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vianeyzzita2 de Diciembre de 2011
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SIGLO XVIII, EL SIGLO DE LA RAZÓN
Para las clases superiores la lectura se hizo una necesidad y por esta razón crece la demanda en el negocio de la venta de libros. No obstante, la gran invención de esta época fueron los Periódicos, los cuales se difundieron desde principios del siglo.
Debido al auge económico, en 1730 aparece en Londres el primer diario comercial dedicado a la publicación de anuncios de ofertas y demandas. Además, los comerciantes londinenses se encargaron de introducir un tipo de tarjeta comercial, que por su gran formato, parece fueron utilizadas como cartas comerciales y facturas.
El rentable criterio de asentar la publicidad por medio de la repetición se pone de manifiesto en los impresos que reproducen en su mayoría los rótulos de los establecimientos, acompañados de una completa argumentación publicitaria.
También, se debe tomar en cuenta, que los sectores comerciales, como la del libro, se encargaron de introducir la práctica del Cartel mural en formatos pequeños ilustrados con xilografías.
En 1762 las autoridades francesas prohíben las enseñas colgantes, lo cual contribuyó a la modernización de la señalización comercial, ya que tuvieron que adaptarlas en su tamaño o formato a las necesidades de la época, debido a que estas eran muy rudimentarias.
En este siglo se implantan las Escuelas Técnicas o de artes Aplicadas para la formación de especialistas, fundamentalmente en diseño textil y artes gráficas, así mismo se sitúa a la imagen en un contexto más preciso y menos trivial, utilizándola como complemento del texto y completar con ella el concepto utilitario y didáctico, se crea de esta manera la Enciclopedia.
En el aspecto tipográfico se crean diversidad de tipos, destacándose el llamado Bodoni, un tipo de la familia de las romanas diseñada por Giambaptista Bodoni en 1768, igualmente es interesante la creación del alfabeto arquitectónico de Steingrüber, la cual es una extraña serie de letras ornamentadas en las que se conserva la forma exterior de la letra y representa en cada una de ellas la planta de un edificio.
El hecho histórico de mayor importancia del siglo XVIII fue la Revolución Francesa de 1789, la cual establece una sociedad igualitaria que proclama libertad de prensa, la cual convierte a los diarios y periódicos en productos de consumo masivo de la sociedad.
La practica de la propaganda política introdujo a su vez a la caricatura y la sátira como nuevo elemento gráfico desde 1789, esta se utilizó como una forma de lucha contra las ideas y formas despóticas de poder, disminuyendo su fuerza a través de la ridiculización, de esta manera la caricatura suaviza o acusa el perfil crítico sin perder su contenido original, sea este de orden político, social o religioso.
LONDRES Y PARÍS, CAPITALES DEL DISEÑO GRÁFICO COMERCIAL DEL SIGLO XIX
En 1814 se inaugura oficialmente la era de la mecanización de la industria de la impresión incorporando la máquina semiautomática proyectada por el alemán Friedrich Köenig, posteriormente surge la linotipia.
El uso de este nuevo proceso condujo a un cambio conceptual notable, ya que la sustitución de las arcaicas prensas permitió la ampliación de los formatos de papel a imprimir, con lo cual los papeles y las letras pudieron superar los límites de los anteriores pequeños y estrechos formatos.
En este siglo se crean las tipologías Finas, Negras y Supernegras (según el grueso del palo), y las Estrechas o chupadas y Anchas (según el ojo de la letra), así mismo se distinguen tres familias genuinas: las Egipcias, las Antiguas, grotescas o góticas y la escritura Inglesa.
Otro acontecimiento relevante fue la Revolución Industrial, la cual impulsó el desarrollo del comercio. En lo que compete directamente al diseño gráfico, Rowland Hill crea el sello de correos, se asume la técnica del grabado calcográfico como unidad estilística propia y aparece el billete con el uso del papel moneda. La publicidad directa empieza a perfilarse como estrategia e instrumento propagador y embellecedor, así surge otro elemento innovador: el uso de la figura femenina como elemento simbólico de atracción.
LA PUBLICIDAD EN LAS NUEVAS CIUDADES
La aparición del proletariado urbano en un primer fenómeno de despoblación del campo con lo cual la ciudad franqueó los exiguos límites medievales, en un crecimiento planificado y controlado por los primeros urbanistas modernos. Los nuevos trazados urbanos con sus amplias avenidas o boulevares responden con clara visión de futuro a las exigencias de la ciudad actual. Pero con esta nueva ordenación las calles modifican profundamente su antigua perspectiva y la señalización comercial transforma los planteamientos medievales que todavía seguían vigentes.
El gran descubrimiento social del siglo XIX es en efecto, la calle. En ella, la publicidad
instala sus trincheras -cómodas y relucientesen las fachadas de los comercios y lanza su infantería en forma de hombres sándwich enfundados en anuncios autoportantes, mientras el aire de la ciudad nueva inicia un lento proceso de polución visual con los anuncios murales que escalan impertinentemente las mayores y más estratégicas alturas.
Tal y como se había producido con las tarjetas y etiquetas comerciales, el utilitarismo industrial magnifica ahora en las fachadas de los establecimientos, no ya el símbolo gráfico de los artículos en venta o, mejor dicho, no únicamente eso, sino también, y sobre todo, el nombre del comerciante o la razón social del negocio.
Desde el siglo XVIII el acto de la compra se ha ido extrapolando de sus más directas y perentorias obligaciones (la adquisición de primeras necesidades) y se ha convertido, al menos para las clases medias, en un ceremonioso rito social.
La desocupada ocupación de “ir de tiendas” forma parte ya de las obligaciones sociales de la ascendente burguesía y, consecuentemente, la información comercial deja de ser estrictamente funcional para convertirse en decoración suntuaria, armónicamente integrada a la arquitectura de las fachadas. Además, el nuevo orden ha establecido un sentido de la competencia para el cual resulta insuficiente el recurso indicativo del tipo de comercio.
La nueva función del escaparate como verdadero punto de venta se enmarca solemnemente, como si de un passepartout se tratara, con una fachada sobria y aislante (que usa, por cierto, los nuevos materiales: hierro, vidrio pintado, dorado o grabado, mosaico, estuco, etc.).
Una política de venta de clase (para y por la burguesía) justificaba plenamente la dignificación formal del lugar donde se celebraba el rito de la venta en una liturgia donde la calidad, antes que el precio, constituía el lícito orgullo de la oferta y, recíprocamente, la condición motivacional por excelencia de la demanda. Así, las nuevas calles comerciales del siglo XIX se transforman en zonas de paseo de la burguesía, a las que circunstancialmente se acercan fascinadas las clases populares de la ciudad y la comarca a ver escaparates.
La burguesía comercial logró, ciertamente, su propósito de convertir el prosaico acto de la venta en un verdadero espectáculo visual de masas. La explosión de tipografías espurias producida al amparo de la litografía accede también a la rotulación de fachadas de comercios, de las que sobreviven en todas las ciudades del mundo suficientes muestras de ese período.
No obstante, la extraordinaria habilidad de los diseñadores y pintores de rótulos comerciales del siglo pasado aparecen hoy, frente al uniforme monopolio del plástico y el neón, como espléndidos ejemplos de lo que debió ser, en su momento, la señalización urbana comercial de una ciudad.
Los carteles publicitarios compiten con la arquitectura en la ornamentación de las fachadas de los establecimientos comerciales, a las que en ocasiones se integran.
Asimismo, los muros laterales, de las casas entre medianeras se destinan preferentemente a la publicidad.
Tan evidente resulta ya la presencia de la publicidad en las sociedades urbanas de la época que el preciso cronista de las costumbres que fuera el escritor y ex tipógrafo Honoré de Balzac parodia en uno de sus textos de la Comedia humana la figura del experto publicitario, al que hace explicar la lección siguiente: “El prospecto se diferencia fundamentalmente del cartel y del anuncio, no sólo en la forma y
el método de distribución, sino, sobre todo, por su contenido.
El cartel es el punto concreto del objeto, brillante y coloreado. El anuncio es el ofrecimiento persuasivo. El prospecto es la información”.
La teoría publicitaria está, pues, en marcha. No en vano la nueva ciencia de la persuasión colectiva ha empezado a compilarse en una Historia de la publicidad editada en Londres en la temprana fecha de 1874, a la que siguen los primeros anuales y revistas técnicas de la industria de la impresión, desde donde se proyectan al mundo las mejores muestras del diseño gráfico internacional.
El color ha hecho el milagro de conceder al anuncio, en todas sus variantes, una atención artística expectante, sobre todo de la mano del cartel comercial litográfico.
De una forma más o menos rudimentaria invade todos los soportes clásicos del impreso comercial y periodístico: tarjetas de visita y comerciales, papeles de carta, calendarios, etiquetas, envases y embalajes, anuncios y carteles, cubiertas, ilustraciones y caricaturas de libros y revistas; en fin, todo soporte susceptible
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