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Libro Cumandá


Enviado por   •  31 de Julio de 2021  •  Trabajos  •  42.928 Palabras (172 Páginas)  •  141 Visitas

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JUAN LEÓN MERA  

CUMANDÁ  

2003 - Reservados todos los derechos  Permitido el uso sin fines comerciales

JUAN LEÓN MERA  

CUMANDÁ  

Excmo. señor director de la Real Academia Española  

 Señor:  

 No sé a qué debo la gran honra de haber sido nombrado miembro correspondiente de esa  ilustre y sabia Corporación, pues confieso (y no se crea que lo hago por buscar aplauso a la  sombra de fingida modestia) que mis imperfectos trabajos literarios jamás me han  envanecido hasta el punto de presumir que soy merecedor de un diploma académico. Todos  ellos, hijos de natural inclinación que recibí con la vida y fomenté con estudios enteramente  privados, son buenos, a lo sumo, para probar que nunca debe menospreciarse ni desecharse  un don de la naturaleza, mas no para servir de fundamento a un título que sólo han  merecido justamente beneméritos literatos.  

 Sin embargo, sorprendido por el nombramiento a que me refiero, no tuve valor para  rechazarlo, y a los propósitos, harto graves para mí, de empeñar todas mis fuerzas en las  tareas que me imponía el inesperado cargo, añadí el de presentar a esa Real Corporación  alguna obra que, siendo independiente de las académicas, pudiese patentizar de una manera  especial mi viva y eterna gratitud para con ella.  

 ¿Qué hacer para cumplir este voto? Tras no corto meditar y dar vueltas en torno de unos  cuantos asuntos, vine a fijarme en una leyenda, años ha trazada en mi mente. Creí hallar en  ella algo nuevo, poético e interesante; refresqué la memoria de los cuadros encantadores de  las vírgenes selvas del oriente de esta República; reuní las reminiscencias de las costumbres  

de las tribus salvajes que por ellas vagan; acudí a las tradiciones de los tiempos en que estas  tierras eran de España y escribí CUMANDÁ; nombre de una heroína de aquellas desiertas  regiones, muchas veces repetido por un ilustrado viajero inglés, amigo mío, cuando me  refería una tierna anécdota, de la cual fue, en parte, ocular testigo, y cuyos incidentes entran  en la urdimbre del presente relato.  

 Bien sé que insignes escritores, como Chateaubriand y Cooper, han desenvuelto las  escenas de sus novelas entre salvajes hordas y a la sombra de las selvas de América, que  han pintado con inimitable pincel; mas, con todo, juzgo que hay bastante diferencia entre  las regiones del Norte bañadas por el Mississipí y las del sur, que se enorgullecen con sus  Amazonas, así como entre las costumbres de los indios que respectivamente en ellas moran.  La obra de quien escriba acerca de los jívaros tiene, pues, que ser diferente de la escrita en  la cabaña de los nátchez, y por más que no alcance un alto grado de perfección, será grata al

entendimiento del lector inclinado a lo nuevo y desconocido. Razón hay para llamar  vírgenes a nuestras regiones orientales: ni la industria y la ciencia han estudiado todavía su  naturaleza, ni la poesía la ha cantado, ni la filosofía ha hecho la disección de la vida y  costumbres de los jívaros, záparos y otras familias indígenas y bárbaras que vegetan en  aquellos desiertos, divorciadas de la sociedad civilizada.  

 CUMANDÁ es un corto ensayo de lo que pudieran trazar péñolas más competentes que  la mía, y, con todo, la obrita va a manos de V. E., y espero que, por tan respetable órgano,  sea presentada a la Real Academia. Ojalá merezca su simpatía y benevolencia y la mire  siquiera como una florecilla extraña, hallada en el seno de ignotas selvas; y que, a fuer de  extraña, tenga cabida en el inapreciable ramillete de las flores literarias de la madre patria.  

 Soy de V. E. muy atento y seguro servidor, q. s. m. b.,  

Ambato, a 10 de marzo de 1877  

JUAN LEÓN MERA  

 

 

 

- I -  

Las selvas del oriente  

 El monte Tungurahua, de hermosa figura cónica y de cumbre siempre blanca, parece  haber sido arrojado por la mano de Dios sobre la cadena oriental de los Andes, la cual,  hendida al terrible golpe, le ha dado ancho asiento en el fondo de sus entrañas. En estas  profundidades y a los pies del coloso, que, no obstante su situación, mide 5.087 metros de  altura sobre el mar se forma el río Pastaza de la unión del Patate, que riega el este de la  provincia que lleva el nombre de aquella gran montaña, y del Chambo que, después de  recorrer gran parte de la provincia del Chimborazo, se precipita furioso y atronador por su  cauce de lava y micaesquista.  

 El Chambo causa vértigo a quienes por primera vez lo contemplan: se golpea contra los  peñascos, salta convertido en espuma, se hunde en sombríos vórtices, vuelve a surgir a  borbotones, se retuerce como un condenado, brama como cien toros heridos, truena como la  tempestad, y mezclado luego con el otro río continúa con mayor ímpetu cavando abismos y  estremeciendo la tierra, hasta que da el famoso salto de Agoyán, cuyo estruendo se oye a  considerable distancia. Desde este punto, a una hora de camino del agreste y bello  pueblecito de Baños, toma el nombre de Pastaza, y su carrera, aunque majestuosa, es  todavía precipitada hasta muchas leguas abajo. Desde aquí también comienza a recibir  mayor número de tributarios, siendo los más notables, antes del cerro Abitahua, el Río verde, de aguas cristalinas y puras, y el Topo, cuyos orígenes se hallan en las serranías de

Llanganate, en otro tiempo objeto de codiciosas miras, porque se creía que encerraba  riquísimas minas de oro.  

 El Pastaza, uno de los reyes del sistema fluvial de los desiertos orientales, que se  confunden y mueren en el seno del monarca de los ríos del mundo, tiene las orillas más  groseramente bellas que se puede imaginar, a lo menos desde las inmediaciones del  mentado pueblecito hasta largo espacio adelante de la confluencia del Topo. El cuadro, o  más propiamente la sucesión de cuadros que ellas presentan, cambian de aspecto, en  especial pasado el Abitahua hasta el gran Amazonas. En la parte en que nos ocupamos,  agria y salvaje por extremo, parece que los Andes, en violenta lucha con las ondas, se han  rendido sólo a más no poder y las han dejado abrirse paso por sus más recónditos senos. A  derecha e izquierda la secular vegetación ha llegado a cubrir los estrechos planos, las  caprichosas gradas, los bordes de los barrancos, las laderas y hasta las paredes casi  perpendiculares de esa estupenda rotura de la cadena andina; y por entre columnatas de  cedros y palmeras, y arcadas de lianas, y bóvedas de esmeralda y oro bajan, siempre a  saltos y tumbos, y siempre bulliciosos, los infinitos arroyos que engruesan, amén de los ríos  secundarios, el venaje del río principal. Podría decirse que todos ellos buscan con  desesperación el término de su carrera seducidos y alucinados por las voces de su soberano  que escucharon allá entre las breñas de la montaña.  

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