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duu248 de Abril de 2014
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Introducción
En el laberinto de la soledad, es un libro publicado en 1950 por el escritor mexicano Octavio paz, en su obra busca el camino de la reflexión y los cuestionamientos, del amor y la duda, de la vida y la muerte. Es precisamente, el carácter analítico de su obra, el laberinto de la soledad es principalmente un estudio que Paz realiza al mexicano en sentido general, no del criollo ni el mestizo, no del indígena, ni el descendiente de padres o abuelos extranjeros, sino de todos ellos en sentido general y muchos más. Su vigencia es impactante, puesto que podemos observar que los conceptos manejados y continuamente señalados por el aún en la actualidad continúan vigentes y enriquecen en nosotros como pueblo el sentido de identidad.
Se nos habla de igual modo de las diversas facetas en las cuales se desarrolla el mexicano, es un ser singular, pero sin embargo, él siempre se encuentra alejado del mundo y de todos aquellos que lo conforman y le son cercanos. Lejos incluso de sí mismo. Con la capacidad de hacer uso del silencio, además de la palabra, como un mecanismo destinado a su Planeación financiera y Presupuestos.protección.
El poeta reflexiona acerca del poder verdadero que la palabra misma puede tener sobre el mexicano. Esto es visible con el hecho de que términos como “rajarse” y “acobardarse” dan a conocer el alto grado de machismo que cada uno de nosotros intrínsecamente llevamos dentro desde el momento de ser concebidos como miembros de este pueblo. Nos menciona el tan tremendamente mexicano albur. Aquél lenguaje secreto, siempre ingenioso, principalmente de temas sexuales que con frecuencia atraca, desafía, y que tiene como principal finalidad el demostrar nuestro carácter cerrado frente al mundo.
El mexicano según señala, frecuentemente utiliza máscaras para de este modo resguardar su privacidad e intimidad, a menudo no presta interés al cuidado de estos elementos cuando hablamos de un sentido ajeno y por tanto, el círculo de la soledad que envuelve a nuestro pueblo se vuelve a cerrar, o mejor dicho continua cerrado como siempre. L a manera instintiva en la que consideramos peligroso a todo lo que representa lo exterior, tiene su razón si revisamos la historia de nuestro país. Las derrotas se sufren con dignidad. Lo anterior, nos dice, no carece de grandeza.
Las máscaras del mexicano, sus mentiras, reflejan sus carencias, lo que fuimos y queremos ser. Sin embargo, de tantas posturas y tantas mentiras terminamos simulando lo que queremos ser, ignorando nuestra condición, estamos condenados a representar una verdad ficticia, lejana a la realidad. Señalándonos la triste situación en la cual alguien se vuelve nadie y sin embargo, está presente siempre..
La contradicción forma parte del mexicano. En este sentido para el mexicano cualquier pretexto es suficiente para interrumpir la marcha del tiempo” y las Fiestas populares, resultan el desagüe idóneo para tal efecto. Durante las Fiestas populares, desde el grito de independencia hasta el día de la raza, el mexicano se siente completo, seguro. La razón es sencilla, en ese instante, el presente, el pasado y el futuro al fin se reconcilian. A su consideración las fiestas son el único lujo de México.
Y una vez más, el círculo de la soledad se cierra.
El Pachuco y otros extremos.
Es curioso como inicia Paz su ensayo: habla sobre el adolescente y su asombroso descubrimiento de sí mismo, que lo lleva por conclusión, a una consciente soledad en el mundo. ¿Qué somos y cómo realizaremos eso que somos? La adolescencia, ese preciso momento en que tomamos conciencia de nuestro ser, es comparado por el autor con los pueblos “en trance de crecimiento”. El México pos revolucionario, dejó un país en etapa reflexiva que necesariamente lo llevó a la auto contemplación. Fue entonces, cuando afloraron distintos niveles históricos que convivían, o se enfrentaban, en un mismo presente. México, estaba hecho de distintas razas, además de las diferentes lenguas, que ya de por sí marcaban una brecha por entender.
Fue en la ciudad de Los Ángeles donde Octavio Paz comenzó su análisis, comparando precisamente al gringo promedio, con más de un millón de mexicanos que ahí radicaban.
Mexicanos que no se mezclan y que se autonombran Pachucos. Es decir, “Bandas de jóvenes generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del sur, que se singularizan por su vestimenta conducta y lenguaje”. Personas que no quieren volver a su origen mexicano, pero que tampoco quieren pertenecer al sistema americano. El Pachuco, según Octavio Paz, “Es uno de los extremos a los que puede llegar el mexicano”. Siempre marginal, al Pachuco le gusta irritar a la sociedad, entonces, y sólo entonces, el Pachuco encuentra su lugar en el mundo y por lo tanto, su razón de ser. Se siente libre de romper las reglas, de conocer lo prohibido, en pocas palabras, de desafiar al sistema.
Entonces el Pachuco se sabe distinto y por ello, se sabe solo.
Paz niega el supuesto complejo de inferioridad que caracteriza al mexicano. “Sentirse solo no es sentirse inferior sino distinto”, de hecho, la soledad no es una ilusión, es la vida contemplada con los ojos abiertos. La soledad del mexicano, tiene sus raíces en su profundo sentido religioso, y en la muerte, la compañera perfecta de la vida. Sólo en México se rinde culto a la muerte pues se sabe dadora de vida.
La historia de México es la búsqueda de su origen: indigenista, hispanista, afrancesado; México, quiere “volver al centro de la vida de dónde un día, en la conquista o en la independencia, fue desprendido”.
Máscaras mexicanas.
Varias son las facetas del mexicano, ser singular que sin embargo, “siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos también de sí mismo.” Capaz incluso de hacer uso del silencio, además de la palabra, como un instrumento de defensa.
Y a propósito de la palabra, el poeta reflexiona sobre el poder real que la palabra misma ejerce sobre el mexicano. Conceptos como “rajarse”, revelan el grado de machismo que todos llevamos dentro. ¡Puto el que se raje! Otro ejemplo, que sólo en México existe, es el albur. Lenguaje secreto, ingenioso, de fuertes connotaciones sexuales que agrede, reta, y finalmente, termina por demostrar nuestro carácter cerrado frente al mundo.
El mexicano usa máscaras para proteger su intimidad, no le interesa la ajena y por lo tanto, el círculo de la soledad se vuelve a cerrar. L a manera instintiva en la que consideramos peligroso a todo lo que representa lo exterior, tiene su razón si revisamos la historia de nuestro país. Las derrotas se sufren con dignidad. Lo anterior, subraya el autor: “No carece de grandeza”.
Mención aparte sería el caso de la mujer mexicana. Mujer cuyo recato tiene que ser a toda prueba. La vanidad masculina, heredada de los indígenas y los españoles, se regodea bajo la sumisión, económica, moral y social de la mujer. “En un mundo hecho a la imagen del hombre, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos”. Desde luego, que el centro de atención de la mujer es su sexo: “oculto, pasivo. Inmóvil sol secreto”.
Sin embargo, también se está consciente de que la mujer, la tierra, representa la continuidad de la especie, el orden, y la dulzura. De nada sirve lo anterior, el machismo necesita mujeres impersonales para subsistir. Se respeta el concepto de la madre, de la mujer abnegada pero no de la persona: la mujer como protagonista de su historia. Por ello, refranes, canciones populares y conductas cotidianas, aluden al amor como falsedad y mentira si la protagonista “deja” al hombre, quien por su parte, encuentra consuelo en los brazos del alcohol. Una mentira más que pudo ser verdad.
Las máscaras del mexicano, sus mentiras, reflejan sus carencias, lo que fuimos y queremos ser. Sin embargo, de tantas posturas y tantas mentiras terminamos simulando lo que queremos ser, -la referencia a la obra El Gesticulador de Rodolfo Usigli no es gratuita- Ignorando nuestra condición, estamos condenados a representar una verdad ficticia, ajena a la realidad. El ejemplo que usa el autor es en verdad desconcertante: De niño, escuchó un ruido y al preguntar quién era, una sirvienta recién llegada le contestó: “No es nadie señor; soy yo”. Alguien se vuelve nadie y sin embargo, está presente siempre.
Todos santos, día de muertos.
La contradicción forma parte del mexicano. “Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo” y las Fiestas populares, resultan el desagüe idóneo para tal efecto. Durante las Fiestas populares, desde el grito de independencia hasta el día de la raza, el mexicano se siente completo, seguro. La razón es sencilla, en ese instante, en ese presente, “el pasado y el futuro al fin se reconcilian”.
En todos los rincones de México existen sus Ferias y tradiciones, aún en los más miserables. Los ricos, la minoría que no es pueblo, no festejan, sus reuniones son frías y ni por equivocación se faltan los modales. “Las Fiestas son el único lujo de México”.
Y una vez más, el círculo de la soledad se cierra. El mexicano derrocha esperando que el derroche mismo atraiga a la abundancia y si no la atrae, por lo menos se aparenta.
Lo importante es que, durante la Fiesta, “todo pasa como si no fuera cierto, como en los sueños”. La gente se burla del clero, de las instituciones, del ejército y hasta del mexicano mismo.
Uno de los festejos que más llama la atención: es el día de muertos. Ya desde antes de la llegada de los españoles, los indígenas
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