Cartas A Un Joven Ingeniero
rauna62329 de Marzo de 2014
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Advertencia
La serie de cartas que componen este libro fue originalmente pergeñada por el
autor para su hija Verónica, hoy ingeniera mecánica electricista de la facultad de
ingeniería de la UNAM.
Al decidir su publicación, cabía la posibilidad de adecuar la redacción el titulo
elegido, o titularlas Cartas a una joven ingeniera. Se optó por mantener el titulo en
masculino y la destinataria en femenino –aunque no a la manera de Flaubert, que
escribía a George Sand como “Querida maestro”- a pesar de que aparentemente,
haya una incongruencia. Se trato así de conservar la naturalidad de las misivas y, al
mismo tiempo, de ofrecer los mensajes que contienen a todos quienes, sin
distinción de género, busquen en la ingeniería el camino de su dedicación
profesional.
El deseo de quién esto escribe, es el de que a los jóvenes que pretendan dedicarse
a esta carrera profesional, igualmente apta para hombres y mujeres – aunque ellas
hayan conquistado su “igualdad ingenieril” solo recientemente-, les sean útiles las
experiencias y opiniones de quien ha gozado esta profesión por mas de cuatro
décadas.
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Carta I
Sobre la verdadera vocación
Querida Vero:
Tu decisión de estudiar ingeniería, que me has comunicado con esa cara alegre y
satisfecha con que siempre expresas lo que supones me ha de llenar de júbilo, me
lleva a algunas reflexiones que plasmo en una carta, siguiendo aquella vieja y
maravillosa costumbre de la comunicación epistolar, tan disminuida por los
adelantos tecnológicos, pero aún no superada ni en sus características de cosa
muy personal y de objeto afectivo y privado, y que tanto nos uniera cuando tú, muy
menor, fuiste a estudiar fuera del país.
La primera de mis reflexiones toca un aspecto delicado e importante, fundamental
te diría, que es el de tu vocación para la profesión que has elegido; superado éste, y
ratificada en su caso tu decisión, podríamos iniciar un diálogo que nos permitiera
ahondar tanto en los grandes asuntos de la profesión como, desde luego, en los
detalles que le dan sentido y contenido a la vida profesional.
Quiero expresarte que estaré satisfecho, encantado, si seleccionas la actividad
profesional que te ofrezca la posibilidad de realizarte a plenitud; la que sea, la que
te permita colmar tus expectativas, la que te dé la oportunidad de gozar en su
realización, de buscar con el ánimo del descubridor caminos nuevos y retos de
altura; la que te abra el horizonte de todos los anhelos y garantice a tu dedicación la
proscripción del tedio; la que te entregue, en suma, al desarrollo y al goce pleno de
tus facultades. Esa es la llave para que seas una profesional de excelencia, meta
que debe tener toda persona que aspira a un título.
Lamentablemente, no siempre ocurre que se analicen con cuidado las aristas de un
asunto tan especial como es decidir a qué te vas a dedicar profesionalmente el
resto de tus días. Y no sólo eso: a menudo el momento de la elección esta señalado
con mensajes inciertos, con restricciones innecesarias, con desinformación o con
información insuficiente, o incluso con normas, costumbres y tradiciones que
coartan la libertad.
Hace no mucho las familias mexicanas aspiraban a contar entre sus miembros a un
militar, a un medico y a un sacerdote –siempre hablado de los hijos varones, ya que
las mujeres estaban claramente limitadas a atender el hogar, cuando no a
consagrarse a Dios-. Hoy, aunque se han modificado tales patrones, no hemos
superado del todo esa consideración ancestral y, con otros matices pero con
criterios muy semejantes, continuamos “orientando” o tratando de orientar a
nuestros hijos por los senderos que –a menudo sin siquiera comentarlo con ellosjuzgamos
más seguros, más dignos o más rentables.
Todos conocemos al padre que exige a su hijo. Quien pretende ser torero,
futbolista, violinista o pintor, que antes de dedicarse a “eso”, le traiga su título de
arquitecto o de doctor. Y conocemos también al licenciado, al ingeniero, al medico o
al odontólogo que estudiaron sin vocación, lanzados a esas profesiones sólo
porque en su familia, durante generaciones, alguien las ha estudiado o porque lo
hicieron su padre o su madre, a quienes admiran o creen que admiran en lo
profesional. También conocemos a quienes se dedican a cosa diferente a la que
estudiaron o, peor aún, se mecen en la hamaca de la mediocridad profesional y
lamentan con amargura su mala elección.
Yo sé querida Vero, que tu has demostrado en todo instante firmeza en tus
decisiones y carácter, pero considero necesario en este momento preciso-nunca
estará de más- subrayar la importancia de acogerte, sin cortapisa alguna y
únicamente, a tu albedrío; deshazte de toda atadura, no tomes en consideración, de
ninguna manera ni con ningún matiz, si a tus padres o a persona distinta de ti les
gustaría que fueras una cosa o la otra. Escucha, pide opiniones, pero que al final
sean sólo tus intereses, tus gustos, tus aspiraciones, tus habilidades, tu
sensibilidad, tu vocación, los que definan tu decisión. Así lograrás también hacer
felices a quienes quieres y ser útil a la sociedad en la que vives.
Siempre he pensado que para poder darse con generosidad –que es uno de los
mayores goces en la vida- es necesario ser un tanto egoístas. No se puede hacer
feliz a los demás si en lo personal no se es feliz, como tampoco se puede ser feliz
sin darse generosamente a los demás. Y la actividad profesional es muy
probablemente, si se ha elegido bien y por lo tanto se desempeña con gusto, con
pasión y con emoción, el mejor vehículo para darse a los demás; y no sólo a “los
demás” cercanos y conocidos, sino también a quienes, lejos de nuestra vista o de
nuestros afectos, resultan beneficiarios de una profesión bien atendida.
Dedícale un momento de reflexión a estas palabras que te escribo con la intención
de invitarte, antes de emprender la maravillosa aventura de la formación
profesional, a un último examen de conciencia sobre la realidad de tu vocación;
nunca será tiempo perdido y te servirá, además de para reafirmar o reorientar tu
selección, para iniciar el transito vital, infinito, apasionante y esencial que los
filósofos de la antigüedad proponían –persuadidos de que tal es la base de la
sabiduría y la primera de todas las ciencias- en la inscripción “Conócete a ti
mismo” que hicieron grabar en el frontispicio del Templo de Delfos-Lasalle escribía
en 1873, en El generalato. O de la educación, de la instrucción, de los
conocimientos y de las virtudes necesarias:
Aquellos hombres sensatos habían conservado con razón, en el primer plano, ese
conocimiento esencial e indispensable para conocer al resto los hombres, lo que
resulta insoslayable para acometer cualquier acción trascendente. Estudiar a los
otros y observar lo que hacen; preguntarse lo que en su lugar nosotros haríamos,
interrogarnos a solas en el fondo de nuestras cavilaciones, llegando al fin a lo más
íntimo del corazón; allí, el individuo, separado de los demás, exento de la influencia
del amor propio, logra descubrirse tal como es.
Naturalmente que tu análisis, oteador de futuros, presenta el reto de múltiples
incertidumbres –única certidumbre, por cierto, que hoy tenemos-. Muchas
preguntas se agolpan en la mente de la juventud cuando debe imaginar horizontes
de amplio espectro y de largo plazo y al mismo tiempo escudriñar los rincones más
profundos del propio ser.
A cada pregunta surgirán muchas más, y a mayor profundidad en el análisis,
brotarán nuevas dudas, nuevas inquietudes, pero también nuevas expectativas.
Curiosamente, te garantizo, cada nueva pregunta que te hagas te hará más segura;
aunque no tengas todas las respuestas habrás abierto nuevas ventanas, entrará
más luz, se habrá ampliado tu horizonte, y principalmente, desaparecerá el miedo –
siempre en todos presente- a preguntarte cosas trascendentes, y adquirirás la
necesaria confianza de inquirirte, de buscar, de decidir.
El aprendizaje se logra con base en muchas preguntas y de una que otra respuesta,
de búsqueda más que de descubrimientos, de dudas más que de acatamiento.
No quisiera alargarme demasiado en este primer envío, del que deducirás mi
profundo interés en que aciertes. Pero antes de dar por concluida esta carta, debo
aclararte que mi insistencia en tu reflexión no la inspira ni la duda en tu decisión
original, ni la sombra de una idea personal sobre un camino distinto para ti.
(Reitero, esto es asunto únicamente de tu albedrío.) Surge de una cierta
deformación profesional del ingeniero – que persiste en mis hábitos, incluso
familiares-, que pide una última revisión del cálculo de la estructura antes de firmar
la responsiva, para garantizar que el edificio se mantendrá en pie
independientemente de la magnitud de los sismos que lo sacudan,
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