Reforma Laboral
94mauricio3 de Marzo de 2013
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Si como escribió Heráclito, carácter es destino, Enrique Peña Nieto acaba de evidenciar el de su próxima presidencia. Un gobierno que de cara a la reforma laboral, claudica. Una administración que ante los intereses atrincherados, se rinde. Un equipo que frente a la oferta de la modernización, no pasa su primera prueba. Porque la reforma laboral rasurada que el PRI aprueba en el Congreso evidencia a un Presidente electo que, en lugar de cambiar el país de privilegios, busca asegurar su mantenimiento. Evidencia a un Presidente electo que, en lugar de controlar a las fuerzas sindicales anti-democráticas, acaba doblegado por ellas. Evidencia a un Presidente electo que usa la retórica de la modernidad pero que al sucumbir ante los líderes obreros, mina su autenticidad. Peña Nieto aún no ha asumido el poder pero la reforma laboral predice que lo ejercerá acorralado.
Acorralado por Víctor Flores, líder atávico del sindicato ferrocarrilero. Acorralado por Carlos Romero Deschamps, líder vetusto del sindicato petrolero. Acorralado por Francisco Hernández Juárez, líder enquistado del sindicato de los telefonistas. Ellos y tantos más que en días recientes declararon "Vamos con todo contra la iniciativa" o "La vida interna (de los sindicatos) debe quedar en la vida interna; es como los matrimonios" o "Si el gobierno del nuevo Presidente entra con esa actitud de golpear a los trabajadores en sus derechos laborales es a él a quien tenemos que hacer responsable si esta iniciativa sigue adelante". Ellos y tantos más defendiendo el derecho a encumbrarse, año tras año, en organizaciones que en lugar de representar a los trabajadores, los expolian.
Utilizando el argumento de la "autonomía sindical" para proteger privilegios y defender prebendas y justificar la opacidad. Valiéndose del argumento de la "no intromisión del Estado en la vida interna de los sindicatos" para seguir manejándolos a su libre albedrío. Usando el argumento de que la reforma atenta contra la Constitución para tapar cuánto tiempo han pasado violando su espíritu. Negando el derecho de los trabajadores al voto libre y secreto; a la rendición de cuentas a los agremiados sobre la administración de sus cuotas; a la información necesaria sobre el patrimonio sindical. Líderes ricos representando a obreros pobres. Líderes acaudalados exprimiendo a trabajadores que no lo son. Líderes chantajistas que quieren doblegar al próximo presidente y lo logran.
Enrique Peña Nieto aún no traspasa el picaporte de Los Pinos y ya le entregó las llaves a los cotos corporativos. Ya ajustó la reforma laboral al tamaño del charrismo sindical. Ya demostró que su liderazgo no buscará fomentar la transparencia sino seguir administrando su ausencia. Ya declaró en Brasil que "No se trata de hacer una reforma a espaldas de las organizaciones sindicales sino se trata de una reforma laboral que tome en cuenta las voces de las organizaciones sindicales y se logre el consenso necesario ". Consenso priista que implica la prolongación del statu quo. Consenso que significa claudicación. Consenso que entraña abdicación.
Y sin duda los defensores de la reforma dirán que fue necesario diluirla,
debilitarla, descafeinarla. Dirán que fue indispensable quitarle los dientes democráticos para asegurar que una mayoría legislativa estuviera dispuesta a apoyarla. Dirán que valió la pena por la flexibilización que introduce y los salarios caídos que regula y las nuevas modalidades de contratación que ofrece. Dirán - como los panistas - que por lo menos fue aprobada y "peor es nada". Pero ante ello, la pregunta es la misma que acompaña todas las reformas calderonistas con poco efecto sobre el empleo y el crecimiento y la productividad: ¿Para qué aprobar reformas que no atacan el corazón del problema? ¿Para qué
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