Orrego Ante La Condición Humana
nacheiroish6 de Noviembre de 2013
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Lejos de las frívolas voces mundanales y urbanas nace Antenor Orrego en la tierra ubérrima y campesina de la Hacienda Montán, ubicada en el bucólico ambiente andino del departamento de Cajamarca. La vida sencilla y clara de este místico retiro florido y pastoril de sus primeros años infantiles deja una huella imborrable en su alma y le inspirará a su inteligencia esa lucidez y profundidad que sabe aprisionar un fragmento de la eternidad. Así, con 28 años a cuestas expresará su predilección por la vida campesina en un artículo suyo publicado en 1920 en el diario Trujillano La Reforma:
“Amigos míos de la ciudad: estoy harto de vuestra complejidad... vuestra civilización ha reducido la vida... si gustáseis vosotros este sabor eglógico a tierra mojada, a leche caliente y humeante... si gustáseis esta paz...” (1)
Don José Asunción Orrego, su padre, y Doña Victoria Espinoza, su madre, pertenecían a una antigua familia arraigada en la sierra norte del Perú. En Antenor su estirpe Vasca se delataba en su tez blanca, ojos verdes y pelo rubianco. Desde muy niño lo llevaron a Trujillo a cursar estudios en el colegio del Seminario de San Carlos y San Marcelo. En 1909 inicia sus estudios superiores en la Universidad de Trujillo, ciudad que por temperamento y afinidad lo adoptaría como hijo auténtico de la ciudad hidalga. Allí cursará estudios de Filosofía, Letras, Jurisprudencia y Ciencias Políticas, llegando a ser Presidente del Centro Federado de Estudiantes de Trujillo. En Lima concluirá sus estudios de Filosofía en la Universidad de San Marcos el año 1927. Se casó con una dama de Ascope de clase media, doña Carmela Spelucín de Orrego, con quien tuvo tres hijos y sobrevivió a la muerte de su esposo.
Demostrando que pertenecía a la estirpe de los Montalvos, Martís, y Gonzáles Prada funda en 1914, con apenas 22 años, el “Grupo Trujillo”, destacando su misión de maestro como mentor y conductor de una juvenil pléyade de intelectuales y artistas, penetrados de un profundo afán de renovación en las letras y en la actitud cívica y humana. El Grupo Trujillo cohesionó espíritus ejemplares como Alcides Spelucín, José Eulogio Garrido, Macedonio De La Torre, Oscar Imaña, Haya de la Torre, César Vallejo – sobre el cual fue el primero en advertir su genio lírico - , y más adelante Ciro Alegría, Alfredo Rebaza Acosta y el pintor Mariano Alcántara La Torre.
Su notable magisterio y creatividad filosófico-literaria no tardó en volcarse al periodismo, cuya primera época aparece en el diario La Reforma de Trujillo entre los años 1915 y 1920. Desde entonces podemos apreciar su entrañable devoción por la belleza en la joyante reverberación de un estilo literario que creó una modalidad sintáctica barroca, cuajada de hipérbatos y metáforas, donde la palabra fluye con melodía, cromatismo y sugerencia, en este sentido afirmara Sánchez que Antenor Orrego:
“ ... como buen descendiente del Siglo de Oro, fue arcaizante él mismo, a fuer de moderno, como ocurre en Darío y en Vallejo, grandes manejadores de arcaísmos y neologismos, de palabras raigales que nunca acaban de ser nuevas ni dejan de ser antiguas” (2)
Pero sus responsabilidades directivas no se limitaron al diario La Reforma (1915) sino también al diario La Libertad (1917) así como La Semana (1918). Más adelante, asociado con Alcides Spelucín fundó el diario El Norte (1923 – 1932) medio influyente que daría nuevo nombre al Grupo Trujillo (a partir de entonces Grupo Norte). De 1926 a 1929 colabora en la Revista Amauta, cuyos ensayos son compilados póstumamente bajo el título Estación Primera (1961).
Bajo la dictadura leguiísta (1919 – 1930) sufre prisión por dos veces, la primera en 1921 y la segunda en 1927. Al derrumbarse el régimen por la crisis capitalista de 1929, que deprimió drásticamente la economía primaria y exportadora del Perú, Orrego se encuentra entre los fundadores del Partido Aprista en 1930. Será elegido al año siguiente, 1931, diputado por Trujillo al Congreso Constituyente. Pero el nuevo caudillo, Sánchez Cerro desata una feroz cacería política contra comunistas y apristas, siendo Antenor recluido en prisión nuevamente tras el desafuero impuesto a los representantes del APRA el 12 de febrero de 1931. El 7 de Julio de 1932 estallará la revolución de Trujillo de los cañaveleros encabezados por el anarcoaprista el Búfalo Barreto, que será aplastada cruentamente por aire mar y tierra. Pero el caudillo de turno será asesinado en 1933 y al iniciarse el gobierno de Oscar R. Benavides será liberado para dirigir transitoriamente los diarios La Tribuna y La Antorcha. Orrego no era hombre hecho para la prédica claustral, era un pensador penetrante con vocación por la acción, sin embargo no hubo cliente del Real Felipe, la Intendencia, el Sexto y el Frontón que no haya conocido la actitud absorta del maestro peripatético durante su cautiverio.
“ De ahí que cuando le hunden en la cárcel, resulte superando y liberándose, confortado con sus meditaciones y confortando a los demás con sus enseñanzas” contará Luis A. Sánchez (3).
La tranquilidad será efímera y la persecución política se prolongará hasta 1945, año en que el APRA por primera vez será mayoría en el Parlamento con el gobierno de Bustamante y Rivero, siendo Orrego elegido por abrumadora mayoría como Senador por el departamento de La Libertad. En 1946 es elegido Rector de la Universidad de Trujillo, universidad que le otorgó el mismo año el doctorado Honoris Causa. Sus tres años de rectorado fueron de acuciosa promoción del conocimiento e investigación de la Realidad Nacional, se gestionó la adquisición del terreno para construir la ciudad universitaria, creó las facultades de Educación, Comercio y Medicina y fundó el Instituto de Antropología que restauraría los monumentos arqueológicos de Chan Chan. (4).
Pero la dictadura de Odría (1948 – 1956) reinició la persecución implacable del APRA en su conjunto, llegando a dar Orrego a prisión nuevamente. El fin del régimen de Odría significó también el viraje político del APRA, cuyos brazos más combativos habían sido aniquilados. Orrego recuperó su libertad en 1956 y asumió la dirección del diario La Tribuna (1957- 1958), del cual se aleja por su estado de salud que ya empezaba a resentirse tras tantos años de presidio y persecución. Ocupará entonces la presidencia del consejo de redacción y mantiene su columna editorial “Efigie del Tiempo”, torreón desde el que defenderá el régimen democrático, la justicia social y las libertades públicas. En 1959 viaja a la Argentina para participar en el célebre simposio sobre Vallejo organizado por la Universidad de Córdova, sustentando la tesis ontológica de la “esencia del ser” en la poesía vallejiana (5). Resulta sintomático que su nueva y última etapa de palingenésica angustia existencial coincida con el abandono de la línea de insurrección popular de su partido, como si la nostalgia por el otrora ímpetu revolucionario se sublimara en la palingenesia ontológica de los seres.
Antenor Orrego, amauta, profeta de los Pueblos Continentes y del Humanismo Americano, cerrará sus ojos repentinamente el 17 de Julio de 1960 a los 68 años. El fue el centro mismo y el gestor de esa generación desconcertante en el crepúsculo de la belle époque y el inicio de la emoción social.
En vida sólo publicó tres libros: Notas Marginales (ideología poemática) (1922), Monólogo Eterno (1929) y Pueblo Continente (1937, 1957, 1987), dejando inédito su importante libro Hacia un Humanismo Americano (1965) y otros trabajos de la misma proporción a lo editado. En 1995 aparecen sus obras completas en cinco tomos.
Antenor Orrego era una cátedra de moral, de política y de periodismo, físicamente era menudo, canoso, suave de manos y de voz, de ancha frente, sus ojos verdes miraban con bondadosa franqueza, trasmitiendo una ternura tagoriana que lo acompañaría toda la vida; su vida era sencilla, digna y de decorosa pobreza. Nació como pensador y murió como combatiente. Es así, que nuestro pensador y artista de pura cepa nos dirá sobre el valor formativo del sufrimiento en el Monólogo Eterno:
“Nuestro dolor hace nuestro camino, es un instrumento o vehículo de ascensión o depuración. Por desgracia pocos hombres alcanzan a sentir la majestuosa responsabilidad de su lágrima... quien asuma la máxima conciencia de la responsabilidad de su dolor es el hombre que ha arribado a la suprema sabiduría de la vida; es aquel que marcha, derechamente, hacia la fuente de la gracia” (6).
Antenor Orrego fue el filósofo de la historia de la polémica Generación de 1923, integrada por Mariátegui, Haya de la Torre, Antero Peralta y Luis Alberto Sánchez. Cierto que la generación del 23 no se entiende sin los Novecentistas (García Calderón, Riva Agüero, Javier Prado, Encina, Villarán y Víctor Andrés Belaunde) que principiaron la preocupación por la esencia del país. Pero Orrego trasciende los linderos de nuestra historia nacional para asumir un mesianismo continental, que rescata la nueva conciencia americana que advino con la brillante generación de Rodó, Vasconcelos, González Prada, Martí y otros, quienes se propusieron una vuelta a la realidad y la historia propia, al hablar de mestizaje no sólo racial sino cultural, del nuevo hombre, de la síntesis de valores, prepararon el terreno para la irrupción de la conciencia nacional, continental y de una nueva filosofía de la historia propiamente latinoamericana.
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