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Abril Rojo


Enviado por   •  21 de Noviembre de 2013  •  1.904 Palabras (8 Páginas)  •  1.077 Visitas

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El fiscal y los muertos

Santiago Roncagliolo. Abril rojo. Lima: Alfaguara, 2006, 329 pp.

El descubrimiento de un cadáver carbonizado en un granero de la comunidad andina de Quinua lleva al fiscal Félix Chacaltana Saldívar tras una serie de asesinatos que parecen coincidir con fiestas o períodos rituales específicos de la multitudinaria celebración de la Semana Santa en Ayacucho. Aunque nativo de la ciudad serrana, Chacaltana tuvo toda su educación en Lima y ahí consiguió el título de abogado y la carrera profesional, con que para descifrar la idiosincrasia de los indios y aun de los lugareños de Ayacucho tiene limitaciones culturales semejantes a las de los militares que controlan oficiosamente la llamada "zona de emergencia", y ambos factores -la distancia cultural y el control militar- son fuertes limitaciones para su investigación. Primero por su celo en los procedimientos jurídicos y luego por una necesidad íntima de verdad, Chacaltana emprenderá averiguaciones que lidiarán con la bien orquestada ineficacia crónica de la institucionalidad peruana en provincias y con la inocultable realidad de que la pacificación en Ayacucho es una farsa conveniente para las partes, apenas un episodio transitorio dentro de una secuela inacabable de violencia y muerte tal vez pactada desde el inicio de la historia.

El policial

La novela de Santiago Roncagliolo es, naturalmente, un thriller policial pero también una ficción política sobre los veinte años de guerra interna que atravesó el Perú en su pasado reciente. Como policial tiene antecedentes claves en las novelas menores de Vargas Llosa, ¿Quién mató a Palomino Molero? y Lituma en los Andes. Como los protagonistas de ambas historias, el teniente Silva y el sargento Lituma, Chacaltana está en tierra de extraños; como Silva, lidia con unos fueros militares de hondura inexpugnable; como Lituma, no entiende la conducta secretamente beligerante -la pasividad agresiva- de los inexplicables lugareños. Al igual que el personaje fetiche de Vargas Llosa, requiere de un informante para adquirir sus conocimientos más firmes sobre las tradiciones locales: el padre Quiroz de Abril rojo es el antropólogo holandés Paul Stirmsson de Lituma. Pero la influencia de Vargas Llosa resulta aún más notable en la caracterización del propio Chacaltana y en la efectividad de la prosa de Roncagliolo. Es una escritura expurgada de lo accesorio para que todo dato sea parte de una acción necesaria e incluso trepidante y Chacaltana inicia la novela -y continúa siéndolo por casi la mitad de ella- como alter ego civil y jurídico de Pantaleón Pantoja, el entrañable protagonista de Pantaleón y las visitadoras. Como el capitán Pantoja, Chacaltana es un fanático de su trabajo, un memorizador y devoto de los códigos, reglamentos y procedimientos, un hombre que interpreta el mundo desde el marco férreo y exacto de la institucionalidad que representa para él la fiscalía y el Estado Peruano (al igual que Pantoja, escribe informes pormenorizados). Este credo profesional, de modo natural, iniciará su conflicto con los militares que manejan la región según sus ocurrencias y la lógica del encubrimiento de sus crímenes durante la guerra interna. Aunque ello pinte a Chacaltana como un dechado de virtudes, no lo es; monomaníaco secreto, practica un fetichismo enfermizo por su difunta madre, cuya habitación ha recreado y con cuyos vistosos vestidos conversa todas las noches. Es también un Pereira, el periodista protagonista de Sostiene Pereira, la novela política de Antonio Tabucchi, quien conversaba con el retrato de su esposa muerta hacia años y, sin duda, en Abril Rojo existen guiños -sobre todo por el legalismo inicial- a otra novela de Tabucchi, política y policial, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro.

Sin embargo, tal imbricación de referentes en una acrisolada fluidez narrativa, atravesada de episodios de genuino suspenso -la noche en el pueblo de Yawarmayo, la procesión de la Virgen Dolorosa en medio de una multitud sobrecogedora- compiten contra la naturaleza del thriller mismo, suerte de vorágine en la que el miedo, el espanto y el hallazgo de la verdad progresan en intensidad creciente hasta convertirse en una única marejada avasalladora, en una luz abominable que nadie puede evitar mirar de frente. Ello no ocurre en Abril rojo, cuyo asesino es inverosímil y difícilmente asimilable al enunciador de los delirios maniáticos que se intercalan periódicamente en el desarrollo de la novela. Aquí, la aparición del asesino no es un pico de intensidad y pathos de limpieza inigualable. Es, más bien, la materialización de un culpable que, lastimosamente, no requería de los vericuetos de la peripecia de la trama y cuya identidad no añade ninguna dimensión nueva a los rostros del pánico anteriormente esgrimidos en la novela, y -si uno se limita a descartar sospechosos desde su primera página y obviar sus animados meandros (como hacen casi todos los fanáticos del thriller)

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se obtiene casi por descarte. Es un asesino que no puede ser el loco murmurante y carnicero infatigable porque nada en él nos habla del deterioro de su inteligencia o de su sensibilidad. Pero, sin duda, era el tipo más malvado de la novela. Más bien, el duelo verbal del culpable con el detective -pieza clave del thriller- se esfuerza por exhibir al criminal, antes que demente como excesivamente lúcido y pesimista, incluso cruel, pero, visto el país de Abril rojo, nada desatinado; Roncagliolo busca investir a su asesino de las facultades perturbadoras de un Hannibal Lecter - de hecho, la temperatura espiritual de El silencio de los Inocentes aletea en un interrogatorio de Chacaltana a un maquiavélico preso por terrorismo,-pero el ataque psicológico al fiscal no convence porque es una dimensión sin ningún asidero en la personalidad previa del culpable y porque el recuerdo de la infancia desastrosa de Chacaltana que se busca

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