El Otoño Del Patriarca
LOLYTAMORENO7 de Julio de 2012
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Gabriel José de la Concordia García Márquez (1927 - ) es un escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido familiarmente y por sus amigos como Gabo.
Comandante Supremo de las tres Armas y Presidente de la República
y entonces fue cuando el comandante Kitchener me dijo señalando el cadáver que ya lo ves, general, así es cómo terminan los que levantan la mano contra su padre,
no se te olvide cuando estés en tu reino, le dijo,
aunque ya estaba, al cabo de tantas noches de insomnios de espera, tantas rabias aplazadas, tantas humillaciones digeridas, ahí estaba, madre,
proclamado comandante supremo de las tres armas y presidente de la república por tanto tiempo cuanto fuera necesario para el restablecimiento del orden y el equilibrio económico de la nación,
lo habían resuelto por unanimidad los últimos caudillos de la federación con el acuerdo del senado y la cámara de diputados en pleno
y el respaldo de la escuadra británica por mis tantas y tan difíciles noches de dominó con el cónsul Macdonall,
Nadie lo creyó al principio
sólo que ni yo ni nadie lo creyó al principio, por supuesto, quién lo iba a creer en el tumulto de aquella noche de espanto
si la propia Bendición Alvarado no acababa todavía de creerlo en su lecho de podredumbre
No encontraba por dónde empezar a gobernar
cuando evocaba el recuerdo del hijo que no encontraba por dónde empezar a gobernar en aquel desorden,
no hallaban ni una hierba de cocimiento para la calentura en aquella casa inmensa y sin muebles
en la cual no quedaba nada de valor sino los óleos apolillados de los virreyes y los arzobispos de la grandeza muerta de España,
todo lo demás se lo habían ido llevando poco a poco los presidentes anteriores para sus dominios privados,
no dejaron ni rastro del papel de colgaduras de episodios heroicos en las paredes,
los dormitorios estaban llenos de desperdicios de cuartel,
había por todas partes vestigios olvidados de masacres históricas y consignas escritas con un dedo de sangre por presidentes ilusorios de una sola noche,
pero no había siquiera un petate donde acostarse a sudar una calentura,
Bendición Alvarado barrió hasta un poco antes del alba
de modo que su madre Bendición Alvarado arrancó una cortina para envolverme y lo dejó acostado en un rincón de la escalera principal
mientras ella barrió con la escoba de ramas verdes los aposentos presidenciales que estaban acabando de saquear los ingleses,
barrió el piso completo defendiéndose a escobazos de esta pandilla de filibusteros que trataban de violarla detrás de las puertas,
y un poco antes del alba se sentó a descansar junto al hijo aniquilado por los escalofríos, envuelto en la cortina de peluche,
sudando a chorros en el último peldaño de la escalera principal de la casa devastada
mientas ella trataba de bajarle la calentura con sus cálculos fáciles de que no te dejes acoquinar por este desorden, hijo,
Cómo ordenar la casa desbastada
es cuestión de comprar unos taburetes de cuero de los más baratos y se les pintan flores y animales de colores, yo misma los pinto, decía,
es cuestión de comprar unas hamacas para cuando haya visitas, sobre todo eso, hamacas,
porque en una casa como ésta deben llegar muchas visitas a cualquier hora sin avisar, decía,
se compra una mesa de iglesia para comer, se compran cubiertos de hierro y platos de peltre para que aguanten la mala vida de la tropa,
se compra un tinajero decente para el agua de beber y un anafe de carbón y ya está,
al fin y al cabo es plata del gobierno, decía para consolarlo, pero él no la escuchaba,
Abatido por el lado oculto de la verdad
abatido por las primeras malvas del amanecer que iluminaban en carne viva el lado oculto de la verdad,
consciente de no ser nada más que un anciano de lástima que temblaba de fiebre sentado en las escaleras pensando sin amor madre mía Bendición Alvarado de modo que ésta era toda la vaina, carajo,
de modo que el poder era aquella casa de náufragos, aquel olor humano de caballo quemado,
aquella aurora desolada de otro doce de agosto igual a todos era la fecha del poder,
madre, en qué vaina nos hemos metido, padeciendo la desazón original,
el miedo atávico del nuevo siglo de tinieblas que se alzaba en el mundo sin su permiso,
Asustados ante el poder
cantaban los gallos en el mar, cantaban los ingleses en inglés recogiendo los muertos del patio
cuando su madre Bendición Alvarado terminó las cuentas alegres con el saldo de alivio de que no me asustan las cosas de comprar y los oficios por hacer, nada de eso, hijo,
lo que me asusta es la cantidad de sábanas que habrá que lavar en esta casa,
y entonces fue él quien se apoyó en la fuerza de su desilusión para tratar de consolarla con que duerma tranquila, madre, en este país no hay presidente que dure, le dijo,
Desbaratando las estrategias del Consejo de Gobierno
ya verá como me tumban antes de quince días, le dijo, y no sólo lo creyó entonces sino que lo siguió creyendo en cada instante de todas las horas de su larguísima vida de déspota sedentario,
tanto más cuanto más lo convencía la vida de que los largos años del poder no traen dos días iguales,
que habría siempre una intención oculta en los propósitos de un primer ministro
cuando éste soltaba la deflagración deslumbrante de la verdad en el informe de rutina del miércoles,
y él apenas sonreía, no me diga la verdad, licenciado, que corre el riesgo de que se la crea, desbaratando con aquella sola frase toda una laboriosa estrategia del consejo de gobierno para tratar de que firmara sin preguntar,
Más lúcido a pesar de los rumores
pues nunca me pareció más lúcido que cuando más convincentes se hacían los rumores
de que él se orinaba en los pantalones sin darse cuenta durante las visitas oficiales,
me parecía más severo a medida que se hundía en el remanso de la decrepitud
con unas pantuflas de desahuciado y los espejuelos de una sola pata amarrada con hilo de coser
y su índole se había vuelto más intensa y su instinto más certero para apartar lo que era inoportuno y firmar lo que convenía sin leerlo, qué carajo,
si al fin y al cabo nadie me hace caso, sonreía, fíjese que había ordenado que pusieran una tranca en el vestíbulo para que las vacas no se treparan por las escaleras,
y ahí estaba otra vez, vaca, vaca, había metido la cabeza por la ventana de la oficina y se estaba comiendo las flores de papel del altar de la patria,
pero él se limitaba a sonreír que ya ve lo que le digo, licenciado, lo que tiene jodido a este país es que nadie me ha hecho caso nunca, decía,
Las memorias del embajador Kippling
y lo decía con una claridad de juicio que no parecía posible a su edad,
aunque el embajador Kippling contaba en sus memorias prohibidas que por esa época lo había encontrado en un penoso estado de inconsciencia senil
que ni siquiera le permitía valerse de sí mismo para los actos más pueriles,
contaba que lo encontró ensopado de una materia incesante y salobre que le manaba de la piel,
que había adquirido un tamaño descomunal de ahogado y una placidez lenta de ahogado a la deriva
y se había abierto la camisa para mostrarme el cuerpo tenso y lúcido de ahogado de tierra firme
en cuyos resquicios estaban proliferando parásitos de escollos de fondo de mar,
tenía rémora de barco en la espalda, tenía pólipos y crustáceos microscópicos en las axilas,
Los mares vuelven siempre
pero estaba convencido de que aquellos retoños de acantilados eran apenas los primeros síntomas del regreso espontáneo del mar que ustedes se llevaron, mi querido Johnson,
porque los mares son como los gatos, dijo, vuelven siempre, convencido de que los bancos de percebes de sus ingles eran el anuncio secreto de un amanecer feliz
en que iba a abrir la ventana de su dormitorio y había de ver de nuevo las tres carabelas del almirante de la mar océana
En búsqueda de otro posible doble
que se había cansado de buscar por el mundo entero para ver si era cierto lo que le habían dicho
que había otro que tenía las manos lisas como él y como tantos otros grandes de la historia,
había ordenado traerlo, incluso por la fuerza, cuando otros navegantes le contaron que lo habían visto cartografiando las ínsulas innumerables de los mares vecinos,
cambiando por nombres de reyes y de santos sus viejos nombres de militares
mientras buscaba en la ciencia nativa lo único que le interesaba de veras
que era descubrir algún tricófero magistral para su calvicie incipiente,
Lo reconoció desde la limusina presidencial
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