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El Valor de la visibilidad en Rayuela.


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2016  •  Tareas  •  2.382 Palabras (10 Páginas)  •  214 Visitas

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El valor de la visibilidad en Rayuela.

La cantidad de imágenes, colores y sensaciones que configuran la obra cumbre de Julio Cortázar, Rayuela (1963), permiten al lector adentrarse en un ejercicio constante de extrañamiento, pues cada capítulo se presenta como una secuencia de fotografías, en las que los aspectos de la cotidianidad toman cierto grado de singularización y quedan expuestos ante el lector. De esta forma, cualquier detalle se convierte en un detonante para mostrar las piezas que configuran el universo planteado por Cortázar. En este trabajo se abordará el concepto de Visibilidad propuesto por Italo Calvino y cómo opera dentro de la configuración temática y estilística de Rayuela. Para este ensayo se empleará el texto Seis propuestas para el próximo milenio.

Rayuela está constituida a partir de la ruptura de lo establecido, la sobreexplotación de la creatividad y el juego del lenguaje. Uno de los aspectos vitales para todo escritor es el plano temático. Dentro de la literatura es posible encontrar diversos ejemplos en los que los autores hacen de sus obras un ejercicio de experimentación de los aspectos estructurales de las mismas, sin embargo no pueden escapar del plano temático. Es así como toda producción literaria está circunscrita a temáticas universales, las cuales parten de una sola fuente: la vida humana.

Sólo a través de la escritura cobran vida las fantasías y las realidades, porque en ésta la interioridad y la exterioridad, yo y el mundo, la fantasía y la experiencia están hechas de la misma materia verbal; "las visiones polimorfas de los ojos y del alma se encuentran contenidas en líneas uniformes de caracteres minúsculos o mayúsculos, de puntos, comas, paréntesis; páginas de signos alineados, apretados como granos de arena, representan el espectáculo abigarrado del mundo en una superficie siempre igual y siempre diferente, como las dunas que empuja el viento del desierto.

Partiendo de esta premisa, en “Seis propuestas para el nuevo milenio”,  Italo Calvino plantea un término que considero fundamental en el análisis de la cotidianidad reflejada en la literatura: la visibilidad. Para el autor italiano, la visibilidad  consiste en que El hombre del siglo XXI, superado el alfabeto, se comunica por imágenes. Atrás quedan las polémicas babélicas y los choques entre lenguas, la imagen es el lenguaje universal. La imagen es todo lo que existe; del mismo modo, lo que no se ve, no existe. ¿Qué podemos hacer con esa recámara oscura de la mente que es el inconsciente, del que nada sabemos? ¿Qué nos importa de dónde provienen los sueños, si ese territorio oscuro no tiene rostro? El escritor pinta, recorta, tiñe, mueve, agita, compone lienzos con lo concreto y lo abstracto, del mismo modo que nuestra mente actúa como la moviola de la memoria.

Al respecto, Calvino explica:

“Lo que creo es que, si bien comencé a escribir sin plantearme cuestiones teóricas, ahora que he pensado al respecto pienso que la escritura será lo que guíe el relato en la dirección en la cual la expresión verbal fluya más felizmente, y la imaginación visual no tiene más remedio que seguirla. En una palabra, mi procedimiento quiere unificar la generación espontánea de las imágenes y la intencionalidad del pensamiento discursivo.

Pero hay otra definición en la que me reconozco plenamente, y es la imaginación como repertorio de lo potencial, de lo hipotético, de lo que no es, no ha sido, ni tal vez será, pero que hubiera podido ser.”

El planteamiento teórico que propone Calvino no dice que la visibilidad es un valor que se ha de salvar porque éste es una campanada de alerta para evitar la pérdida de las imágenes visuales, internas, propias, producto de nuestra "alta fantasía", y con ello impedir que sigamos siendo contaminados con las imágenes prefabricadas, que pretende imponer el contexto exterior.

El autor le concede al arte esa cualidad que permite captar la atención del espectador a partir de la percepción, y de qué manera es importante que dentro de toda creación artística sea posible amplificar el ejercicio perceptivo de los objetos, exaltándolos a partir del arte y así rescatarlos de la automatización a la que nos somete la vida cotidiana. También es importante considerar que la estética se percibe desde el punto de vista del lector.

Ante la pregunta si ¿será posible la literatura fantástica en el año 2000, dada la creciente inflación de imágenes prefabricadas?, Calvino responde que habrá que "reciclar las imágenes usadas en un nuevo contexto que les cambie el significado", y "hacer el vacío para volver a empezar desde cero". Y para ello propone como modelo a Balzac, "situado en una encrucijada de la historia de la literatura, en una experiencia «de límite», unas veces visionario, otras realista, otras las dos cosas al mismo tiempo, siempre como arrastrado por la fuerza de la naturaleza, pero también siempre muy consciente de lo que hace". Balzac primero fue fantástico y luego realista. "El Balzac fantástico trató de capturar el alma del mundo en una sola figura entre las infinitas figuras imaginables…", y "el Balzac realista tratará de cubrir de escritura la extensión infinita del espacio y del tiempo pululantes de multitudes, de vidas, de historias".

Uno de los aspectos más significativos dentro de Rayuela es la exaltación de los detalles cotidianos. Al respecto, dentro del apartado “El vértigo cotidiano”[1], Andrés Amorós escribe: “Rayuela nos muestra cómo solamente nuestra larga costumbre de ceremonias nos libera de advertir el caos que está detrás de todas las cosas, de cualquier instante.” (Amorós, 31) Es así como es posible encontrar dentro de la novela varios episodios en los que los personajes se ven inmersos en situaciones aparentemente comunes, que de pronto adquieren significación a partir de los detalles. Tal es el caso del capítulo primero de la novela, en donde se relatan una serie de peripecias al personaje principal debido a la caída de un terrón de azúcar:

“Lo peor es que nadie puede contenerme cuando algo se me cae al suelo, ni tampoco vale que lo levante otro porque el maleficio obraría igual (…) Estábamos con Ronald y Etienne, y a mí se me cayó un terrón de azúcar que fue a parar debajo de una mesa bastante lejos de la nuestra. Lo primero que me llamó la atención fue la forma en la que el terrón se había alejado, porque en general los terrones de azúcar se plantan apenas tocan el suelo por razones paralelepípedas evidentes…” (Cortázar, 128-129)

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