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Robert Moore Williams La Víspera del Juicio Final Fuente: Antología de Novelas de Ciencia Ficción

electromikeApuntes19 de Marzo de 2017

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Robert Moore Williams

La Víspera del Juicio Final

Fuente: Antología de Novelas de Ciencia Ficción

(octava selección)

Páginas 203 a 333

EDICIONES ACERVO -  1967

Apartado 5319

BARCELONA

DIGITALIZADO POR BIBLIOMOUSE 2001

2005


I

Las leyendas acerca de la nueva gente empezaron antes de la guerra, cuando el hombre que encabezaba el grupo, el anciano Jal Jonnor, estaba vivo, pero tuvieron una mayor difusión durante el conflicto.

Si la guerra es larga y la lucha encarnizada, sin que nin guno de los bandos sea capaz de alcanzar la victoria o, cuan do menos, una ventaja sustancial, los soldados empiezan a contar extrañas historias de cosas vistas cuando la muerte está cerca, de milagrosos salvamentos de la destrucción e incluso de aliados no humanos luchando a su lado. Los psi cólogos, inclinados a creer únicamente lo que pueden ver, tocar, oír o medir, suelen atribuir esas historias a alucina ciones provocadas por la prolongada tensión, o, en el caso de los aliados no humanos, a un deseo subconsciente surgido de una profunda sensación de inseguridad. ¿Qué psicólogo está dispuesto a creer que un ángel tomó repentinamente los mandos de un avión que capotaba, haciendo aterrizar nor malmente el aparato y curando luego la herida que el piloto había recibido?

Red Dog Jimmie Thurman juraba que eso le había sucedi do a él. Había entablado combate con un grupo de aviones asiáticos que escoltaban un bombardero sobre el polo norte. Eran los primeros días de la guerra, cuando los bombarderos se deslizaban ocasionalmente a través de las defensas. Red -Dog Jimmie Thurman había alcanzado a uno de los aviones enemigos con sus ametralladoras y se disponía a embestir al bombardero por debajo, cuando un proyectil, procedente de un aparato asiático que no había visto, se llevó la mitad de su ala derecha. Un fragmento del proyectil le hirió en el hombro derecho, destrozando la carne y el hueso.

Girando como una hoja en el centro de un remolino de aire, el aparato inició la larga caída hacia el casquete de hie lo polar que se extendía debajo. Jimmie no podía manejar el mecanismo de lanzamiento a causa de su brazo roto.

Poco antes de que el avión se estrellara, Jimmie se dio cuenta de que en el aparato había otra persona, que en aquel momento luchaba para hacerse con los mandos. Dado que Jimmie continuaba en el asiento del piloto, la cosa no resul taba fácil, pero aquella persona había conseguido, no sólo hacerse con los mandos, sino efectuar un aterrizaje perfecto. Luego, descubriendo el hombro destrozado de Jimmie, le ha bía curado.

Al menos, ésa era la historia que Red Dog Jimmie Thur man había contado después de que un helicóptero le recogió y le trasladó a su base. Se mostró sumamente obstinado en su relato, insistiendo retadoramente en que alguien había hecho aterrizar el avión. La única conclusión a que Jimmie había llegado acerca de la persona que estuvo en el avión con él- no sabía si era varón o hembra  era que pertenecía a la nueva gente.

Cuando los "psicos" le preguntaron cómo era posible que otro ser humano hubiese entrado en un avión que capotaba a millares de pies de altitud, Jimmie no supo qué contestar. Se limitó a decir que, puesto que la nueva gente parecía capaz de realizar hazañas que estaban más allá del poder de un mortal ordinario, probablemente no eran humanos.

Aquel comentario había determinado su baja permanente para el servicio. Jimmie cayó en un estado de abatimiento, ya que realmente le gustaba volar. Luego empezó a pregun tarse por qué la nueva gente- suponiendo que existiera , habría salvado su vida a costa de su cordura. Un año más tarde murió.

El caso de Spike Larson fue distinto. Larson era el co mandante de un submarino atómico que operaba en el gol fo Pérsico. Estaba posado en el fondo, esperando el paso de un convoy enemigo, cuando tres destructores detectaron su presencia. Al estallar las primeras cargas de profundidad, Larson se dirigió rápidamente hacia el canal de salida del puerto. El aparato de radar detectó unas rocas delante del submarino. Revisando apresuradamente sus cartas de na~ vegación, Larson descubrió que no existían tales rocas.

Profiriendo una maldición, lanzó las cartas a través del camarote. 0 estaban equivocadas, o el fondo había sido cam biado. Una explosión delante del sub marino le indicó que la cosa no tenía importancia: uno de los destructores, apostado en el canal, le había cortado la retirada.

 Ascenderemos y lucharemos en la superficie- le dijo al teniente que estaba a su lado.

El oficial palideció al oír la orden. Pero era un hombre de mar.

 SI, señor- dijo.

 Yo recomendaría otra cosa, comandante- dijo otra voz.

Larson y el teniente se quedaron helados. En el camarote no había nadie más. Cuando Larson consiguió finalmente volver la cabeza, descubrió que estaba equivocado al creer que se encontraban solos.

Contando la historia más tarde ante un comité de encues ta, dijo:

 Estaba de pie a mi lado, vestida de blanco, la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Quedé demasiado sorprendido para actuar, demasiado maravillado para pen sar. ¡Una mujer en mi submarino! ¡Y qué mujer! Mientras yo permanecía rígido como una estatua, ella avanzó hacia los mandos. "Con su permiso, comandante, cerca de aquí hay un nuevo canal que no figura en las cartas. Estos fondos han cambiado mucho últimamente. Los destructores no se atreverán a seguirnos por el nuevo canal, aun en el caso de que conozcan su existencia, debido al peligro que repre sentan las rocas en uno de sus lados, y los bancos de arena en el otro. Si me da usted permiso para conducir el sub marino... »

"Lo único que pude hacer fue asentir- continuó Larson.

-Tal como han ido las cosas, aquélla fue la última orden que he dado para lo que me queda de vida. La mujer enderezó la proa del submarino setenta grados, cerró el se ñalizador de profundidad y el sonar, y nos envió hacia arri ba, hasta casi alcanzar la superficie. Mientras hacía todo eso, sorteó dos cargas de profundidad que nos hubieran al canzado. Luego avanzó tan pegada a unas rocas que se lleva ron la mitad de la pintura del casco, y poco después nos ha bía sacado de aquel agujero. Entonces le devolvió los man dos al teniente Thompson, y dijo: "Gracias, comandante. Es toy segura de que a partir de ahora podrá usted manejar competentemente la situación".

Los miembros del comité de encuesta se habían inclina do hacia adelante para no perderse una sola palabra del informe de Larson. Cuando éste hubo terminado, el miembro más veterano, un almirante, preguntó ávidamente.

 ¿Y qué ocurrió después con la mujer, comandante?

 Se desvaneció- dijo Larson.

El almirante se hundió en su asiento como un globo des hinchado.

 El teniente Thompson corroborará todas mis palabras-  continuó Larson. Sacudió la cabeza para indicar que to davía no podía comprenderlo, a pesar de no haber pensado en otra cosa desde el día que ocurrió.

_¿Quién cree usted que era esa mujer, comandante?- preguntó un miembro del comité.

_En mi opinión, pertenecía a la nueva gente- respon dió Larson.

Su voz era firme, pero continuaba sacudiendo la cabeza cuando salió de la habitación donde se había reunido el co mité.

Le asignaron un puesto en tierra. Los "psicos" hicieron todo lo que pudieron por él, pero algo parecía haberse des compuesto en el interior de su cerebro. Ocho meses más tarde desertó.

Luego hubo la historia del coronel Edward Grant, USAF. Grant era el único hombre a bordo de la nueva estación sa télite terrestre. Era el único hombre a bordo, porque en aquella época no había sido descubierto el modo de construir y lanzar un satélite que pudiera llevar más de un pasajero. En realidad, sólo se había descubierto el modo de lanzar una de aquellas estaciones y ponerla en órbita. No podía regresar, debido a que no podía transportar el com bustible suficiente para el viaje de retorno. Se estaba cons truyendo una nave espacial que transportaría provisiones y combustible al satélite, pero aquella nave no estaba termi nada aún cuando el satélite fue puesto en órbita.

Grant, que había volado en toda clase de aparatos, se ofre ció voluntario para tripular la estación, a sabiendas de que cuando el combustible se agotara podía quedar abandonado en el espacio para siempre.

Sin embargo, nadie había previsto que pudiera quedar abandonado. Esta eventualidad sólo surgió cuando las exi gencias de producción de la nueva guerra obligaron a un alto en la construcción de su nave de rescate.

El coronel Grant se convirtió en el hombre más solita rio en la historia de la Tierra. Las estrellas eran sus compa neras. Permanecería como un solitario Holandés Volador en el cielo, hasta que el final de la guerra permitiera terminar la nave que llegaría hasta él. 0 tal vez para siempre . . .

Resultaba inevitable que los asiáticos creyeran que Grant les estaba espiando cuando pasaba en su órbita regular muy por encima de sus cabezas. En realidad, era una necedad creerlo: la estación se encontraba a una altura que no le per mitía captar ningún detalle de importancia militar. Al mismo tiempo se aprovechaban de la información científica fa cilitada por la estación, sintonizando las longitudes de onda en que era emitida.

En un esfuerzo para eliminar aquella imaginaria amena za del cielo encima de ellos, los asiáticos dispararon un co hete torpedo contra el satélite.

...

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