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Petrarca


Enviado por   •  1 de Junio de 2014  •  Informes  •  1.564 Palabras (7 Páginas)  •  220 Visitas

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Si el siglo XIII había sido el siglo del Dolce Stil Novo, un movimiento que evolucionó en primer lugar en Bolonia y más tarde en Florencia, con Dante Alighieri entre otros, el XIV fue el umbral de la literatura moderna, el siglo de Petrarca, cuyas obras aparecen dirigidas hacia una nueva cultura, la humanística, y Boccaccio, cuyo Decameron está profundamente ligado a la realidad comunal en una narración cómico-realista. El soneto LXI y la canción CXXVI que nos ocupan fueron escritas por Francesco Petrarca (1304-1374) y forman parte del Canzoniere, su obra principal. Este autor es considerado el “primer gran humanista” y contribuyó a la instauración definitiva del italiano como lengua literaria.

El Canzoniere está escrito en vulgar, algo novedoso en su literatura pues el poeta acostumbraba a usar el latín en sus composiciones literarias. Sin embargo, su vulgar no es como el de Dante, rico y plurilingüista, sino que está privado de cualquier regionalismo. Se trata del florentino literario de los siglos XIII y XIV. El latín había sido el lenguaje literario de Italia hasta el siglo XIII, mientras que con la escuela siciliana comenzaron los primeros textos poéticos escritos en lengua italiana.

La canción tiene su origen en los trovadores provenzales, que acostumbraban a escribir juntas letra y música, y que la consideraban el género lírico por excelencia. Esta concretamente está compuesta por cinco estrofas (normalmente eran entre cinco y siete) que combinan versos consonantados de siete y once sílabas. De la Provenza pasó a la Escuela Siciliana de la corte de Federico II donde, muy probablemente, dio origen al soneto, la estrofa italiana por excelencia y que es la que Petrarca utiliza en este soneto LXI. Los versos son endecasílabos y la rima es ABBA ABBA CDC DCD. Su poesía tiene un solo registro, alto, elevado, con un vocabulario accesible, muy sencillo, un lenguaje concreto y habitual que dota al texto de una armonía muy tranquila, uniforme, fluida, sin rimas complejas y con una sintaxis clara.

Petrarca fusiona cristianismo con cultura clásica. Su vida transcurre al servicio de la Iglesia mientras viaja constantemente. Es el típico intelectual cosmopolita, no vinculado a un municipio. De hecho, fue en uno de sus viajes cuando conoció a Boccaccio (1313-1375), cuya influencia fue decisiva para sus ideas humanistas. Ambos se situaron al frente de un movimiento de redescubrimiento de la cultura de la antigüedad clásica, de rechazo hacia la escolástica medieval y de defensa del nexo entre las creaciones pagana y cristiana. A diferencia de Dante, Petrarca no pretendía solamente reproducir las enseñanzas de los escritores clásicos y utilizarlos como mera fuente, sino que quería ir más allá, adoptar su mentalidad comprendiendo el mundo antiguo no a la manera medieval, sino restaurándolo, como transmisor al presente de los eternos valores del pasado clásico. Pero en esa época, los antiguos eran una “mala influencia” para su conciencia pues no habían nacido bajo el peso ideológico de la Iglesia y su pasión por las cosas formales de este mundo eran casi una herejía ya que se debía amar aquello que va más allá de este mundo lleno de pecados. Petrarca se encontraba, por tanto, ante un conflicto entre la cosmovisión medieval cristiana y el deseo de inspirarse en los clásicos para cantar al amor, a la vida, a sus pasiones, a sus deseos terrenos. De este modo, comienza a escribir atisbos de humanismo, abriendo una puerta para que los que venían tras él se volcasen en una nueva ideología que ensalzaba al hombre mediante el descubrimiento de los valores morales e intelectuales encerrados en la literatura grecolatina y su adaptación a las nuevas necesidades de su tiempo.

De hecho, los dos tercetos que cierran el soneto parecen esconder esa lucha interior entre los ideales cristianos que desea seguir y la imposibilidad de aplacar unos deseos carnales que le alejan del camino correcto para llegar a Dios. Cabe recordar que Petrarca había escrito un tratado que constituía un diálogo de carácter confesional entre él mismo y San Agustín, en el que le rebelaba sus dos grandes pecados: el amor que sentía por una mujer, Laura, y sus deseos de Gloria. La lectura y reflexión de la obra de San Agustín le había sumido en una crisis religiosa entre lo terreno y lo espiritual, por lo que cuando en el último verso reconoce que su pensamiento es únicamente de Laura, da pie a pensar que ni siquiera Dios tiene cabida en su corazón o, al menos, que la amada tiene prioridad.

Por todo ello, se aprecian tanto en el soneto como en la canción ambas ideologías: en el soneto, por un lado, se repite la fórmula cristiana

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