Pinura Rupestre
abril9812336 de Diciembre de 2012
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Pintura neoclásica
La pintura neoclásica es un movimiento pictórico nacido en Roma en la década de 1760 y que se desarrolló en toda Europa, arraigando especialmente en Francia hasta aproximadamente 1830, en que el Romanticismo pasó a ser la tendencia pictórica dominante.
El Neoclasicismo se sitúa entre el Rococó y el Romanticismo. Pero en muchas ocasiones, el tránsito de uno a otro estilo no es fácil, porque tienen rasgos semejantes. Si lo característico del Neoclasicismo era revivir otra época, en concreto la Antigüedad clásica, realmente no se diferencia de intentar recrear la Edad Media o la vida en países orientales, pues en ambos casos se recurría a temas exóticos, ajenos a la realidad de la sociedad en la que el pintor trabaja. En realidad, clasicismo y Romanticismo son tendencias estilísticas burguesas que reaccionan frente al aristocrático rococó, y como tal ideología burguesa, aspira tanto al orden y la estabilidad, como a la libertad que les era negada por el Antiguo Régimen; del mismo modo, es la burguesía la que se plantea la dialéctica entre la razón, que defiende un sistema político más racional que el del Antiguo Régimen, y el sentimiento, muchas veces puro sentimentalismo burgués frente a la cínica frialdad e indiferencia de la aristocracia. En este sentido, el Neoclasicismo representaría la aspiración a un orden regido por la razón, mientras que el Romanticismo representaría las igualmente burguesas ideas de libertad en un mundo dominado por el sentimiento individual.
Y ello sin olvidar que en este período neoclásico de 1760-1830 trabajaron artistas como Goya, Füssli o Blake, que escapan a cualquier clasificación, ensalzando más lo irracional y la locura que la serenidad a la antigua. E igualmente coincide en el tiempo con el movimiento prerromántico alemán del Sturm und Drang.
Historia
En las artes plásticas, el movimiento europeo llamado «Neoclasicismo» comenzó después del año 1765, como una reacción a los estilos Barroco y Rococó. Estos estilos se percibían como agotados y la solución pasaba bien por crear un estilo enteramente nuevo, bien por recrear el estilo de una época que, por considerarse la más cercana al ideal, se reputaba como «clásica». Con la llegada de la Revolución francesa (1789), el Neoclasicismo se adoptó como el estilo propio de la burguesía frente al rococó aristocrático, la respuesta estética propia de la revolución.
El Neoclasicismo también era expresión del pensamiento de la Ilustración. No hay que olvidar los ataques que Diderot dirigía a Boucher, representante del rococó. Para el enciclopedista, debía preferirse en arte el estilo sereno del arte antiguo. En torno al año 1760, Diderot afirmaba que la función del arte era educar y hacer que la virtud pareciera atractiva, «el vicio odioso y el ridículo estrepitoso». Las obras por lo tanto debían tener una intención didáctica y moralizante, lo cual viene ejemplificado en las obras de Jean-Baptiste Greuze (1725-1805), aún enmarcadas estilísticamente en el rococó.
Se deseaba regresar a lo que se percibía como «pureza» de las artes de la Antigua Roma, la más vaga percepción («ideal») de las artes griegas y, en menor medida, al clasicismo renacentista. Una circunstancia que contribuyó al nacimiento del Neoclasicismo es que la Antigüedad grecorromana, simplemente, se puso de moda. Ello se debió en gran medida a los descubrimientos arqueológicos de la época en Herculano (1738) y Pompeya (1748). Se difundieron obras arqueológicas y otras que reproducían imágenes de las ruinas clásicas. Decisiva fue la obra de Winckelmann (Historia del Arte de la Antigüedad), pero hubo otros como los escritos del arqueólogo conde de Caylus, The antiquities of Athens (Las antigüedades de Atenas) (1762) de los británicos Stuart y Nicholas Revett, Ruines des plus Beaux monuments de Grèce (Ruinas de los más bellos monumentos de Grecia) (1758) del francés Julien-David LeRoy, y los grabados con las Vistas de Roma, realizados por el italiano Giovanni Battista Piranesi entre 1748 y 1775. Lessing publicó su ensayo estético Laocoonte; gracias al debate entre Lessing y Winckelmann a propósito de la estatuaria helenística, los artistas aprendieron que los grandes sufrimientos se expresan mediante movimientos contenidos y no con gesticulaciones desagradables.
Los europeos del siglo XVIII veían en aquella Antigüedad clásica una época de esplendor, de virtudes éticas que, si se introducían en la sociedad de la época, podría ayudar a regnerarla. Para Winckelmann el ideal estaba más bien en la Grecia del siglo V a. C. mientras que la Francia de la época revolucionaria se fijaba más en la Antigua Roma: la Roma republicana durante el periodo revolucionario, y luego el Imperio de los Césares durante el período napoleónico.
Esa época se intentó revivir en diversos aspectos, incluido el arte y la pintura. Cada movimiento artístico «neo»-clasicista selecciona algunos modelos entre todos los clásicos posibes que están a su disposición, e ignoran otros. El problema que se encontraron los pintores fue que la pintura de la Antigua Grecia, a diferencia de lo que ocurría con la arquitectura o la escultura, estaba perdida irremisiblemente; así que los pintores neoclásicos la revivieron imaginariamente, en parte a través de frisos en bajorrelieve aunque era difícil superar su carencia de color, mosaicos y pintura sobre cerámica y en parte a través de los ejemplos de pintura y decoración del Alto Renacimiento de la generación de Rafael, frescos en la Domus Aurea de Nerón, Pompeya y Herculano y a través de una renovada admiración por Nicolas Poussin. Gran parte de la pintura «neoclásica» no es más que clasicista en su tema.
Winckelmann, junto con su compatriota Anton Rafael Mengs fijaron las bases del Neoclasicismo pictórico,1 buscando recuperar el «buen ideal», la «noble simplicidad» del pasado y su «serena grandeza». El crítico Antoine Chrysostome Quatremère de Quincy acabó de sentar las bases del nuevo estilo en Francia. Finalmente, no puede dejarse de lado la influencia de las Academias, que se establecieron a lo largo de todo el siglo XVIII defendiendo siempre ideas clasicistas y que vieron confirmados sus postulados estéticos en los descubrimientos arqueológicos.
Características
Técnicas
Predominó el dibujo, la forma, sobre el colorido. Ello da como resultado una estética distante del espectador, reforzado por la luz clara y fría que bañaba las escenas, ya que si se adoptaran tonos dorados se introduciría en la obra una sensualidad que se rechazaba en la estética neoclásica. A veces se usaba el claroscuro, con una iluminación intensa de los personajes que interpretaban la escena en el centro del cuadro, dejando en las tinieblas el resto del cuadro. Al destacar el dibujo sobre el color, este último era mero coloreado, que informaba sobre el contenido del cuadro, modelando los objetos representados, sin tener valor estético por sí mismo. En contraste con las pinturas barrocas y rococó, las neoclásicas carecen de colores pastel y de confusión; en lugar de ello, usan colores ácidos. La superficie del cuadro aparecía lisa, con una factura impecable en la que difícilmente se apreciaban las pinceladas del autor, lo cual contribuía a establecer la distancia entre el autor y el tema y de éste con el espectador.
Tema
Se cultivó sobre todo el cuadro de historia, reproduciendo los principales hechos de la Revolución francesa y exaltando los mitos griegos y romanos, a los que se identificó con los valores de la Revolución. Los temas representados siempre eran serios y eruditos, con intención moralizante: alegorías e historias que transmitían valores ejemplares como el sacrificio del héroe o el patriotismo. Bajo Napoleón Bonaparte, se llegó a una clara intención propagandista. Las fuentes que inspiraban las obras eran Homero, la historia de Roma Antigua en especial Tito Livio, y poemas de Petrarca. En muchos casos, las escenas no representaban el momento álgido de la historia, sino el momento anterior o posterior.
Composición
Generalmente se pintó al óleo sobre lienzo, pero también hubo frescos. Los cuadros respetan, en general, el carácter ortogonal del lienzo. El estilo buscaba la sencillez también en la composición. Cada cuadro se refería a un solo tema principal, sin temas secundarios superfluos que pudieran distraer. No son cuadros de gran profundidad, sino con una construcción frontal que recuerda a los frisos y bajorrelieves clásicos. El marco suelen ser arquitecturas arcaizantes, y no paisajes, y si la escena ocurría en un interior, a veces se dejaba este segundo plano en la penumbra para que nada distrajera de la escena que se desarrolla en primer término. En este marco se pintaban, en primer plano, un número limitado de figuras humanas que componían la escena, aislados por lo general los unos de los otros.
Estos personajes que ocupaban el primer plano estaban representados con una anatomía ideal, perfectas musculaturas sin defectos que recordaban a las estatuas clásicas como el Apolo de Belvedere. Normalmente se dibujaba siguiendo el «método de la cuadrícula»: los personajes se dibujaban desnudos en una hoja de papel cuadriculado y luego se trasladaban así al cuadro. Allí podían reproducirse desnudos si eran figuras masculinas: era el desnudo heroico clásico, si bien ocultos los genitales por algún elemento accesorio como colocado por azar. Si eran mujeres, no se representaban desnudas. Estas figuras ideales, estatuarias, también podían ser revestidas al modo de actores de teatro con ropajes majestuosos, que recordaran por
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