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Diálogos Latinoamericanos Imágenes de la mujer en algunos cuentos de García Márquez

Quimekimey13 de Enero de 2015

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Diálogos Latinoamericanos

Imágenes de la mujer en algunos cuentos de

García Márquez

Mario Alonso Arango M.1

Al intentar abordar el tema de la mujer en García Márquez lo que

salta a la vista es una gran ausencia de estudios críticos específicos sobre el

tema, en general las miradas se concentran en asuntos sociohistóricos

relacionados con la historia latinoamericana y colombiana, relaciones

intertextuales, de estilo y madurez del escritor en la edificación de un arte

nacional y popular, y por supuesto, biográficos. La importancia de Cien

años de Soledad (junio de 1967), pareciera agotar los estudios sobre la

visión del autor respecto del tema, ya que se considera esta obra como una

respuesta de plena madurez y a su producción anterior como una serie de

etapas que no dan cuenta más que de este feliz proceso. Así pues, decir que

en el origen de la estirpe de los Buendía tanto como en la fundación de

Macondo son las mujeres las que ocupan un lugar central, que el modelo

femenino que propone el autor en su obra es el de Remedios la bella, el de

la mujer sin sexualidad, que gobiernan las mujeres de la talla de Úrsula

Iguarán como imagen que concentra o prefigura el enorme fracaso de un

siglo destruído por la conformidad, tiende a cerrar ese rico abánico de tipos

humanos que el narrador pone ante nuestros ojos.

Lo que si es indudable es que García Márquez toma en serio a las

mujeres haciendo de ellas personajes centrales, restituye su actividad en el

campo de las múltiples relaciones que se instituyen entre ellas y los

hombres para revelarnos, entre otras cosas, las relaciones de poder que allí

se generan, bien de tipo sexual o en el orden de lo político. A través de

estas relaciones los lectores asistimos las más de las veces a un fracaso del

tiempo histórico en donde los personajes ejecutan movimientos ciegos

hacia su destrucción, sujetos al pasado. Lo que en opinión de la crítica no

acusa más que el fracaso de una sociedad patriarcal2, representada en los

textos por toda una urdimbre de tendencias centrípetas de tipo sexual

(relaciones endogámicas donde las mujeres ejercen una atracción sin par

sobre sus hijos, hermanos, etc) que conducen a la parálisis o a la soledad;

de tipo político (personajes atrapados en la maraña de un estado donde

predomina la moral colectiva sobre la individual y donde la iniciativa y la

2

dignidad aparecen como la obra de alucinados, expuestos al escarnio, a la

risa o a la muerte) que no hacen más que acentuar la trágica distancia, entre

las leyes y la gente, entre el país formal y el país real. Y que el autor refleja

en su juicio retrospectivo de un devenir histórico imbuido de violencia, allí

donde la fuerza sale victoriosa sobre la justicia, y donde el avasallamiento

repetido de ideales cede el paso al triunfo reiterado de sistemas que se

burlan de las utopías. Y tendencias centrípetas de tipo religioso (con

relaciones mediadas por una visión católica del mundo) que impregnan su

óptica de fatalismo, inutilidad y rechazo de la idea de progreso3. De allí

toda esa galería de tipos humanos que ha desentrañado la crítica: las

madres (Úrsula, la gran madre; Amaranta, la sustituta; Pilar, la celestina y

bruja; Fernanda, la impositiva; Petra Cotes, la desbordada, etc), las

asexuales (Remedios la bella); las fatales ( Sierva María de los ángeles); las

que se debaten en la inmovilidad del silencio frente a la violencia

estructural (la esposa del coronel en El Coronel no tiene quien le escriba);

las carcomidas por el rencor y la envidia o tejen su propia mortaja o se

autocastran condenándose al encierro voluntario (Amaranta, Rebeca); la

esperpéntica (La Mamá Grande); la religión institucionalizada o la

mezquindad religiosa hecha imagen (Fernanda del Carpio) y otras más.

Una galería que también podría encontrar su correlato en los tipos

masculinos: los que andan a la búsqueda del útero materno, aquellos que

abogan por la integridad ética o se sumergen en la tiranía y los que

representan el estamento religioso deshonrándolo.

No obstante y ser verdad aquella afirmación de que detrás de las

dualidades sobre las cuales se construye la obra de este escritor (por

ejemplo, hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin

se confunde con la leyenda/ el sentido común de las mujeres, su orden y

estabilidad, y la capacidad de desorden de esos niños grandes, los hombres)

se esconde un deseo de hacer una síntesis de mito e historia para

desentrañar todos aquellos imaginarios o fantasmas que nos determinan, es

decir, para hacer una relectura crítica de la historia y de sus protagonistas,

en general también lo es que García Márquez al darle preeminencia a la

mujer en la estructuración y trama de sus textos y a su papel en medio de

los conflictos sociopolíticos no hace sino hablarnos de una violencia de

género, es decir, de unas particulares relaciones de poder, para hacernos

reconocer la imagen en general degradada y desvalorizada que tiene la

mujer en nuestro contexto. Situación que en el caso específico de Colombia

revela un tremendo “desajuste histórico en relación con la modernidad

postergada” que obedece, como ha sido explicado por nuestros estudiosos

en el campo de la Ciencias Humanas, no sólo a la más temprana formación

3

de nuestra sociedad en la que la razón patriarcal se impuso desde la

Colonia, con aquella ambigüedad misógina respecto de la mujer (Eva y

María) que traía como herencia el colonizador4, sino también a esa imagen

que terminaría consolidándose y matizándose a lo largo del siglo XIX

(Reina del hogar, por ejemplo) tras el movimiento de independencia, donde

factores internos relacionados directamente con las luchas partidistas por el

poder la conminaron a ser la administradora del hogar o de esa “Sagrada

Familia”, por la que tanto aún aboga nuestro discurso religioso,

virtualmente negándosele su participación en asuntos públicos5,

minándosele su consciencia, incluso, fanatizándola hasta el punto de que

muchas veces se convirtió en gestadora y reproductora de violencia y de un

orden social que se iba contra ella misma, pero también vuelta objeto o

instrumentalizada en medio de estas riñas. Un hecho que García Márquez

ha ilustrado muy bien en el caso, por ejemplo, de Remedios, la bella, y

Fernanda del Carpio. Al respecto comenta la crítica María Isabel Navas :

El personaje de Fernanda, la mujer de Aureliano Segundo,

surge, a mi juicio, como el anverso de Remedios. El juego de

espejos se va complicando. Aparecen nuevos reflejos a partir de los

primigenios –la historia de Amaranta, Rebeca y Remedios, la bella.

Veamos por qué. La primera aparición de Fernanda tiene lugar en el

carnaval, celebración para la que Remedios ha sido elegida reina.

Puesto que el coronel Aureliano Buendía fue uno de los jefes más

destacados del partido liberal, la elección de Remedios motivó una

contraofensiva conservadora encarnada por Fernanda, que llegará al

pueblo también vestida de reina. Por tanto, desde el principio

aparecen como personajes contrapuestos. En el carnaval son

símbolos de dos opciones políticas diferentes: liberales y

conservadores. Sin embargo, ambas comparten la condición de

instrumentos de los fines políticos de los hombres. La

instrumentalización de la mujer en este episodio es total. Ninguna

es consciente del cariz político que tienen los festejos. (LAS

MUJERES EN CIEN CIEN AÑOS DE SOLEDAD, pág., 264)

No sobra mencionar que es con la lucha de algunas mujeres (desde

finales del siglo XIX, pero más abiertamente después de la década del

treinta), asociadas a grupos, o de personalidades aisladas, incluso con la

ayuda de algunos representantes menos radicales del partido liberal en

Colombia, que se logra abonar el terreno en pos de la igualdad social de la

mujer, sobre todo en aspectos como la educación y del orden laboral. Ni

tampoco debemos olvidar que es apenas hacia el año 1957 cuando la

4

violencia o confrontación interpartidista del país se hace incontrolable que

la mujer, después de siglos de exclusión, accede a su derecho al sufragio

con la posibilidad de intervenir con su voto en el destino y la pacificación

del país. Tremenda paradoja: los dos partidos se sientan a dialogar, se

reconocen en sus propios e iguales intereses y resuelven ceder por fin el

voto a la mujer, por entonces un potencial electoral bastante considerable,

ya que la población masculina había sido diezmada a causa de la guerra

fraticida, con el fin de lograr un consenso que diera surgimiento a esa

nueva Colombia, hija del llamado Frente Nacional6. Aunque se logró

parcialmente la pacificación, las consecuencias fueron funestas sobre todo

en el terreno de la democracia.7 Es este el país que hereda García Márquez,

“una

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