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Teoria microbiano


Enviado por   •  18 de Febrero de 2014  •  4.225 Palabras (17 Páginas)  •  219 Visitas

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n los últimos artículos hemos hablado del café, bebida protagonista de la Cantata del café de Johann Sebastian Bach, cuya aproximación intelectual y científica a la música fue parecida a la de Vincenzo Galilei, padre de Galileo Galilei, quien a su vez fue padre de la paradoja de Galileo en la que se pone de manifiesto lo extraño del concepto de infinito, cuyo tratamiento matemático sufrió duras críticas por parte de Henri Poincaré, el precursor de la teoría del caos, uno de cuyos padres, Sir Robert May, fue Presidente de la Royal Society de Londres, sociedad formada a imagen de la Casa de Salomón descrita en el Nova Atlantis de Francis Bacon cuando científicos de las siguientes generaciones leyeron sus escritos, como le sucedió a Robert Boyle, cuyo trabajo en óptica fue bienintencionado pero muy inferior al de otros estudiosos de la naturaleza de la luz, cuyo carácter de onda electromagnética nunca hubiéramos descubierto sin la ayuda de Michael Faraday, que también propuso mejorar el alcantarillado de Londres pero no se le hizo caso porque no había sido aceptada aún la teoría microbiana de las enfermedades.

Pero hablando de la teoría microbiana de las enfermedades…

La palabra microbiano proviene de la combinación de las palabras griegas micro (pequeño) y bios (vida). Decir que las enfermedades infecciosas tienen origen microbiano, por lo tanto, es afirmar que son producidas por minúsculos organismos vivos – los microbios o gérmenes usando términos más bien antiguos. Hoy en día, naturalmente, tenemos bien claro que esto es así y que enfermedades como el cólera, la malaria o la peste están producidas por organismos diversos: virus, bacterias, tripanosomas, amebas, etc. Sin embargo esta teoría de la enfermedad, la teoría microbiana o teoría germinal de las enfermedades infecciosas es muy reciente y durante milenios pensábamos que las infecciones estaban producidas por otras causas.

De hecho, si ponemos esto en contexto, recuerda el artículo anterior sobre Faraday: el inglés hubiera tenido éxito en su empeño por limpiar el Támesis si los británicos hubieran tenido claro el origen microbiano de las enfermedades, pero esto no era así, ¡en 1855! Años después de que conociéramos aproximadamente el valor de la velocidad de la luz o la conexión entre electricidad y magnetismo y siglos después de que Newton enunciase su Ley de gravitación universal aún no sabíamos por qué morían millones de seres humanos de peste. Y esto a pesar de que, por interesante que sea la gravedad, el impacto sobre nuestra vida de la comprensión del origen de las enfermedades infecciosas es infinitamente mayor.

El problema, claro, es que es dificilísimo identificar el origen microscópico de las infecciones. La concepción más antigua era que las enfermedades estaban causadas generalmente por dos razones: o bien por un desequilibrio humoral o bien por el contagio (que no significa lo que ahora). Curiosamente estas dos ideas han estado enormemente extendidas por casi todas las culturas, lo cual no es casualidad, por supuesto – por una parte se debe a que parecen lógicas a primera vista, y por otra las traducciones de tratados de medicina de unos lugares han influido sobre los otros.

La menos científica de las dos ideas es la teoría humoral, que seguro que conoces aunque sea sólo de pasada. Aparece por todas partes, aunque su forma más conocida en Occidente es la propuesta por el médico griego Hipócrates de Cos, muchas veces llamado el padre de la medicina. Según Hipócrates en el cuerpo hay cuatro humores o líquidos: la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra. Si los cuatro humores están en equilibrio el ser humano está sano, pero si no lo están porque hay demasiada sangre respecto al resto, o demasiada bilis negra, o lo que sea, entonces aparece la enfermedad.

Hipócrates, de Rubens

Hipócrates (ca. 460-370 a.C.), en un grabado de Rubens.

Hipócrates asoció además al exceso de cada uno de los cuatro humores una tendencia en la personalidad, y tan influyente fue el griego que las palabras que usamos hoy en día para muchos estados de ánimo e incluso personalidades siguen teniendo su origen en los cuatro humores. Así, una persona con demasiada sangre era sanguínea, una con demasiada flema flemática, el exceso de bilis –en griego, chole– producía un carácter colérico, y la bilis negra –en griego melan chole– provocaba melancolía o depresión.

Para rizar el rizo, la teoría humoral sostenía que la dieta hacía cambiar el equilibrio de los humores y, por tanto, podía no sólo provocar enfermedades o curarlas sino cambiar el carácter del individuo. Así, si alguien era naturalmente colérico –exceso de bilis– no era conveniente que comiera demasiado cordero, un alimento colérico, porque entonces se exacerbaba el problema. También era posible, por supuesto, disminuir un exceso – la sangre se extraía con sanguijuelas cuando había “demasiada”. No tengo ni idea de cómo se eliminaba un exceso de bilis negra de un modo similar, porque no creo que nadie supiera exactamente qué era.

Temperamentos según la teoría humoral

Los cuatro temperaementos según la teoría humoral en un tratado del XVIII. De arriba a abajo e izquierda a derecha: flemático, colérico, sanguíneo, melancólico.

El caso es que la teoría humoral se extendió a Roma, y Galeno estaba absolutamente convencido de ella. También fue fundamental en la medicina islámica medieval, y al-Qānūn fī al-Ṭibb, el Canon de medicina de Ibn Sīnā (Avicena) de 1025, habla largo y tendido sobre los cuatro humores. No son, por cierto, exactamente los fluidos corporales en los que pensamos hoy usando esas palabras; así, la flema contiene las mucosidades segregadas por diferentes mucosas, pero no se restringe a eso. Según Avicena, enormemente influido por Hipócrates,

De la mezcla de los cuatro en diferente cantidad, [Dios] creó los diferentes órganos; uno con más sangre, como el músculo, uno con más bilis negra como el hueso, otro con más flema como el cerebro, y otro con más bilis amarilla como el pulmón.

Aunque esta teoría no tiene sentido, su atractivo es enorme porque se alimenta de una debilidad de la mente humana: nos fascina, nos deja encandilados, la idea de equilibrio. Pensar que si tienes una enfermedad es porque tu cuerpo no está en equilibrio de algún modo, y que devolverlo a ese equilibrio natural curará la enfermedad es algo que nos proporciona –no sé por qué– una enorme satisfacción. Es como si, de forma irracional, “tuviera sentido”. De hecho esta concepción

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