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RESUMEN. INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA. MARC BLOCK

jorgebianchi786 de Marzo de 2014

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RESUMEN.

INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA.

Prisionero de guerra, fue fusilado por la barbarie nazi en 1944 y no pudo ver impresa su obra, escrita en un

campo de concentración.

A partir de la interrogante ¿Qué es la historia y para qué sirve?, Escribe una verdadera filosofía de la historia,

esencial para la comprensión de esta ciencia que estudia a los hombres en el tiempo.

Su amigo Lucien Febvre rescató su manuscrito para la posteridad.

INTRODUCCIÓN

Papá explícame para qué sirve la historia, pedía hace algunos años a su padre, que era historiador, un

muchachito allegado mío. Conservaré como epígrafe, esta pregunta. Algunos pensarán, sin duda, que es una

fórmula ingenua, peor me parece del todo pertinente.

Ya tenemos, pues, al historiador obligado a rendir cuentas. Pero no se aventurará a hacerlo sin sentir un ligero

temblor interior. ¿Qué artesano, envejecido en su oficio, no se ha preguntado alguna vez, con un ligero

estremecimiento, si ha empleado juiciosamente su vida?.

El debate sobrepasa los pequeños escrúpulos de una moral coirporativa, e interesa a toda nuestra civilización

occidental. Todo lo conducía a ello: la herencia cristiana como la herencia clásica. Los griegos y los latinos,

eran pueblos historiógrafos. El cristianismo es una religión de historiadores. Otros sistemas religiosos han

podido fundar sus creencias y sus ritos en una mitología más o menos exterior al tiempo humano. Por libros

sagrados, tienen los cristianos libros de historia, y sus liturgias conmemoran, con los episodios de la vida

terrestre de un Dios, los fastos de la Iglesia y de los santos.

El cristianismo es además histórico en otro sentido, quizá más profundo: colocado entre la Caída y el Juicio

Final, el destino de la humanidad representa, a sus ojos, una larga aventura, de la cual cada destino, cada

peregrinación individual, ofrece a su vez, el reflejo; en la duración y, por lo tanto, en la historia, eje central de

toda meditación cristiana, se desarrolla el gran drama del Pecado y de la Redención. Nuestro arte, nuestros

monumentos literarios, están llenos

de los ecos del pasado; Nuestros hombres de acción tienen constantemente en los labios sus lecciones, reales o

imaginarias.

Convendría, sin duda, señalar más de un matiz en la psicología de los grupos. Hace mucho tiempo lo observó

Cournot; eternamente inclinados a reconstruir el mundo sobre las líneas de la razón, los franceses en conjunto

viven sus recuerdos colectivos con mucha menor intensidad que los alemanes, por ejemplo.

Los historiadores deberán reflexionar sobre ello. Por que es posible que si no nos ponemos en guardia, la

llamada historia mal entendida acabe por desacreditar a la historia mejor comprendida.

Eso sería a costa de una profunda ruptura con nuestras más constantes tradiciones intelectuales.

Leed lo que se escribía antes de la guerra, lo que todavía puede escribirse hoy. Entre las inquietudes difusas

del tiempo presente del tiempo presente oiréis, casi infaliblemente, la voz de esta inquietud mezclada con las

otras.

1Era en junio de 1940, el mismo día, si mal no me acuerdo, de la entrada de los alemanes en París. En el jardín

normando en que en nuestro Estado mayor, privado de fuerzas arrastraba su ocio, remachábamos sobre las

causas del desastre: ¿Habrá que pensar que nos ha engañado la historia?, murmuró uno de nosotros. Así la

angustia del hombre hecho y derecho se unía, con su acento más amargo, a la sencilla curiosidad del

jovenzuelo. Hay que responder a una y a otra.

Las circunstancias de mi vida presente, la imposibilidad en que me encuentro de usar una gran biblioteca, la

pérdida, la imposibilidad en que me encuentro de usar una gran biblioteca, la pérdida de mis propios libros,

me obligan a fiarme demasiado de mis notas y de mis experiencias.

En verdad que, incluso si hubiera que considerar a la historia incapaz de otros servicios, por lo menos podría

decirse en su favor que distrae. Personalmente, hasta donde pueden llegar mis recuerdos, siempre me ha

divertido mucho. Cada sabio sólo encuentra una ciencia cuyo cultivo le divierte. Descubrirla para consagrarse

a ella es propiamente lo que se llama vocación.

Este indiscutible atractivo de la historia merece ya que nos detengamos a reflexionar. Antes que el deseo de

conocimiento, el simple gusto; antes que la obra científica plenamente consciente de sus fines, el instinto que

conduce a ella: la evolución de nuestro comportamiento intelectual abunda en filiaciones de esta clase. Hemos

visto, incluso, figurar a los pequeños goces de las antiguallas en la cuna de más de una orientación de

estudios, que poco a poco se ha cargado de seriedad.

Ésa es la génesis de la arqueología y, más reciente, del folklore. La historia, sin embargo, tiene

indudablemente sus propios placeres estéticos, que no se parecen a los de ninguna otra disciplina. Ellos se

deben a que el espectáculo de las actividades humanas, que forma su objeto particular, está hecho, más que

otro cualquiera, para seducir la imaginación de los hombres.

Sobre todo cuando, gracias a su alejamiento en el tiempo o en el espacio, su despliegue se atavía con las

sutiles seducciones de lo extraño. Leibniz nos lo ha confesado: cuando pasaba de las abstractas especulaciones

de las matemáticas, o de la teodicea, a descifrar viejas cartas o viejas crónicas de Alemania imperial, sentía,

como nosotros, esa voluptuosidad de aprender cosas singulares.

Pero si esa historia a la que nos conduce un atractivo que siente todo el universo no tuviera más atractivo para

justificarse; si no fuera, en suma, más que un amable pasatiempo como el bridge o la pesca con anzuelo,

¿merecería que hiciéramos tantos esfuerzos para escribirla? Por escribirla, según lo entiendo yo,

honradamente, verídicamente, y yendo en la medida de lo posible hasta los resortes más ocultos, es decir,

difícilmente.

En 1942, año en que ha tocado escribir, ¡el propósito adquiere un sentido todavía más grave! En un mundo

que acaba de abordar la química del átomo, que comienza a sondear apenas el secreto de los espacios

estelares, en nuestro pobre mundo que, justamente orgulloso de su ciencia, no logra, sin embargo, crearse un

poco de felicidad, las largas minucias de la erudición histórica.

Para entender y apreciar bien estos procedimientos de investigación, aunque se trate de los más particulares en

apariencia, sería indispensable saberlos unir con un trazo perfectamente seguro al conjunto de las tendencias

que se manifiestan en el mismo momento en las demás clases de disciplina. Este estudio de los métodos

considerados en sí mismo constituye, una especialidad, cuyos técnicos se llaman filósofos. No puedo

presentarlo sino como lo que es: el momento de un artesano al que siempre le ha gustado meditar sobre su

tarea cotidiana; el carnet de un oficial que ha manejado durante muchos años la toesa y el nivel, sin creerse

por eso matemático.

LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO

2• LA ELECCIÓN DEL HISTORIADOR

La palabra historia es muy vieja, tan vieja que a veces ha llegado a cansar, muy rara vez se ha llegado a querer

eliminarla del vocabulario. Sólo para regarla al ultimo rincón de las ciencias del hombre: especie de

mazmorras, donde arrojan los hechos humanos, considerados a la vez los más superficiales y los más

fortuitos, al tiempo que reservan a la sociología todo aquello que les parece susceptible de análisis racional.

Sin duda, desde que apareció, hace más de dos milenios, en los labios de los hombres ha cambiado mucho de

contenido. Éste es el destino, el lenguaje, de todos los términos verdaderamente vivos. Si las ciencias tuvieran

que buscarse un nombre nuevo cada vez que hacen una conquista, ¡cuántos bautismos habría y cuánta pérdida

de tiempo en el reino de las academias!.

Por el hecho de que permanezca apaciblemente fiel a su glorioso nombre heleno, nuestra historia no será la

misma que escribía Hecateo de Mileto, como la física de Lord Kelvin o de Langevin no es la de Aristóteles.

¿Qué es entonces la historia?

No es menos cierto que frente a la inmensa y confusa realidad, el historiador se ve necesariamente obligado a

señalar el punto particular de aplicación de sus útiles; a hacer en ella una elección, elección que,

evidentemente, no será la misma que, por ejemplo, la del biólogo: que será propiamente una elección de

historiador.

Ahora bien, la obra de una sociedad que modifica según sus necesidades el suelo en que vive es, un hecho

eminentemente histórico. Asimismo, las vicisitudes de un rico foco de intercambios, un punto de intersección

en que la alianza de dos por una disciplina a otra.

II. LA HISTORIA Y LOS HOMBRES.

El objeto de la historia es esencialmente el hombre, mejor dicho, los hombres. Detrás de los rasgos sensibles

del paisaje, de las herramientas o de las máquinas, detrás de los escritos aparentemente más fríos y de las

instituciones aparentemente más distanciadas de los que las han creado, la historia quiere aprehender a los

hombres.

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