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CONCIENCIA DE LENGUAJE

AFDSDA6 de Septiembre de 2014

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WWW.YOLO.COMomás Carrasquifia, su autor, encabeza la lista de un grupo de novelistas antioqueños que, en las décadas finales del siglo XIX y primeras del XX, hicieron florecer la narrativa por canales diferentes a los acostumbrados en las letras nacionales, que giraban alrededor de la tradición bogotana. Esta «Escuela antioqueña», como la llama Eduardo Pachón Padilla, cuenta además con figuras como Eduardo Zuleta, Samuel Velázquez, Francisco de Paula Rendón, Marco Antonio Jaramifio, Gabriel Latorre, Camilo Botero Guerra y los cuentistas Efe Gómez, Jesús del Corral, Alfonso Castro y Julio Posada. Explica Pachón Padilla que «si comparamos la escuela santafereña (bogotana) con la antioqueña, es indudable que la segunda fue más original, más autóctono, más auténtica y tenia más que decir»1.

Carrasquifia nació en Santo Domingo en 1858 y murió en Medellín en 1940. Inició estudios de derecho en Medellín, pero se vio obligado a suspenderlos por causa de la guerra de 1876. Por un tiempo fue juez municipal en su pueblo natal y luego almacenista en una mina de oro en el pueblo de Argelia. En 1936 recibió el premio Vergara y Vergara por su obra hace tiempos2. Escribió más de diez novelas y multitud de cuentos, algunos de los cuales se consideran clásicos de la literatura colombiana, en especial el titulado «En la diestra de Dios Padre». En el nivel nacional su obra ha sido poco apreciada, pues se la ha tachado peyorativamente de regionalista y costumbrista. Y aunque recibió elogios de figuras como José María Pereda, julio Cejador y Frauca y Federico de Onís, fue sólo a partir de la década de 1950, gracias a los trabajos del erudito canadiense Kurt L. Levy que su nombre recibió cierto reconocimiento internacional.

CONCIENCIA DE LENGUAJE

Al acercarnos a la obra de Tomás Carrasquilla3, lo que mas llama la atención es su aguda conciencia sobre el lenguaje, que se impone aun con riesgo de oscurecer el esplendor de la ficción novelesca.

Esta conciencia sobre el lenguaje se expresa no sólo en su narrativa sino también en sus ensayos. En un articulo titulado «Herejías», Carrasquilla define la novela (en general) como «un pedazo de vida reflejado en un escrito por un corazón y una cabeza» (p.15)4. Agrega que para lograrlo nada mejor que la expresión propia del personaje a través de sus conversaciones: «El diálogo (escrito) debe ajustarse rigurosamente al hablado. La palabra da a conocer al individuo y a la colectividad. La palabra es el verbo, el alma de las personas. No debe cambiarse por otra más correcta ni más elegante, porque entonces se quita al personaje la nota más precisa, más genuina de su personalidad» (p.25) (énfasis agregado).

Esta fidelidad al habla lleva a Carrasquilla a conculcar en el texto escrito los preceptos gramaticales, representando inclusive sintaxis diferentes a la oficial. El único criterio que respeta es el de que las frases escritas se correspondan con las emitidas por una persona de carne y hueso, en un lugar específico y en una circunstancia determinada. De sus apreciaciones se desprende, además, la intima relación que puede establecerse entre las formas del habla y la identidad, tanto individual como colectiva. Frutos de mi tierra es un buen ejemplo de la práctica de estas convicciones.

EL ASUNTO

El asunto de la novela no tiene mayor trascendencia: compuesto por dos historias paralelas, que sólo en contadas ocasiones se tocan, reflejan formas de habla, tipos humanos, usos y costumbres de un buen sector de la ciudad de Medellín, en la segunda mitad del siglo XIX.

De un lado está la familia Alzate, representada por Agusto (forma oral de Augusto), Filomena, Mina (Belarmina) y Nieves, hermanos entre si y de origen humilde. Al quedar huérfanos, Agusto y Filomena despliegan tal actividad como comerciantes y

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