La Iglesia: de la colaboración a la disidencia (1956-1975)
Fernando PrietoResumen27 de Octubre de 2015
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Resumen del libro
Feliciano Montero García, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá de Henares (UAH), es el autor de La Iglesia: de la colaboración a la disidencia (1956-1975). Esta obra, dividida en cinco capítulos que se suceden cronológicamente, abarca un periodo que transcurre desde el año 1959, año de comienzo del llamado segundo franquismo, hasta 1975, fecha de la muerte de Francisco Franco. El autor desgrana la actitud de la jerarquía eclesiástica, las bases católicas y las organizaciones dependientes de la misma y su desarrollo a lo largo de dicho intervalo, plasmando lo que terminará siendo una separación de facto entre Iglesia y Estado. La mejor época del catolicismo en el régimen franquista (Concordato con la Santa Sede, presencia de ministros católicos, etc.) coincide en el tiempo con el comienzo de las voces contrarias a la situación de la Iglesia con respecto al régimen, así como la denominación de este último como Estado católico modelo. Es precisamente en las bases católicas desde donde surge el cambio que desembocará en la ruptura posterior. La militancia en distintas organizaciones comenzarán a despertar primero la autocrítica y posteriormente la crítica en el seno de la Iglesia, algo que será imparable incluso para la censura y la represión del Gobierno. El autor también responde a las principales preguntas que surgen al tratar este periodo, como por ejemplo: ¿Penetró el marxismo en los movimientos sociales de esencia católica? El autor hace una mención especial a la Asociación Católica y la diversidad de organizaciones que dependen de ella y marca como un punto de inflexión la crisis que sufrió entre los años 1966 y 1968. Esta crisis serviría de impulso para todos aquellos reformistas que respaldados por las novedades surgidas del Concilio Vaticano II desearon cambiar el sentido de la Iglesia en España.
1. Las primeras “autocríticas” y la Acción Católica obrera. Los años cincuenta.
En este primer capítulo el autor resalta lo curioso de que sean precisamente los años cincuenta el momento en el que surgen las primeras autocríticas desde organizaciones como la Acción Católica obrera. Es curioso porque coincide con la época de mayor influencia de la Iglesia en el régimen (firma del Concordato, presencia de hombres como Artajo y Ruiz-Giménez en cargos ministeriales, etc.). Los cincuenta son entendidos como un periodo de transición, entre el fracaso del último intento falangista de influir en la política oficial (con Arrese como protagonista) y la apertura provocada por el Plan de Estabilización. Dentro de la Iglesia surgen diferencias en relación al sistema educativo tras la Ley de Enseñanza Media de 1953 y en lo relativo a la regulación, que otorgaba cierta libertad de prensa, y la actuación del Sindicato Vertical. Especialmente relevante es la posición de la Acción Católica en congresos internacionales de apostolado seglar (1951-1957) a los que acudió en Roma. En el primero de ellos muestra una visión triunfalista del régimen y del nacional-catolicismo, mientras que en el segundo evidencia cierta crítica del paternalismo social construyendo una conciencia social renovada. Por entonces las críticas más importantes venían de minorías católicas, pues la posición mayoritaria era favorable al Concordato. El régimen haría cualquier concesión para el reconocimiento como modelo de Estado católico, algo que era en la práctica y que se demostraba en la completa armonía en la que vivían Iglesia y Estado. Las primeras autocríticas pueden remontarse a dos momentos: críticas como las de García Escudero y Aranguren con su examen de conciencia sobre ciertas formas pastorales impositivas en 1950 y la crítica abierta que cuestiona las relaciones Iglesia-Estado en base a la encíclica Pacem in Terris y el Concilio Vaticano II. Del primer grupo de críticas destacan las comparaciones con otros países como Francia, la mejorable vida religiosa de los españoles y las posturas de revistas como El Ciervo que arremetía contra el paternalismo social. Importancia de la Acción Católica, que desde un principio hizo suyos los postulados del Movimiento Nacional y contribuyó a la causa desde 1936 a los ’60, donde actuó con voz crítica. Poco a poco fue significándose con los problemas sociales (AC obrera), cimentando su postura en el Congreso Internacional de 1957. La AC obrera respondiendo al fracaso de la AC previa a 1936, menos individualista y con mayor conciencia social; así como la HOAC, que compatibilizaba las identidades obrera y católica. Cumplió funciones de sindicatos y partidos políticos en un régimen que carecía de ellos. Esta vertiente sindical provocó críticas gubernamentales. Precisamente son estas organizaciones son las que producen los cambios en la AC, criticando incluso el Plan de Estabilización y sus costes sociales. Juan XXIII con la encíclica Mater et Magistra (1961) produjo un efecto revulsivo en el catolicismo español, así como Pacem in Terris. Existe una frase de Carlos Santamaría en 1952 que resume el sentir de algunos católicos de la época: “El Estado confesional, teóricamente ideal, puede ser más indeseable, desde una perspectiva cristiana que un Estado neutral, laico y tolerante”.
2. El impacto del Concilio y la AC especializada. Los años sesenta (1962-1966)
El cambio dentro de la Iglesia y el catolicismo español fueron impulsados por el Concilio Vaticano II (1962-65). El Concilio supuso un antes y un después, pudiendo definirse casi como una “revolución” (reconocimiento del papel de los laicos, la nueva forma de entender la relación con el mundo moderno, suponiendo una ruptura con la intransigencia antiliberal del Syllabus durante el papado de Pío IX y el Concilio Vaticano I, o la libertad religiosa). El Gobierno siguió con atención los avances en el Concilio, pues podrían verse afectados, como así fue. El nacionalcatolicismo entró en crisis, en un principio guardando un silencio incómodo y posteriormente, entre 1964-66, contraatacando y posicionándose a la defensiva. Se produce una reacción de los sectores más radicales e inmovilistas que contó con el respaldo del régimen. Tanto el Concilio como las críticas del clero catalán/vasco desgastaron la imagen del régimen cuando este trataba de institucionalizarse y cambiar su imagen ante el exterior con medidas como el Plan de Estabilización. Por medio del Ministerio de Información publicó una serie de publicaciones que legitimaban el modelo español. Desde el Vaticano se nombraron nuevos obispos afines y se produjeron movimientos en las sedes, así como la paralización del proceso de beatificación de los mártires de la Guerra Civil. En 1967 se produjo la regulación de la libertad religiosa en España (un año después del decreto publicado por el Vaticano), aunque se venía gestando desde años antes por el ministro Castiella. Su aprobación demostró el choque de posturas dentro del régimen y de la Iglesia española, con la oposición, por ejemplo, de Carrero Blanco (“Nuestro catolicismo, nuestra independencia y nuestra concepción política, tienen que tener la enemiga de los totalitarismos internacionales, llámense comunismo, socialismo-marxista o liberalismo masónico, y hasta podríamos agregar democracia cristiana”). La renovación que se estaba produciendo en la Iglesia desde la base también afectó a la AC, como ya hemos visto en el capítulo anterior, provocando la censura y la repercusión a partir de las huelgas de 1962, que contaron con presencia católica (militantes obreros y organizaciones como la HOAC y la JOC). Esta repercusión propició la entrada en otras organizaciones gracias a la doble militancia, así como la participación de obreros católicos de la HOAC en la fundación de CCOO y la militancia en el PCE (se podría decir que el marxismo se introdujo en los movimientos cristianos). Las huelgas provocaron un conflicto Iglesia-Estado, aunque algunas autoridades se desmarcaron. La juventud tomó importancia en la movilización social al lograr un acuerdo entre todos los Movimientos para organizar un Congreso (30.000 participantes previstos) como resultado de una campaña conjunta de concienciación. Este acto fue visto como una amenaza por parte de las autoridades gubernamentales y religiosas (por sus posibles fines políticos), por lo que fueron obligados a suspenderlo. Entre 1966-68 la Conferencia Episcopal frenó a la AC, significando el fin de lograr una reforma desde dentro del régimen, así como la lealtad al mismo de la Jerarquía eclesiástica.
3. De la Democracia Cristiana al cristiano-marxismo
La aparición de una opción democristiana tuvo su gran oportunidad a la luz de la nueva doctrina político-social de la Iglesia y las encíclicas de Juan XXIII en los primeros años de la década de los ’60. La Democracia Cristiana española estaba compuesta por la Izquierda Democrática Cristiana, liderada por Giménez Fernández y después por el ex ministro franquista Ruiz-Giménez (buscaba una alternativa demócrata-cristiana de izquierdas. Dejó el Ministerio de Educación tras la crisis universitaria de 1956 y en 1960 comenzó a tomar parte activa de la ACNP. En 1964 presentó a Franco su dimisión como procurador, evidenciando su ruptura con el régimen); la Democracia Social Cristiana de Gil-Robles, el PNV y la Unión Democrática de Cataluña. En el plano internacional fueron representados como Equipo de la Democracia Cristiana, resultando ser una coalición artificial y poco cohesionada. La IDC y la DSC, minoritarios, no lograron aumentar su militancia tras la crisis y desmantelación de la AC (función de “cantera”) y especialmente por la influencia del marxismo en parte de la militancia católica. La encíclica
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