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Papel De Venezuela En La Transformacion Revolucionaria De America Latina Y El Caribe

argelisbrazon16 de Noviembre de 2012

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“Unidos seremos invencibles”

Simón Bolívar

Al día de hoy, en buena parte de América Latina y del Caribe, se desarrolla un proceso de transformación social que por sus contenidos y programa antiimperialista, por la dimensión de las fuerzas en acción, sitúa esta área del planeta como uno de los epicentros más avanzados de la lucha de clases a escala mundial.

El actual escenario estuvo precedido por las severas derrotas infringidas a la mayoría de las izquierdas revolucionarias y movimientos sociales a finales de la década de los ochenta, por la perdida electoral del sandinismo en 1990, por los devastadores efectos provocados por la caída de la URSS que en combinación con las dificultades para una inmediata victoria militar provocaron el abandono de la lucha guerrillera en El Salvador y Guatemala sin más contrapartidas que su integración en la vida civil. El conflicto peruano con sus peculiaridades y profundas divergencias tampoco fue capaz de resistir la brutal embestida imperialista.

Sin obviamente enumerar su totalidad fueron estos algunos de los principales factores de la antesala de la larga década de políticas neoliberales implementadas en el continente. Gobiernos conservadores, algunos con tintes populistas, agudizaron la pobreza y la miseria de las masas trabajadoras y de los pueblos indígenas, profundizaron en la dependencia y pérdida de la soberanía nacional, convirtiendo buena parte de los estados en simples prolongaciones de las multinacionales ubicadas en Washington, Madrid y otras capitales occidentales.

La sensación de derrota subjetiva causó profundos estragos en el movimiento obrero y popular provocando el desarme ideológico, la fragmentación del enorme capital organizativo y sociopolítico acumulado, generando desconcierto, perplejidad y confusión, imposibilitando una resistencia general a los efectos provocados por la implementación de las recetas económicas de la Escuela de Chicago.

Eufórico, del río Bravo a la Patagonia, el neoliberalismo asemejaba ser un fenómeno victorioso, invencible, difícil de derrotar.

En el inmenso mapa de nuestra América bolivariana sólo dos trincheras imposibilitaban la victoria absoluta que procuraban los halcones de Washington para extirpar la semilla de la Revolución. Cuba, entre enormes dificultades y heroicos sacrificios, mediante un doloroso tratamiento de choque que posteriormente provocaría efectos secundarios de magnitud, fue capaz de superar el colapso económico de la Isla derivado de la errónea dependencia que mantenía de la Unión Soviética. Logró salir de la grave crisis con creatividad, empleando básicamente sus medios y recursos, no cediendo a los consejos, presiones y chantajes provenientes de la socialdemocracia y de la ex-izquierda cooptada, cómodamente adaptada e instalada en aquella nueva realidad que erróneamente Fukuyama y el postmodernismo pronosticaban como eterna.

Pero además de la patria de Martí fue la insurgencia colombiana la una de las más importantes expresiones con dimensión de masas de la izquierda latinoamericana y caribeña que no sucumbió, que no se dejó seducir por las envenenadas mieles de la capitulación, disfrazando de logros y avances populares lo que no fueron más que concesiones y derrotas estratégicas. Las FARC-EP y el ELN no sólo no se dejaron arrastrar por las modas imperantes, sino que contrariamente a la adversa atmósfera imperante experimentaron un desarrollo y avance en sus posiciones hasta el extremo que los expertos del imperialismo no descartaban a medio plazo una victoria político-militar de la guerrilla comandada por Manuel Marulanda tal como reflejan los planes anexionistas de América Latina del “Documento Santa Fe IV” hecho público en el año 2000.

Superada la ignominiosa década de los Collor de Mello, de los Menem, de los Fujimori, de los Salina de Gortari, de los Carlos Andrés Pérez, y a medida que los efectos del capitalismo salvaje en los pueblos generaban protestas, movilizaciones, resistencias, revueltas, nuevos sujetos sociales, nuevas generaciones de combatientes se organizaban, emergían entre las luchas que comenzaron a unificar nuevamente el continente. Las espadas en alto de Tupac Amaru, Tupac Katari, Bolívar, Mariátegui, el Che, Caamaño, Roque Dalton, Santucho, Jacobo Arenas y tantos otros, con el ejemplo siempre presente de Cuba, reaparecían en su genuina dimensión, desprendidos de la adulteración, de las interpretaciones banales, triviales, vulgares, de la ilegítima apropiación a la que habían sido sometidos por las cipayas elites criollas, por las oligarquías, por la embajada, por el reformismo. Retomaban el camino de la emancipación fundiéndose con lo mejor de las tradiciones socialistas del comunismo revolucionario, abrazándose sin complejos a Marx, Engels, Lenin, Trostki, Gramsci, incorporando las demandas de emancipación y libertad de los pueblos y de las naciones indígenas, de las masas negras y mestizas, del crisol de colores americanos.

El levantamiento zapatista del 1º de enero de 1994 tan sólo fue la primera y tímida señal del torrente libertario que posteriormente iría desplazar la oligarquía en Venezuela cuando el movimiento popular bajo la dirección de Hugo Chávez gana las elecciones, en lo que fue el segundo capítulo, -tras el fracaso del levantamiento cívico-militar de 1992-, de la descomposición del corrupto bipartidismo de la IV República.

Después vino la victoria de Lula en el Brasil, la revuelta argentina, las victorias electorales del centro-izquierda en diversos países, contribuyendo así a desplazar las fuerzas tradicionales, abriendo un nuevo ciclo en el que Cuba ya no resiste sola. Venezuela, Bolivia, Ecuador conforman el vértice de la ola que desplaza la hegemonía imperialista, imposibilitando que los USA se apropien de los recursos energéticos y minerales imprescindibles para aliviar el declive de su hegemonía mundial.

Preocupado, aterrorizado por la primavera liberadora, que entre contradicciones y aplicando diversos modelos y velocidades, reiniciaron los pueblos americanos, el imperialismo yanqui reacciona concentrando el grueso de su artillería ideológica y militar en seguir golpeando con más fuerza las dos trincheras de la esperanza y de la nueva alborada, Cuba y Colombia, ampliando el punto prioritario de mira a la Venezuela bolivariana.

La administración Bush profundizó el criminal bloqueo de la revolución cubana; lanzó la mayor campaña de intoxicación y criminalización mediática, identificando las FARC-EP con el narcotráfico para así justificar su intervención directa sobre el terreno mediante el “Plan Colombia”; y curándose en salud optó por lo que tan bien sabe hacer, -por lo que antes realizara con éxito en la Guatemala de Arbenz, en la República Dominicana de Bosch y Caamaño, en el Chile de Allende, en la Granada de Bishop, en el Panamá de Noriega, y en tantos otros sitios-, por la caída del proceso venezolano mediante el fracasado golpe de estado del 11 de abril de 2002.

Los modelos revolucionarios

La Revolución al igual que la mayoría de las cosas, no tiene una única vía para su éxito. Cuando hablamos de Revolución queremos reafirmar sin ambigüedades que nos referimos a la Revolución socialista, no a simples retoques y substitución de elites, lo que el Che tan bien expresó como Revolución socialista o caricatura de revolución en el “Mensaje a los pueblos del mundo” hecha pública en la reunión de la Tricontinental de 1967.

La Revolución socialista debemos entenderla como un proceso complejo, contradictorio, permanente y siempre reversible, de transformación y superación radical de la sociedad de clases, en la búsqueda de la nueva hegemonía vinculada a la abolición de las mismas, pero también del conjunto de opresiones derivadas, simbiotizadas, agregadas: nacional, de género, sexual, cultural, intergeneracional (el poder adulto), en la incansable búsqueda de construir un mundo nuevo, erradicando toda forma de dominación, para levantar con la participación constante de la inmensa mayoría una sociedad presidida por la felicidad y en armonía con el conjunto de la biodiversidad, con la madre tierra.

Lejos de los inviables y bien intencionados deseos del socialismo utópico decimonónico, la Revolución socialista afortunadamente sabe- porque así lo constata más de siglo y medio de tentativas, ensayos, experiencias- que esa acción teórico-práctica debe mantener un saludable distanciamiento de las artificiales construcciones de las simples ingenierías elaboradas en cómodos despachos, que para su éxito necesita alzarse sobre las bases del viejo mundo. Sólo sobre sus cenizas es factible levantar con la participación de todo el pueblo una nueva sociedad, fraguada en nuevos valores, la democracia socialista.

Pero en este largo camino que no se puede reducir a la simple toma del poder hay múltiples vías en función de las características específicas de cada formación social concreta. Lo que puede ser eficaz y útil en un determinado lugar no sirve en otra latitud. No se puede aplicar miméticamente, en base a las recetas de los manuales o incluso en experiencias válidas y correctas en otras situaciones históricas, pero que son un disparate implementarlas de forma doctrinaria y rígida en nuestras particulares condiciones.

Debemos estudiar y aprender de todas las experiencias revolucionarias, sin excepción. El arte de la Revolución no debe desconsiderar ninguna, pero tampoco idealizar y mitificar experiencias por muy determinantes que hayan sido en el extenso hilo

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