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Cuentos Infalntiles

kingblue121 de Marzo de 2013

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Érase una vez en un lejano mundo que ni siquiera los más viejos recuerdan como se llamaba, que vivía en un estanque una pequeñarana verde…

El estanque estaba en un bosque y era pequeño, un árbol muy grande hundía su tronco en sus aguas, y a su alrededor, helechos, y pequeños arbustos tapaban alguna flor de loto que tímida desplegaba sus pétalos al sol. Sobre el agua los nenúfares de día daban luz al pardo color del agua, y tras el crepúsculo, las flores de los nenúfares de noche saludaban coquetas a las estrellas.

Vivían también allí, ratones curiosos, peces de colores, y algún lagarto escurridizo, algunas veces animales más grandes venían a beber, zorros pícaros, tristes lobos solitarios, y hasta algún cervatillo, bien vigilado por la siempre atenta mirada de mamá cierva.

Los pájaros del bosque alborotaban con sus cantos y revoloteaban juguetones sobre el agua.

La pequeña rana verde, era muy feliz en su estanque, le gustaba ponerse al sol sobre los nenúfares de día y cantaba, es decir, croaba, que es como se le dice al canto de las ranas. Por la noche y de un salto se metía entre unas piedras y dormía soñando con la luna.

Nunca había visto la luna, se acostaba muy pronto y tenía tanto sueño que cuando la luna salía, la pequeña rana verde ya estaba dormida… había oído hablar de ella, los peces y los conejos decían que era de plata, que a veces se reía, otras veces decían que era redonda y gorda, y todos coincidían que era misteriosa y siempre cambiaba, un gato montés le dijo una vez a la ranita, que todos los meses y durante una noche, desaparecía del cielo, y que nadie sabía donde iba.

La pequeña rana verde, soñaba con la luna todas las noches, pero nunca la había visto…sólo la imaginaba muy bella.

Las mañanas de primavera en el estanque se llenaban de vida, el rocío de la noche sobre las hojas refrescaba a los lagartos que se tendían muy quietos al sol y daba brillo al loto y a las piedras de alrededor, esa mañana, la pequeña rana verde estaba cantando sobre la flor del nenúfar y vio caer del árbol grande algo sobre el agua. Se acercó para mirar con más atención… de repente un extraño animal sacó la cabeza del agua, y nadó hasta la flor donde estaba la ranita.

Uf…¡que caída más tonta!

La pequeña rana verde estaba sombrada, era el animal más extraño que había visto nunca. Tenía el cuerpo muy largo y muchas patas pequeñas sobre las que andaba con dificultad, en realidad le pareció que andaba sobre la barriga, la piel parecía muy suave

y tenía muchos colores.

- Hola -dijo la ranita- ¿Quién eres?

- Hola, me llamo Mae y me acabo de caer del árbol que está ahí arriba.

- Ah!, ¿te has hecho daño?, preguntó la rana mirando hacia las ramas del viejo árbol.

- No!, menos mal que había agua aquí, y aunque no soy buena nadadora, estoy bien.

- ¡Que rara eres!, nunca había visto a nadie como tú.- dijo la pequeña rana

- Bueno – dijo Mae haciéndose la interesante- es posible que ahora te parezca rara, pero dentro de poco cambiaré.

- ¿Cambiarás?, pregunto sin entender la ranita

- Si, soy una oruga, – contestó Mae,- en un mes seré uno de los animales más bellos y nunca me volveré a caer del árbol, porque podré volar.

La pequeña rana verde, estaba asombrada, un animal que cambiará, había oído hablar de los cisnes de otros estanques, de esos animales tan elegantes y tan bellos, sabía que cuando eran jóvenes no eran muy bonitos, pero cuando crecían se convertían en los

príncipes del agua.

Quiso seguir preguntando, eso era algo nuevo para ella.

- Y volarás como los pájaros?

- Así es,- respondió Mae la oruga- Ya lo verás, en un mes volveré a verte, y me reconocerás…

- Bueno, y donde vas ahora? –preguntó la ranita_

- Debo subir al árbol de nuevo, mis cortas patas me permiten agarrarme al tronco, allí arriba está mi casa, y debo seguir comiendo hojas para poder cambiar, debo crecer. Espero no volver a caerme- Mae sonrió coqueta.

La pequeña rana verde observó a Mae alejarse y trepar el tronco, su ascensión era muy lenta, estuvo observándola horas hasta que la perdió de vista, cuando se quiso dar cuenta el sol se estaba ocultando y las sombras empezaban a reinar en la noche.

Estaba emocionada, tenía una nueva amiga, rara y un poco fea, pero simpática y coqueta, era muy emocionante, además pensaba en que significaría eso que Mae le había dicho ¿Cómo iba a cambiar?.¿Cómo podía volar, si no tenía alas?

Mientras pensaba, la noche iba cercando el estanque, y la pequeña rana verde se dio cuenta que era mucho más tarde de lo normal, el cielo había cambiado de color y se había vuelto azul oscuro, casi negro, la noche hacía que los nenúfares de día se cerraran

y se abrieran perezosos los nenúfares de noche.

Entre las ramas del gran árbol, pensó, estaría su amiga Mae, la oruga, y se imaginó que ya estaría dormida, se fijó en unos puntitos brillantes que iluminaban el firmamento, -deben ser las estrellas -, se dijo, era la primera vez que las veía.

El viento comenzó a soplar y a mover las ramas y las hojas, empezaba a hacer frío.

La ranita se disponía a saltar a sus piedras, para dormir, sin embargo algo llamó su atención, le pareció ver en el cielo una luz blanca entre las hojas que movía el viento, era una luz muy fuerte y muy blanca, saltó de nenúfar en nenúfar para situarse mejor y poder ver entre las ramas.

Cuando llegó a la orilla del estanque y se dio la vuelta, el agua brillaba, era un brillo blanco y plateado, tan fuerte que le hacía daño a los ojos. La ranita se quedó quieta, no sabía qué pasaba, el agua de su estanque se había vuelto de plata, no podía preguntarle a ninguno de sus amigos porque era tan tarde que todos estarían durmiendo, al igual que los peces, y los conejitos y los ratones de agua seguramente todos dormían.

A su alrededor no había nadie, ni siquiera el gato montés cazador de ratones, que solía merodear por las noches en busca de alguna presa. Estaba sola, pero no tenía miedo.

No podía dejar de mirar el color del agua, … el viento sopló con fuerza una vez más sobre las ramas de los árboles y cuando la pequeña rana verde miró arriba, pudo ver en el cielo, como colgando, una bola de luz blanca, tan blanca como la nieve, tan brillante como los rayos de la mañana, tan pura como la sonrisa inocente de los niños; en ese momento supo que esa gran bola redonda era la Luna.

-Así que esta es la Luna-, pensó-, la misteriosa luna, la que le habían dicho que siempre cambiaba, que a veces miraba hacia un lado y otras miraba al otro, y que siempre sonreía, ¡era la luna!, la que decían que nunca estaba quieta, la que le habían dicho que

desaparecía siempre una vez cada mes, para volver a aparecer.

Se sintió emocionada, por un momento pensó que un trozo de su brillo había caído en su estanque y se había quedado atrapado allí, pero se dio cuenta que sólo era su reflejo, como los espejos, y la pequeña rana verde que estaba quieta cerca de la orilla de su estanque sobre un nenúfar de noche, sintió la necesidad de cantar, y cantó la canción más bella que conocía, cantó las canciones que cantas las sirenas y que conquistan a los marineros, cantó para ella, para la luna, y sus ojitos se llenaron de lágrimas, era tan

bella…

Nadie se despertó, la noche era cerrada, y sólo el viento llevaba a las hojas de los árboles su canto, y la ranita lo sabía, y ese canto llegó a la luna, y ella sonrió contenta.

De repente, a lo lejos, un ruido que iba creciendo resonó en el bosque, cada vez se hacía más fuerte, y el suelo empezaba a retumbar, el ruido se acercaba y todo vibraba, la pequeña rana verde botaba sin querer sobre la flor y el agua empezaba a hacer ondas, el

viento dejó de soplar y las ramas volvieron a tapar a la luna, pero el estanque mantenía su color de plata.

El ruido era ensordecedor, la vibración también, parecía que a su alrededor el mundo fuera a estallar, y estalló, ocurrió en pocos segundos, una sombra enorme que resoplaba con fuerza se abalanzó rapidísima sobre el estanque, el agua saltó por el aire en miles de pequeñas gotas, y el reflejo de la luna se rompió como se rompen los espejos que caen al suelo.

La pequeña rana verde dejó de cantar, se quedó callada y quieta sobre su flor, temblaba… le habían quitado a su luna, alguien la había destrozado, y decidió que ese canto que le había dedicado sería el último canto que cantaría…

El caballo se detuvo junto al estanque, el sonido que producían sus cascos al chocar con el suelo, cesó, y también la vibración.

La ranita saltó sobre los nenúfares de noche en su estanque antes de plata, y se metió entre sus piedras asustada, pero no se durmió, y escuchó, y miró.

Un hombre joven descendió del caballo, vestía elegante, llevaba botas de cuero negro y una capa también negra que dejaba ver una espada en la cintura, al cabo de poco tiempo apareció de repente, como surgido de la nada otro jinete, su caballo era de un blanco inmaculado, y se detuvo justo al lado del primero, una mujer bellísima de larga cabellera negra, vestida de blanco, se acercó al caballero y le abrazó.

La ranita les miraba desde las piedras de su estanque y aunque había decidido no volver a cantar nunca, intentó hacer el menor ruido posible, estaba tan asustada…

Les vio sentarse sobre un tronco caído y conversar, le pareció ver que ella lloraba y él la consolaba con la mayor ternura imaginable, luego él la besó…

Era

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