el triunfo de la revolución rusa, reflejaba el malestar de los trabajadores, a quienes se pretendía hacer pagar el coste de la crisis, y el de los campesinos, que sufrieron el hundimiento de los precios de sus productos.
LA DECADENCIA DE EUROPA
De la guerra salían arruinados tanto los vencedores, salvo Estados Unidos, como los vencidos.
Francia, Gran Bretaña e Italia no sólo se habían empobrecido como consecuencia de la guerra, sino que tenían grandes deudas con Estados Unidos que, con sus ventas de armas y suministros a los beligerantes, había acumulado la mayor parte de las reservas mundiales de oro, lo que convirtió al dólar en la moneda de referencia para el futuro, reemplazando a la libra esterlina.
La guerra había exigido un esfuerzo económico brutal a los beligerantes, (el tipo medio del impuesto sobre los ingresos pasó del 5 % en 1913 al 38 % en 1921), no pudieron atender los costes del conflicto con los recursos disponibles y se endeudaron, comprometiendo de este modo su futuro.
Acabada la guerra, los vencedores se hicieron inicialmente la ilusión de que podrían recuperarse con las reparaciones que se obligaría a pagar a los alemanes.
Los políticos hablaban de sacarles cifras elevadísimas, que hubieran debido saber que los alemanes no podrían pagar. Los franceses eran quienes pedían una suma mayor y la exigían con más urgencia, puesto que necesitaban comenzar a reconstruir de inmediato las zonas devastadas.
La publicación en diciembre de 1919 del libro de Keynes Las consecuencias económicas de la paz, donde sostenía que las exigencias que se presentaban a Alemania eran inviables, vino a activar las discusiones, Keynes proponía no era tan sólo que se fijasen las reparaciones de acuerdo con las posibilidades alemanas de pagar, sino que se negociase un acuerdo global acerca de las deudas entre los aliados, a lo que habría que añadir un préstamo internacional para la reconstrucción de Europa y una política de cooperación tanto con Alemania como con la Rusia soviética.
Unas propuestas sensatas que nadie iba a escuchar.
Hubo que llegar a nuevos arreglos con el Plan Dawes de 1924 y el Plan Young de 1929; pero lo que finalmente pagaron los alemanes, que se ha estimado en unos doce mil quinientos millones de dólares, no sirvió para resolver los problemas de sus acreedores, que, tras haber experimentado en 1919 una recuperación que duró poco más de un año, vieron como en 1921 se iniciaba una tremenda crisis que paralizó la producción, extendió el paro y alimentó el malestar social.
Era un disparate. Países empobrecidos como Francia, Gran Bretaña o Italia no podían esperar que sus monedas conservasen la misma relación con el dólar americano, respaldado por unas enormes reservas de oro.
Pero esto servía, cuando menos, para tranquilizar a los ciudadanos que habían comprado bonos de guerra para sostener a sus gobiernos durante el conflicto, y esperaban que se mantuviese el valor de los ahorros que les habían confiado. La ilusión duró muy poco.
GRAN BRETAÑA
Los británicos salieron de la guerra creyéndose vencedores, cuando habían quedado destrozados económicamente.
Todo parecía marchar bien, con la economía en plena fiebre de reconstrucción; pero la ilusión duró tan sólo un año. La realidad era que se habían perdido viejos mercados que ya no se recuperarían, y que la necesidad de hacer frente a las deudas de guerra empezaba a afectar al valor de la libra esterlina, que antes de 1914 se cotizaba a 4,86 dólares y que cayó ahora a 3,75.
El gobierno aplicó las viejas fórmulas de la época del patrón oro cortar el gasto y aumentar los tipos de interés pero esto sólo sirvió para desencadenar la crisis. El paro alcanzó la cifra de dos millones en 1921 (3,5 millones según los sindicatos) y se mantuvo estable hasta 1930.
La propuesta de un tratado de comercio con la Unión Soviética provocó su derrota parlamentaria en octubre de 1924, cuando sólo llevaban diez meses en el poder. MacDonald hubo de convocar nuevas elecciones, durante cuya tramitación los laboristas fueron víctimas de todo tipo de abusos, como la divulgación de una falsa «carta de Zinóviev» en que se exponían unos supuestos planes para subvertir Gran Bretaña.
El 1 de mayo de 1926 se decidió finalmente que los mineros iniciasen una huelga, en la que colaboraron otros sectores, y en especial el transporte. El gobierno estaba dividido entre quienes querían un enfrentamiento con los sindicatos, como Churchill, y los partidarios de una negociación.
Éste fue también un tiempo de dificultades para los campesinos, con los precios de sus productos en descenso, y para los trabajadores de las viejas industrias que comenzaban su decadencia. Las condiciones de vida de unos y otros eran infrahumanas, mientras los ricos parecían ahora más ricos que nunca. Las divisiones sociales aumentaron, de modo que cuesta entender que no se produjesen más explosiones sociales en el país.
Eran muchas las cosas que habían cambiado en la vida y en la sociedad británicas desde 1914. Las mujeres, que ganaron el voto parcialmente en 1918, y por completo en 1928, adoptaban formas de vida más libres.
La década de posguerra fue dura; pero tal vez esto ayude a entender que, cuando llegó la crisis de los años treinta, los políticos británicos habían aprendido de sus errores y estaban en situación de rectificar, lo que les permitió hacer frente a las nuevas dificultades en mejores condiciones.
Francia
Lo que hacía diferente, y más difícil aun, el caso de Francia, era que se trataba del país más perjudicado por la guerra. Había tenido 1.400.000 muertos y un millón de inválidos y sus pérdidas materiales habían sido terribles: 350.000 casas destruidas, 6.000 fábricas vaciadas de maquinaria por los alemanes, la industria textil de Lille y de Sedán aplastada; en las minas de carbón habían volado 112 pozos e inundado y obstruido unos 1.600 km de galerías. Mientras se retiraban, los alemanes lo arrasaban todo: destrozaron unos 1.500 km de vía férrea y volaron un millar de puentes, además de casase iglesias. En cuatro años de ocupación se llevaron a Alemania medio millón de vacas, medio millón de ovejas y 300.000 caballerías. Al acabar la guerra los franceses tuvieron que retirar de sus campos 300.000 km de alambre de espino y rellenar trincheras con 250 millones de metros cúbicos de tierra. Pese a ello, mucho suelo agrícola quedó inutilizable. Los franceses lo tenían claro: «Le boche paiera», lo pagará el alemán. Pero el alemán no pagó y la euforia del triunfo se agotó muy pronto.
De 1914 a 1920 el franco perdió un 65 % de su valor en relación al dólar. Pero los gobiernos conservadores no querían crear nuevos impuestos para repartir el sacrificio, sino que seguían esperando las compensaciones alemanas.
Los primeros años de la nueva república fueron difíciles: de abril a mayo de 1919 hubo un intento de revolución soviética en Múnich (una república que fue primero gobernada por el USPD y los anarquistas, y más adelante por los comunistas); en junio se formó una «República renana» de corta duración, alentada por los franceses. Había por otra parte la presión de la derecha, que podía contar con la considerable fuerza de los Freikorps y con el apoyo más o menos oculto del ejército.
Fracasó en marzo de 1921 un nuevo intento revolucionario en la zona minera e industrial del centro de Alemania, protagonizado por el Partido comunista (KPD), mientras continuaba un terrorismo de extrema derecha que asesinó a políticos como el católico Matthias Erzberger (26 de agosto de 1921) y el ministro de Asuntos exteriores, Walter Rathenau (24 de junio de 1922) tras haber firmado con la URSS el tratado de Rapallo. El de 1923 fue el año terrible de Weimar, con la ocupación del Ruhr por franceses y belgas, el fracasado putsch de Adolf Hitler en Baviera y la hiperinflación.
La inflación había comenzado en realidad durante la guerra, debido a que los alemanes decidieron pagarla con la creación de deuda, lo que significaba aumentar los billetes en circulación, una táctica que siguieron usando después para pagar las primeras reparaciones.
El gobierno sacó provecho de ello en un doble sentido: demostraba a sus acreedores exteriores la debilidad de su economía y, por tanto, la imposibilidad de pagar reparaciones, y reducía prácticamente a cero toda la deuda interior. Pero las consecuencias que tuvo en la sociedad, donde los especuladores hicieron grandes fortunas a costa del empobrecimiento de quienes perdían sus ahorros, fueron terribles.
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