Venezuala En El Siglo Xx
giansanchez311 de Abril de 2013
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Una sociedad existe en el tiempo y en el espacio, es decir, es histórica y sus límites están configurados por una lengua y una cultura cuyas características pueden ser perfectamente estudiadas e identificadas. En ese caso, estamos hablando de una “identidad” ontológica, alma o espíritu de un pueblo; otros autores se limitan simplemente a sus rasgos externos o morfológicos, y así se habla de ideas, representaciones, símbolos, idearios e imaginarios colectivos, además de usos, costumbres, tradiciones, religión y mentalidad.
La identidad de un pueblo es real aunque puede prestarse a manipulaciones de tipo ideológico o político, por ejemplo, cuando se habla de un determinado pueblo como predestinado o particularmente ungido de una particular cualidad o atributo.
La identidad es lingüística, antropológica, social e histórica y no debe ser confundida con el concepto de País, Nación o Estado, aunque son conceptos y categorías cercanos y que tienden a ser confundidos. La identidad es un concepto o categoría, igual que el de cultura, huidizo y equívoco.
Para nosotros, también la identidad es histórica, es decir, va “siendo”; un pueblo y una sociedad se transforman y evolucionan, no solamente en términos políticos, sino también en términos sociales, económicos y culturales, inclusive, sus bases antropológicas originales son transformadas profundamente, como por ejemplo, en el mito americano, tan difundido, del indio o indígena sometido a un reduccionismo y a una simplificación totalmente anticientífica. Para empezar él también es un “extranjero” en tierras americanas, aunque sea una “extranjería” de miles de años. Después está su heterogeneidad lingüística, cultural y societaria además de sus diversos grados evolutivos. Igual pasa con la simplificación de los“africanos” avecindados a la fuerza en tierras americanas apenas hace tres siglos. Igual sucede con los“europeos”, diversos y distintos. De allí que el concepto de las “tres raíces” y de la “raza cósmica” es una tontería o manipulación, por decir lo menos.
Los pueblos van “siendo” aunque tengan la tendencia a aferrarse a tradiciones y costumbres, usos y creencias, que pueden durar siglos y milenios.
La cultura y la civilización, se asumen, la primera, en su sentido material e inmaterial y la segunda, entendida fundamentalmente, como la evolución tecnocientífica sin los referentes obligados de una sociedad que en la modernidad, se define casi exclusivamente como Pueblo-País y Estado-Nación. Para efectos de este trabajo vamos a hablar de la sociedad venezolana y de algunos aspectos de la “cultura nacional”.
Nuestro país forma parte, como es lógico, de un proceso histórico mucho más vasto que incluye a todo el continente americano y en particular la parte caribe, andina y sudamericana de dicho continente. Necesariamente hay que relacionarlo con Europa y África y en un sentido más global, con el mundo entero, ya que a partir del siglo XVI se inaugura una “ecúmene” universal, definida e identificada por algunos autores como “economía-mundo”. En los últimos tiempos, es la “globalización” o “mundialización” lo que nos define y Venezuela existe, por consiguiente, en lo local o regional pero también en lo universal.
El tema de la identidad cultural nos obliga a una “visión” histórica pluricultural y multi abarcante; algunos antropólogos dirían que somos “uno y múltiple”. Formamos parte del gran mestizaje indo-americano o hispano-luso-americano de los últimos 500 años o como se prefiere decir en los últimos 100 años: América Latina, una categoría fundamentalmente geo-política.
En América Latina el tema de la “identidad”, entre nuestros intelectuales, ha sido permanente y recurrente, en algunos casos, como búsqueda y evasión o bien, como compromiso.
La discusión política e ideológica, de una u otra manera, termina girando en torno al tema de la identidad; desde la“independencia” hasta nuestros días, y particularmente en los últimos tiempos en Venezuela, se ha convertido en centro de una polémica histórico-político, alimentada desde el poder, en un afán revisionista y legitimador del mismo.
Abordar intelectualmente la “identidad” es perderse y posiblemente extraviarse en nuestra subjetividad e intereses y así ha sido desde los primeros viajeros, exploradores y evangelizadores que acompañaron la llamada “conquista y colonización de América”. El propioColón sucumbe a esta tentación y cree haber llegado a las“Indias Occidentales”. Posteriormente intuye un nuevo Continente, pero lo asimila al mito del paraíso terrenal.
En esta cadena de equívocos iniciales y a medida que los europeos recorren y “descubren” el continente, lo van asimilando al mito de la “Atlántida” o la “última Thule”.Américo Vespucci no cayó en este tipo de error y vio lo que tenía que ver, aunque un cartógrafo despistado le dio su nombre al Continente, identificándolo como Orbe Novo o Nuevo Mundo. “En una perspectiva eurocéntrica, conquistadores y cronistas, fueron nuestros primeros fabuladores, se escamoteó la realidad indígena y se inventó el mito del Nuevo Mundo” (Lombardi, Ángel. “Sobre la Identidad y la Unidad Latinoamericana”, Academia de la Historia. Caracas (1989) Pág. 20.
En los siglos subsiguientes, XVII, XVIII y XIX, fueron los viajeros y naturalistas y algunos filósofos, quienes vinculan a este Continente, no ya con algunos mitos de la antigüedad sino con los mitos renacentistas de la sociedad o república ideal, en particular con la idea de utopía, como una especie de escape o evasión hacia adelante. Después vino la emancipación política con sus ideólogos negadores de la herencia hispana y el entronque o filiación con los movimientos revolucionarios de Inglaterra, Francia, Europa en general y los Estados Unidos.
Frente al desorden y anarquía, violencia, inestabilidad y atraso de casi todos nuestros países en el siglo XIX y XX, surge un grupo de pensadores, que desarrollan una visión “pesimista” de nuestra realidad e identidad; particularmente influyentes en todo el pensamiento latinoamericano, fueron las tesis de D.F. Sarmiento, C.O. Bunge, A. Arguedas, J. Ingenieros, S. Ramos, J.B. Alberdi, G. Freyre, E. Martínez Estrada, H. Murena, O. Paz y algunos otros, tendencia “pesimista” que continua hasta nuestros días y que nuestroAugusto Mijares le salió al paso con un libro emblemático: “La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana” (1952).
En este contexto y en esta tendencia se inscriben muchas preguntas y respuestas sobre nuestro ”ser nacional” que terminó configurando toda una ideología del desencanto, frustración y desolación y que afectó a muchos de nuestros intelectuales y políticos y a algunos integrantes de nuestras “élites”. Fue el famoso “exilio interior” de algunos; el “finis patriae” de otros y el suicidio de algunos de nuestros mejores escritores.
En algunos casos, esta problemática o visión negativa de nuestro “ser nacional” ya no era una visión ontológica o metafísica como una especie de fatalismo o destino nacional sino la identificación de causas históricas concretas que eran limitaciones objetivas, pero que debían y podían ser superadas. Otra tendencia, como respuesta a lo anterior, se afirma sobre una visión “optimista” del país y unas “cualidades” que el “pueblo” poseía.
Extranjerizantes “unos”; “criollistas” otros; en el fondo, fue una dialéctica (tesis-antítesis) que a nuestro juicio, todavía no ha producido la “síntesis” necesaria, que nos permita reconocernos como un colectivo nacional, con “virtudes” y “defectos”, como es lógico pensar que tenemos, y que nos permita elaborar un proyecto político, fundamentalmente educativo y cultural, que potencie nuestras virtudes y disminuya o neutralice nuestros defectos. Ningún pueblo se suicida y ninguna sociedad se niega a avanzar y a progresar; Venezuela y los venezolanos no somos la excepción.
Antropológica y culturalmente tenemos rasgos propios y definitorios así como tenemos una lengua española castellana compartida con otros pueblos, pero que se particulariza en un “habla venezolana” que el lingüista Ángel Rosemblat, entre otros, ayudó a definir, especialmente en ese delicioso e importante libro: “Buenas y malas palabras”. Andrés Bello se ocupó, con su gramática, en “fijar” una lengua española común en el continente hispano-americano que hoy nos permite entendernos y comunicarnos directamente sin menoscabo de las modalidades locales, regionales y nacionales, que enriquecen y dinamizan nuestra lengua común. En Venezuela es “sabroso” oír hablar a nuestros andinos, orientales, capitalinos, “maracuchos”, etc., en una lengua común y diferente al mismo tiempo, mientras las familias y la escuela en general se siguen empeñando en enseñarnos a todos “el bien hablar” así como la buena educación y en general la “civilidad” necesaria a toda sociedad moderna. Con todo lo anterior no podemos negar aspectos de nuestra cultura y conductas individuales y colectivas impropias e inconvenientes que estamos obligados a evitar y corregir.
Algunos autores, por ejemplo, identifican rasgos que vienen de la Venezuela rural, inconvenientes para la vida social moderna: conductas “nepóticas”, “clánicas” o “tribales” que se trasladan al mundo social, económico y político. El famoso “compadrazgo” rural, en algunos casos, cumplía funciones de cohesión
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