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REVOLUCIÓN INDUSTRIAL El proceso de introducción de las máquinas y de la creación de industrias


Enviado por   •  6 de Mayo de 2017  •  Resúmenes  •  2.694 Palabras (11 Páginas)  •  540 Visitas

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REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

5. La situación de obreros:

El proceso de introducción de las máquinas y de la creación de industrias, fue motivo para que en las industrias se creara una rigurosa disciplina fabril. El obrero en casa trabajaba mucho, pero tenía varias ventajas, como poder empezar o terminar sus labores cuando quisiera, podía también distribuir el trabajo a su antojo y salir de casa cuando quisiera tomándose unos minutos para descansar. Por otro lado, para un obrero entrar a una fábrica representa entrar a la mismísima cárcel, los locales eran pequeños, el ambiente irrespirable y por todos lados reinaba una suciedad horrible. También recibían un salario mínimo ridículamente miserable por una jornada de trabajo de 16 a 18 horas, sin descansos, y sin algún tipo de alimentación digna.

El obrero tampoco tenía protección laboral, lo que muchas veces fue motivo de la muerte de cientos de obreros. La mano de obra era supremamente desvalorizada, aparte de que el salario mínimo era absurdamente poco, los dueños de las industrias buscaban reducirlo con multas por las razones más absurdas, o muchas veces incluso, sin necesidad de motivo alguno.

Quienes más sufrían eran las mujeres y los niños. En los primeros momentos de las fábricas la explotación a los niños deja un baldón muy vergonzoso en la historia del capitalismo. La industria lograba explotar en sus fábricas a los huérfanos de los orfelinatos parroquiales; quienes muy gustosamente firmaban un contrato con una cláusula que consistía en que, por cada veinte niños la fábrica recibía un tonto o un inválido, logrando así las parroquias, poder deshacerse de los niños con enfermedades mentales o fisiológicas. Los obreros en un principio se oponían totalmente a dejar que reclutaran a sus hijos para ser llevados a las fábricas, pero en la miseria en la que estaba viviendo se vieron obligados a mandar a sus hijos a trabajar a ver si de esa forma podían conseguir un poco más de ingresos.

El trabajo para los niños fue muy duro, eran encerrados en pequeños locales y sus jornadas laborales sólo tenían un límite: el cansancio absoluto. Eran los capataces quienes llevaban a los niños hasta sus límites, pues del rendimiento de estos, dependía si el salario de ellos aumentaba o disminuía. A la tarea dura que tenían estos niños se sumaban unas condiciones de vida espantosas, vivían en pequeñas celdas con aire viciado y su alimentación consistía en sopa de avena, tocino vencido y pan negro.

Ahora bien, vamos a hablar de un caso en particular, el de Robert Blinko, quien fue conocido por el inspector John Brown; quien relata que Blinko llegó a una fábrica de Laugdham, donde los capataces eran muy crueles, usaban látigos para castigar a los niños, o incluso, para mantenerlos despiertos. En otra fábrica de Litton, reinaba otro orden de cosas, allí, el propietario Elias Needham propinaba a los niños puñetazos e hincapiés, flagelándolos con fustas. También se entretenía halándole las orejas a los niños, muchas veces tan fuertes, que lograba desgarrárselas. A Blinko lo obligaban a trabajar en invierno prácticamente casi desnudo, con grandes pesas en los hombros y le limaban los dientes. Tenía numerosas heridas en la cabeza producto de los grandes golpes que le propinaban que, para curarlas, recurrían a ponerle un sombrero untando de alquitrán, para poder arrancar así su cabello y poder llevar a cabo la curación de las heridas.

A los niños que intentaban escaparse les amarraban grilletes. Muchos de los que lograron superar la “prueba de aprendizaje” llevaron un sello por el resto de sus vidas: deformaciones de la espina dorsal y extremidades, raquitismo y mutilaciones causadas por accidentes en el trabajo.

Un efecto colateral de las espantosas condiciones higiénicas en las que vivían los obreros es que empezaron a propagarse las enfermedades, entre esas la llamada “fiebre fabril”. Como no podían ejercer violencia como hacían con los niños, entonces los fabricantes recurrían a engañarlos y robarlos, disminuían el descanso de la comida, daban el llamado de inicio de jornada antes de tiempo, el de final de jornada con retraso. En las fábricas era absolutamente prohibido que los obreros usasen relojes. En publicaciones del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX se compara frecuentemente la fábrica con el infierno.

Así pues, la consecuencia más importante fue el antagonismo entre el trabajo y el capital. Por un lado, estaba el capitalista, los dueños de las fábricas y máquinas. El capitalista tenía su capital que se multiplicaba rápidamente gracias a la clase obrera. Por otra parte, se formaba la clase obrera que en sus primeros años se sentía como un granito de arena siendo arrastrado por enorme huracán. Aunque con el pasar de los años el hombre se dio cuenta de que no era ningún granito de arena, si no que era un poderoso soldado, del más poderoso ejército de la historia. Pero el obrero tardó en adquirir dicha conciencia, por el momento sólo se preguntaba: “¿Qué hacer para derrotar al nuevo y terrible enemigo, a la máquina, al ‘hombre de hierro’?”.

6. Comienzos del movimiento obrero:

Durante los primeros años de la revolución industrial los obreros no entendían quién era el verdadero culpable de todas sus miserias, sólo veían que el empleo de las máquinas conducía al descenso de su nivel de vida y amenazaba con privarles de todo recurso de existencia. Por ello sacaron la conclusión de que había que lograr la prohibición de las máquinas; fue cuando apelaron al Parlamento, recordaron que este y el gobierno defendían al pequeño artesano, por eso artesanos y obreros le pidieron al Parlamento protección.

En 1776, los hilanderos de lana solicitaron que no se empleara el uso de grandes máquinas que venían reemplazando el trabajo de ellos. En 1808 los tejedores de lana y medias, junto con los hilanderos, solicitaron al Parlamento un salario mínimo. Sin embargo, el Parlamento que estaba en cierta parte conformado por la misma Burguesía Industrial quienes, desde luego, no prestaron atención a las peticiones que hicieron los obreros y artesanos. La Burguesía en el Parlamento decía que las peticiones de los obreros atentaban contra la “libertad cívica”, incluso amenazaron con llevar sus empresas al extranjero donde se establecieran reglas en cuanto al empleo del capital.

El parlamento concluyó entonces que: “la legislación no puede hacer ninguna ley que trabe la libertad de la industria o el derecho del individuo a disponer de su tiempo o trabajo y a determinar cómo y en qué condiciones considera proceder para beneficio propio”. El “derecho” dejó al obrero a la merced del codicioso y avaro fabricante, al obrero se le otorgó la “libertad” de morir de hambre.

Después de muchos intentos fallidos de defenderse por vías legislativas, la clase obrera decidió hacer las cosas a su manera, asaltando las fábricas y destruyendo las máquinas. En respuesta a estas acciones, el gobierno decretó en 1769 una ley calificando de delito grave todas las acciones de destrucción intencional a las máquinas, siendo castigado con la muerte a quienes se encontrara como culpables. Sin embargo, esto no detuvo a la clase obrera, pues en 1779, ocho mil obreros del condado de Lancaster, parte de ellos armados, participaron en la destrucción de varias fábricas. Para aplastar al movimiento, el gobierno tuvo que mandar grandes tropas. Algunos participantes del movimiento fueron capturados, juzgados y condenados a la horca. La lucha de los obreros por la destrucción de las fabricas se le llamó movimiento de los Ludistas por su legendario participante Ned Ludd. El movimiento se repitió en 1811-1816. Se dijo que “los obreros lucharon por primera vez en contra de la Burguesía cuando se opusieron por la fuerza al empleo de las máquinas”.

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