LA POESÍA JOVEN DE MEXICO Y TABASCO

LA POESÍA JOVEN DE MEXICO Y TABASCO

Miguel Ángel Ruiz Magdónel

Hoy en México, después de la hegemonía de las figuras predominantes y rectoras a lo largo del siglo, bien podemos llamar poesía joven a la obra de un amplísimo número de autores; desde los nacidos a mediados de los cuarenta (Elsa Cross, Francisco Hernández, Antonio Deltoro, Francisco Serrano, David Huerta), pasando por los de la década de los cincuenta (José Luis Rivas, Efraín Bartolomé, Alberto Blanco, Eduardo Langagne, Coral Bracho, Manual Ulacia, Juan Domingo Argüelles, Vicente Quirarte, Fabio Morábito, Verónica Volwok, Luis Miguel Aguilar, Jorge Esquinca, Javier Sicilia), e incluso, hasta los poetas de la década de los sesenta y que a pesar de su juventud han definido un proyecto poético (Aurelio Asiain, Ernesto Lumbreras, Julio Hubart y algunos otros) (M. Ocampo, 2007). Ellos constituyen la diversidad y la revelación del nuevo horizonte de la poesía mexicana. Ellos y algunos otros, donde ese “algunos otros” bien pudiera estar constituido por decenas de autores que escriben entre las luces y sombras, los sobresaltos y el aturdimiento de la amplia geografía del país que bosteza lejos del Distrito Federal, casi al margen de la sindéresis y la barbarie con que al mismo tiempo se da la promoción poética como hecho cultural.

Sin pensáramos en un observador poético que mirara al país desde las alturas, creemos que el espectáculo que percibiría sería algo así como diversas tertulias de autores en las capitales de sus respectivas provincias. Todos los actores de estas tertulias, más o menos entusiastas, serían en realidad quienes integrarían la parte más espesa del cuerpo de la llamada poesía joven de México. A los actores de una de esas tertulias en el sureste del país está dedicado este libro. Ellos bien merecen, en varios sentidos, el señalamiento de poetas jóvenes de México. Pertenecen a las generaciones de los cincuenta y sesenta, han tomado el oficio de poeta con determinación y sus obras ya tienen un cuerpo significativo. Los ensayos aquí aventurados constituyen una especie de radiografía primaria de la naturaleza de esos cuerpos mixturados de palabras y silencios que son sus libros (Guedea, R. ,2003).

 M. Ocampo, Aurora (Dirección y Asesoría)  (2007). Diccionario de Escritores Mexicanos. Tomos I-IX. Instituto de Investigaciones Filológicas. UNAM, México.

Guedea, R. (Estudio Preliminar, selección y notas) (2003). Árbol de variada luz. Antología de poesía mexicana actual. Universidad de Colima, Colima, México.

POETAS JOVENES DE TABASCO

Si es válido el aserto de que los pueblos y sociedades tienen que definirse por ciertos autores, la historia literaria de Tabasco, particularmente la poética, recae en la actualidad en Carlos Pellicer (1897-1977), José Gorostiza (1901-1973) y José Carlos Becerra (1936-1970) (Acosta, M.A. 2006). Ellos, como dragones vigilantes, gobiernan el horizonte de este quehacer literario, o más exactamente, son esa tierra prometida en la que se constituyen como totalidad, pues son, a una vez, la tierra prometida, el mesías y la doctrina. Esta cuasi divinización se ha planteado como un muro para la nueva generación de poetas, principalmente la obra de los dos primeros, pues su raigambre, su correspondencia y lugar dentro de la literatura mexicana de este siglo, no se discute. En el caso de Becerra, su obra es una isla suspendida que no ha terminado de ubicarse con respecto al continente de nuestra poesía. Sin embargo, allí está, gravitando según el pleamar y bajamar de nuestra vastedad poética. En otro sentido, la obra de Becerra es una isla de salvación, una suerte de primer asidero hacia dónde dirigir las naves para abandonar la tierra pródiga de Pellicer y Gorostiza cuyo numen se infiltra con gran facilidad. Pero, como toda isla, Becerra tiene sus riesgos.

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