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Cronicas del sudor ajeno


Enviado por   •  21 de Junio de 2022  •  Apuntes  •  1.924 Palabras (8 Páginas)  •  116 Visitas

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Crónica del sudor ajeno. Una acción de Santiago Sierra

Cuauhtémoc Medina

"Muro de una Galería arrancado para ser inclinado a 60 grados del suelo por cinco personas". Santiago Sierra, Acceso A, Ciudad de México, jueves 4 de mayo del 2000

19:30 hrs. Apurado, llego a la galería temiendo que los obreros ya hubieran tumbado el muro, pero estoy de suerte: han topado con cables eléctricos, así que se entretienen en cortar y aislarlos. Hay varios trozos de tablarroca en el piso, y sobre éstos un martillo iluminado casualmente como si fuera una escultura. Es el año 2000 y todo lo estetizamos. La tarde cae por la ventana, bañada con una luz azul.
En un rincón, Santiago Sierra contesta las preguntas impertinentes de la prensa: "¿Qué deberían hacer los gobiernos respecto de la miseria?". "¿Qué alternativa tiene la gente pobre que no sea robar y matar?". Lo curioso es que la periodista apaga su grabadora, y se va sin siquiera esperar a que empiece la acción.

19:45 Los cinco cargadores desprenden el muro de tablarroca, y lo corren cuestión de medio metro fuera de la pared para evitar una columna. Entonces, lo dejan venir sobre sus cabezas, bajándolo hasta lograr la inclinación requerida. A todo lo largo de ese proceso los ahoga un diluvio de flashes, que los trabajadores reciben estoicos pero sorprendidos. Santiago Sierra les da órdenes con un cigarrillo en la boca: "Cuatro sostienen la pared, y el quinto toma el puesto de quien se canse o quiera ir al baño". Sin pensarlo más, el trabajador que está libre saca un alambre e intenta amarrar el muro de una viga en el techo. Sierra se lo impide sin dar mayores explicaciones y verifica e que sea correcta la inclinación.

20:11 Obviamente, los obreros no podrán sostener el muro durante cuatro horas a mano limpia: siguen batallando para mantenerlo apenas estable. Finalmente, toman una de las escaleras de mano y la ponen como contrafuerte. Sierra no interviene, quizá porque, a fin de cuentas, la escalera tiene que ser detenida por uno de los operarios. Los cargadores ríen entre ellos pero, curiosamente, cada cierto tiempo ellos mismos verifican que la inclinación del muro sea la correcta. Me doy cuenta que usar la escalera no fue una forma de rebelión. Todo lo contrario, les permite llevar a cabo su "trabajo" con toda precisión.
Apenas parece que los operarios han encontrado su rutina, Sierra se retira de la galería. Los trabajadores harán su tarea sin un director.

20:27 ¡Eureka! La escalera les permite trabajar de tres en tres, mientras dos descansan. El público (finalmente, ésta es una galería de arte) mira con fingida displicencia. Un camarógrafo repta a los pies de los cargadores para tomarlos desde abajo, y por un instante los imagino dejándole caer la pared sobre la cara.
¿Cuál es la imagen que me viene a la memoria? ¿Los hindúes fundamentalistas derribando la mezquita de Ayodhya en 1992? Pero al lado opuesto del muro lo que aparece es una estructura primaria minimalista: un plano blanco y limpio, inclinado casi a la manera de un Richard Serra. Con más precisión, uno describiría el efecto "escultórico" del conjunto como cercano al repertorio de Robert Morris. La pieza, con todo y su despliegue de musculatura masculina, es un desarrollo heterodoxo de Site (1965), donde Morris maniobraba hojas de triplay ante Carolee Schneeman posando como la Olimpia de Manet. Los fragmentos en el suelo remiten también a los ejercicios de anti-forma de Morris de fines de los sesentas. Pero aquí el "escultor" no finge ser un obrero, sino que es un asalariado real.

20:45 Me distraigo con sucesos nimios: una polilla que entra por la ventana, los zapatos monstruosos de una chica vestida de gala que cruzan su empeine con una especie de diadema de escamas verdes de plástico. Uno de los cargadores recarga la pared en un hombro y por primera vez confronta al espectador. Por supuesto, nuestra circunstancia es del todo inapropiada: un voyeaurismo de clase que participa en una estructura de denigración recíproca fundada en el mutuo desconocimiento. Nadie habla con los trabajadores. El público mira un rato y luego forma grupitos para hablar de los chismes de sus cenas, el último capítulo de la telenovela, otras exposiciones e incluso de política electoral.
Uno de los obreros recarga la pared en su hombro derecho, enciende un cigarrillo y murmura hacia su compañero: "Llevamos nada más una hora."

21.00 Yo supuse que la paga era medianamente atractiva, pero Montserrat Albores, quien está a cargo de la galería, me saca de mi error. Los cargadores repetirán la acción un total de cinco veces, y cada vez cobrarán ciento diez pesos, algo así como once dólares. Ni duda que los ciento diez pesos son más del doble del salario mínimo en México, pero tampoco se trata de un ingreso extraordinario. Sólo por hoy, y por ser de noche, les darán ciento cincuenta pesos extra. Así es que, en total, cobrarán setecientos pesos (como setenta y cinco dólares) por veinte horas de estar cargando una desgraciada pared. Es el alquiler de un cuartucho en una zona pobre de la Ciudad de México.
Entiendo que la integridad de la pieza demanda no pagar más allá del estándar salarial o de lo que pide el operario y, sin embargo, aliviaría la conciencia.
La brutalidad de la obra de Sierra consiste en ilustrar desde adentro el mecanismo de la coacción económica, la mercantilización del tiempo industrial, y la de la jerarquía de clases bajo el capitalismo. Reproduce en escala, pero con toda obscenidad, la explotación del obrero manual en los sweat shops en México, Tailandia o India, pero también la cesión monetaria de voluntad que un sicario brasileño ganaría al cobrar treinta o cuarenta dólares por acuchillar a nuestros enemigos. Lo incómodo de la situación que se genera en estas acciones viene de exponernos al espectáculo de un juego mercenario donde resulta posible, como ocurrió en diciembre de 1999 en la Habana, que seis tipos de clases bajas vendan al artista, el derecho de tatuarles una línea horizontal a mitad de la espalda. Es una especie de 
table dance sin erotismo.
Me viene a la cabeza la tajante frase de Adorno: "no se puede representar el modo de producción." Y en efecto, aquí lo que se representa es la relación salarial, pero no el proceso de acumulación económica. Sierra pone el foco en la estructura de poder que proviene de la venta del tiempo de vida, pero no en el mecanismo de la producción y la ganancia. La acción es, más bien, una meditación sobre el arte como "trabajo inútil" por excelencia, esa perspectiva abierta por Bataille en su lectura de la "economía general" centrada en el consumo improductivo. El carácter anti-económico de las tareas que Sierra impone a sus asalariados también me hace pensar en el modelo keynesiano. ¿No era acaso Keynes quien recomendaba a los gobiernos, tras la crisis de 1929, contratar a los millones de desempleados para que abrieran huecos de día para luego cerrarlos de noche, a fin de generar demanda para reactivar el mercado paralizado por el crash? Sierra postula una especie de administración del despropósito, cínicamente explotadora, obscenamente clasista, y ocasionalmente racista. Resulta incómodo ver a este artista que no sólo tiene tez blanca, sino acento de Madrid, imponiendo tareas absurdas a trabajadores latinoamericanos. Lo choqueante en Sierra es que confina todo sesgo de ambigüedad a nuestros dilemas morales o políticos como observadores. Las piezas como tales no tienen ambivalencia alguna. Son decididamente brutales, descarnadas, bajas, desilusionadas, mercantilizadas, injustas, pesimistas, amargas, oportunistas, secas, inhumanas, ofensivas, anti-glamorosas y neocoloniales.

Pero durante esta acción de sostener una pared de la galería, lo que más sorprende es la autodisciplina de estos trabajadores. No pasan cinco minutos sin que alguno ponga la escuadra en el suelo y corrija la inclinación del muro. Toman una orden insensata como si algo dependiera de ella: insisten en mantener la pared en un ángulo de 60 grados con respecto del suelo, cuando seguramente 65 o 70 grados implicarían un poco menos de peso sobre sus brazos. Pienso en el audaz cinismo de Lyotard, al hablar de la contribución de los obreros del siglo XIX en ampliar la capacidad de resistencia física y psicológica de los seres humanos, al aprender a tolerar condiciones de una vida cada vez más intolerables. Quizá Sierra simplemente nos presenta una ilustración del poder masoquista del autocontrol de productor contemporáneo. Quizá el tema sea el hechizo de autorregulación que mantiene en pie el orden social.

21.20 Me equivoqué con respecto de la periodista. Ha vuelto acompañada de quien parece su marido. No viene de trabajo: la acción ha de haberle producido una gran curiosidad y no podía perdérsela.

21.30 Tomo una foto más y me decido a hablar con los operarios. Se ríen de la acción y me preguntan "¿Para qué hacemos esto?, ¿por qué tantas horas?". Ellos se dedican a poner y quitar muros, pero nunca tuvieron que cargar una pared durante tanto tiempo. Les explico que el artista los utiliza para hacer una escultura, y que por eso les han estado tomando video y fotografías. Ríen, pero no exageradamente: no se ocupan de inmediato sobre si esto es o no arte, sino que les preocupa la posibilidad de aparecer en el periódico y ser reconocidos. Temen las burlas de sus compañeros del taller. "¿No que eras carpintero...?". Luego bromean como si lo que estuvieran haciendo fuera una penitencia: "Diosito, diosito, ya no pecaremos más
." El hielo está roto y los obreros charlan con algunos otros miembros del público. Un tipo vestido de traje se anima a leerles en voz alta fragmentos del volante que Santiago Sierra imprimió:

Esta operación supone la aplicación de una actividad laboral no necesaria, e incluso ajena en sus métodos a los usos laborales más comunes. El empleo de personas en una labor que sería solucionada con algún tipo de contrafuerte atenta contra la lógica del menor esfuerzo laboral como hacia los criterios de economía empresarial. [...] Desde el punto de vista del trabajador no existe la diferencia entre la utilidad o inutilidad de sus esfuerzos mientras su tiempo sea remunerado.

El visitante exclama: "¡Pero si ni yo lo entiendo!" Una mujer que lo acompaña se anima a (mal)interpretarle:
"Es un ataque contra la idea del progreso..."

21.54 Sierra se ha ausentado casi desde que empezó la acción, por ende, es la directora de la galería quien toma la determinación de dar término a la pieza. Quizá la tortura ha sido demasiada, los trabajadores se quejan más a menudo, pero también sucede que la galerista se confunde al hacer los cálculos, pensando que ya han transcurrido más de tres horas. No necesita repetir la indicación. Bajar la pared al suelo es el mayor momento de peligro. El muro se resbala y casi cae sobre los cargadores y sobre nosotros. Pero, por fin, Diego, Juan, Jesús, Marco Antonio y Pedro se retiran, luego de recibir un tibio aplauso y un sobre con dinero.
El más joven, Marco Antonio, me dice con un tono burlón y exacto: "¿Conque se trataba de que 
cinco idiotas cargaran el muro? Bueno, cinco 'personas'."
Minutos más tarde, Sierra vuelve. Se ha ausentado durante casi todo el desarrollo de la pieza. Me explica: "Una cosa es planear la acción, otra cosa es hacer que la gente lleve a cabo las instrucciones. Me da mal rollo verlos." Este es un verdugo que cierra los ojos al bajar el hacha. El muro queda descansando sobre los escombros, quebrándose por la mitad. De nuevo un Robert Morris espontáneo: una estructura anti-forma. Son casi las diez de la noche.

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