El diseño se definió en octubre
AprillefayTrabajo25 de Agosto de 2016
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El libro El diseño se definió en octubre plantea una integración del arte a la sociedad. A pesar de ser una idea difícil de alcanzar, esta integración transformaría la esencia del arte: destruyendo las barreras entre lo culto y lo vulgar, acercando así las distancias entre creador y espectador. Simultaneo a este proceso el arte dejaría de ser propio de los objetos que se encuentran dentro de museos y/o galerías para abrirse a otros espacios y actividades.
Los vanguardistas rusos habían intentado integrar el arte a la sociedad desde tres estrategias fundamentales: 1) llevarlo a la calle, 2) ponerlo en función de la propaganda política y, por último, 3) integrarlo a la producción material. Estas experiencias se vislumbraron como una radical vinculación del arte a la sociedad.
Llevar el arte a la calle, incluirlo en las festividades y exhibirlo ante las multitudes, como hicieron los artistas rusos de avanzada, no fueron experiencias del todo satisfactorias. Faltaba la capacidad de diálogo, pues eran proyecciones hacia el futuro, en las que no siempre existió una reflexión sobre los conflictos del presente. La comunicación no llegaba a gestarse: el arte más experimental y sofisticado de su tiempo se llevaba a un público de bajo nivel cultural y poco versado en cuestiones estéticas. La vanguardia impuso, autoritariamente, su arte a las masas populares y al mismo tiempo les atribuyó un papel pasivo. El espectador tenía que limitarse a contemplar la creación o, en el mejor de los casos, a seguir las instrucciones dadas por el artista. Además, los vanguardistas tampoco prestaron atención a las tradiciones populares y no supieron integrar dicho acervo cultural en las propuestas artísticas.
Mediante una lectura hacia el pasado, se ve que para rescatar las estrategias de la vanguardia rusa no basta con hacer un análisis histórico, es imprescindible complementarlas con hallazgos de prácticas artísticas y problemas teóricos más actuales. El libro es un continuo diálogo entre las experiencias de comienzos de la Revolución de Octubre, el momento post-moderno y la situación particular de Cuba hacia mediados de los ochenta.
Si los esfuerzos de los vanguardistas rusos por llevar el arte a las calles tuvieron un alcance limitado debido al hermetismo de las obras y al escaso contacto con las masas populares; el arte al servicio de la propaganda política gozó de mayor vitalidad. Actores que divulgaban las noticias ante las muchedumbres, multitudinarias puestas en escena, noticias y comentarios políticos enunciados en versos y en novedosas y plurales formas de comunicación. Se presenta el arte no como parte de la fiesta o el carnaval; sino como fiesta y carnaval. Allí, en un mismo espectáculo, en un mismo acto político, confluían diversas manifestaciones artísticas y se incorporaban formas de la cultura de masas: elementos del circo, el cabaret y la revista musical.
El arte como propaganda política no era en modo alguno realismo socialista, ni panfleto, ni amonestador academicismo. Era una fusión entre arte y agitación revolucionaria. El arte como propaganda política, tal y como lo concibieron las vanguardias rusas, se oponía radicalmente al arte como propaganda política de los ulteriores modelos soviéticos frecuentemente ceñidos a la escultura monumental, a las tarjas conmemorativas y a lienzos con temáticas patrióticas e históricas.
La “cultura de lo abstracto” conformaba también la socialización del arte. El constructivismo realista afirmaba la obra de arte como un objeto en sí, un pedazo de tela pintada, libre de la función de representar la realidad; mientras que el constructivismo productivista acudía a las mismas soluciones formales para crear objetos industriales, útiles y a la vez sofisticados. Mediante esta mutación de las formas abstractas en diseño industrial, el arte contribuía
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